CARTAS DESDE IWO JIMA (2006)

Área de Cine y Audiovisual

“presentar una imagen útil, auténtica y válida del hombre, en la que no sólo se reconozca sino, ante todo, de la que pueda aprender.”

Wim Wenders

Presentación

El martes, 10 de abril de 2018, a las 21:00 horas, en la Sala Máxima del Espacio V Centenario, el Cineclub Universitario / Aula de Cine proyecta Cartas desde Iwo Jima (2006), película enmarcada en el ciclo Maestros del Cine Contemporáneo (VI): CLINT EASTWOOD (y 4ª parte), en versión original con subtítulos en español. Entrada libre hasta completar aforo.

Contradicciones culturales en el estamento militar

En Cartas desde Iwo Jima, la guerra se presenta como un terreno donde se ejemplifican las contradicciones culturales que pueden darse en determinados estamentos como el militar. La llegada del general Tadamichi Kuribayashi (Ken Watanabe) a la isla de Iwo Jima, donde asume el mando de las tropas japonesas antes de la llegada del enemigo, hace que muchos de sus subordinados cuestionen sus puntos de vista. Sus planteamientos de estratega, preparando túneles para soportar los bombardeos y para luchar desde posiciones resguardadas, no acaban de convencer a quienes se han educado en el combate cuerpo a cuerpo, sin pensar jamás en el coste en vidas humanas. En ese sentido, Kuribayashi no parece estar muy convencido de que las acciones kamikaze sean valiosas, aunque en el pasado hubiesen dado una imagen de los soldados nipones muy parecida a la que en la actualidad proyectan los suicidas chechenos, palestinos o iraquíes que se inmolan cerca de un nutrido grupo de aquellos a quienes consideran sus enemigos.

Desconocimiento del enemigo

En Cartas desde Iwo Jima se hace bastante hincapié en el desconocimiento que suele haber en las guerras con respecto al enemigo, al que suele catalogarse según clichés. Resulta llamativo, eso sí, que los lazos que unen a los dos únicos personajes que han estado alguna vez en Estados Unidos y hablan inglés sean el cine y las armas. Si Kuribayashi lleva en su cartuchera la pistola que le regaló años atrás un amigo norteamericano, el baron Nishi (Tsuyoshi Ihara), que participó en los juegos olímpicos de Los Ángeles en 1933, asegura haber conocido a Mary Pickford y Douglas Fairbanks, a quienes alojó en su propia casa cuando visitaron Japón. Los dos evitan en un par de ocasiones que sus subordinados se extralimiten con los soldados y que, ya en plena batalla, a un prisionero estadounidense le sea administrada morfina para que así no sufra por sus heridas, pese a la escasez de medicinas. Para ellos, conocer al enemigo es importante porque ayuda a saber que incluso en la guerra uno lucha contra seres humanos y no contra monstruos.

El sentido de la narración discontinua en Cartas desde Iwo Jima

A pesar de que también está construida alrededor de una serie de flashbacks que nos ilustran en torno al pasado de los personajes, la construcción narrativa de Cartas desde Iwo Jima es ligeramente diferente de la de Banderas de nuestros padres, y eso a pesar de que sus primeras y últimas imágenes nos sitúan asimismo en una época muy posterior a la de la batalla de Iwo Jima, mostrándonos a un equipo de científicos que excava en el interior de los refugios subterráneos que horadaron los soldados japoneses, hallando enterradas las numerosas cartas escritas antes de morir en combate por el oficial a cargo de la defensa de la isla, el mencionado general Kuribayashi . Ahora bien, si la narración discontinua de Banderas de nuestros padres tenía como propósito el dosificar una serie de datos sobre lo ocurrido en Iwo Jima desde el punto de vista de unos soldados que van recordando con mayor intensidad una verdad que les han ordenado que olviden o que se callen, en Cartas desde Iwo Jima no hay sorpresa alguna: Los japoneses fueron vencidos por los invasores norteamericanos y la gran mayoría de nipones que lucharon allí murieron, aplastados por la superioridad numérica y tecnológica de sus enemigos, y eso precisamente es lo que explica el film.

En este caso, los flashbacks de los principales personajes son más bien reflexivos que no informativos, no pretenden aportarnos grandes revelaciones sobre sus vidas sino más bien ayudarnos a dibujar una serie de dispares perfiles psicológicos. El principal de ellos es el general Kuribayashi, quien va escribiendo una serie de cartas a su familia mientras prepara la defensa de la isla ante la inminente llegada de la marina estadounidense, si bien a su voz en off, sus pensamientos interiores, se une la de otros personajes, tal es el caso de Saigo (Kazunari Ninomiya), un soldado raso que añora su tranquila vida como civil, viviendo al lado de su amada esposa y ganándose humildemente la vida como panadero, o de Shimizu (Ryo Kase), un oficial que fue degradado a soldado raso y enviado a primera línea de combate por negarse a obedecer una orden que le parecía desproporcionada (matar de un tiro a un perro que, en opinión del oficial de rango superior con el que patrullaba de noche en una localidad japonesa, ponía en peligro con sus ladridos la seguridad nacional). Hay un cuarto personaje dominado por la nostalgia, el mencionado barón Nishi (Tsuyoshi Ihara), un oficial amigo de Kuribayashi , del que ya se ha escrito antes, que en 1933 estuvo en los Estados Unidos participando en los juegos olímpicos de Los Ángeles, donde ganó una medalla en hípica; es el único personaje que, curiosamente, no cuenta con flashbacks que ilustren sus recuerdos, gráficamente representados en la foto, que enseña con orgullo, del caballo con el cual ganó esa distinción deportiva.

Cierre

Cartas desde Iwo Jima tiene más secuencias de combate que Banderas de nuestros padres, sin por ello perder su carácter de obra intimista y a ratos muy claustrofóbica (la mayor parte del film transcurre en el interior de los cavernosos refugios subterráneos de los japoneses; ello unido, además, a la iluminación tenebrosa tan característica de Eastwood y al tratamiento de degradación del color de la fotografía: si la de Banderas de nuestros padres era abundante en azules pálidos y grises, la de Cartas desde Iwo Jima roza directamente el blanco y negro). Es una película seca y tenebrosa, casi desnuda de artificios, en la cual no hay resquicio alguno para la esperanza, por más que en determinados momentos haya ciertos apuntes de luz que puedan apuntar a un resquicio de optimismo que no tarda en desvanecerse.

Fuente: Cuaderno del Cineclub Universitario / Aula de Cine.

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