(…) La filmografía de EDWARD D. WOOD JR. es, ciertamente, pequeña: ocho films. Lo que, en treinta y un años de profesión, se asemeja más a un ritmo bressoniano que al de un cineasta de serie norteamericano. (…) Pero esta breve carrera no fue obstáculo para que EDWARD D. WOOD JR. se convirtiera – aunque a título póstumo- en un autor de culto, desde el día mismo en que PLAN 9 DEL ESPACIO EXTERIOR fuera consagrada como “la peor película de todos los tiempos” y él personalmente obtuviera el premio “al peor director”. Distinciones estas que tendrían como consecuencia la reedición de una obra que sus propios aficionados (e incluso él mismo) sólo podían ver a las tres y media de la mañana en la televisión y que se ha convertido en uno de los caballos de batalla de los catálogos videográficos en la categoría “clásicos de culto”. E incluso se ha hecho acreedor de encartes con su rostro, honor que le sería denegado a Anthony Mann, Delmer Daves o Terence Malick. (…) La situación del cine se ha hecho tan crispada y su “profesión de fe postmodernista” ha alcanzado tal grado de deterioro que el nombre de Ed Wood es hoy más conocido que los de Erich von Stroheim, Josef von Sternberg, Friedrich Wilhelm Murnau, Jacques Becker, Max Ophüls o Victor Sjöstrom, a pesar de que su única aportación al cine fue rodar películas o un simulacro de películas “tan-malas-que-resultan-simpáticas-y-hacen-reír”. (…) Pero si algo está claro es que no se puede equiparar el hecho de haber visto de niño films de ciencia ficción de serie B, sean mejores o peores, que los platillos volantes de Wood. (…) En fin, suprema consagración, la empresa informática Bell lanzó un importante software, e incluso un programa informático completo, bautizándolos con el nombre de “Plan 9” basado en su “obra maestra” (…) lo que denota por parte de los artífices del referido programa, un cierto sentido del humor cuando se piensa en la inefable tecnología de la citada película: los platillos volantes están hechos de cartón troquelado y cuando giran alrededor de sus planetas, los hilos y los cables son claramente visibles. Hay que decir que, en Wood, todo respira extravagancia, empezando por los rodajes, que a menudo dirigía disfrazado de mujer (se vanagloriaba de haber sido el único marine que desembarcó en Anzio llevando ropa interior femenina). Durante el rodaje de PLAN 9… Bela Lugosi, uno de sus grandes amigos, que había ya interpretado dos de sus películas, falleció súbitamente tras dos días de trabajo (Wood sólo habría filmado a Lugosi cuando éste se coloca su capa de vampiro). En esta situación, y en lugar de empezar todo de nuevo con otro actor, Wood prefirió conservar esas “pruebas” que diseminó por el montaje. De ahí que veamos a Bela Lugosi enfilar su capa con grandilocuencia o caminar hacia la cámara. Para las otras escenas, Wood utiliza un suplente (un quiropráctico –en otras fuentes se habla de su dentista- en paro) que, en un momento de inspiración genial, elige de mucha mayor envergadura que Lugosi y con otro color de pelo. Con una sola y rigurosa indicación: que, pase lo que pase, conserve siempre su brazo y su capa ante el rostro. Además de pasmosos raccords (tras girar por la esquina de una casa Lugosi gana quince centímetros) esta audacia renovaba, en el registro hilarante, la noción del cara-a-cara. (…) La “admirable” PLAN 9 DEL ESPACIO EXTERIOR tiene la ventaja de reunir a todos sus fieles, a todos sus actores “fetiches”: el enorme luchador sueco Tor Johnson, de acento difícilmente comprensible y al que se confía, obviamente, el papel de un sheriff de una pequeña ciudad típicamente norteamericana; Vampira; el mago Criswell que durante la secuencia previa a los títulos de crédito afirma con voz cavernosa, leyendo bien que mal su texto como un “apuntador” que todo lo que a continuación se va a ver está basado en un incidente real: “por lo demás, a ver quién me demuestra a mí que eso no ha ocurrido”, afirma durante el epílogo de forma perentoria. Antes ha lanzado misteriosas advertencias: “ha llegado el momento de castigar a los culpables y recompensar a los inocentes”, antes del clásico: “y ahora, amigos míos, vais a conocer la verdad sobre los profanadores de sepulturas llegados de otro planeta”. Que son sólo dos, por cierto. En cuanto al “Plan 9” (los otro ocho, según parece, han fracasado) consiste en resucitar a los muertos, empezando por un minúsculo cementerio (toda prudencia es poca). Magistral introducción que constituye el digno prólogo a una obra que sobrevive a su reputación y que se saborea con placer, incluso si algunos aficionados (como Martin Scorsese) son capaces de recitar los diálogos íntegros (hay una parrafada hilarante: aquella en que la joven protagonista repite cuatro o cinco veces en sólo algunos segundos “aquí y allí”, siempre con gran convicción dramática: “los platillos volantes están allí y el cementerio está aquí. Yo me quedaré aquí”). La estructura circular, metonímica, del film brinda la oportunidad de degustar el rechazo del raccord del cine clásico (un automóvil aparca de día; su ocupante sale de noche en un raccord plano sobre plano. El operador no logra incluir en el cuadro un coche que rueda y una mujer corriendo. Falla los dos, como por lo demás falla también todas las detenciones de coches que aparecen desencuadradas). Wood se burla de las convenciones del cine narrativo tradicional, patea los axiomas de ese lenguaje dominante como un vulgar John Waters y encuadra los focos que iluminan su cementerio. El Óscar a la escenografía se lo lleva un interior de cabina de avión cerrado por unas cortinillas de ducha que apenas disimulan un agujero negro tras el cual se pretende estén asustados pasajeros… Volveremos a ver la pared de la cabina en varios decorados e incluso llega a servir para simbolizar el cielo. Habría que inventar nuevas palabras para definir estos pasmosos engendros que mantienen con la serie B las mismas relaciones que una película underground con una producción de David O. Selznick. (…) Por desgracia, el final de Wood resultó bastante dramático. Sobrevivió escribiendo novelas pornográficas y fantásticas y habría dirigido un cortometraje de veinte minutos en 8 mm. para la “Encylopedie du Sexe” de las ediciones Pendulum. Fue expulsado en muchas ocasiones de las casas que alquilaba, y acabó viviendo en una habitación con sus cinco hijos y su mujer. Murió viendo la televisión. Ciertamente, el celuloide barato daba menos de lo que se piensa. (…) 1994. Una última ironía: “el peor cineasta de todos los tiempos” recibe la consagración de una biografía, producida por los estudios Disney y dirigida por Tim Burton, cuyo presupuesto es cien veces mayor que el de todas sus películas juntas… (…).
Textos (extractos):
Bertrand Tavernier & Jean-Pierre Coursodon, 50 años de cine norteamericano,
Akal, 1997