Matar un ruiseñor v.o.s.e. 130’

(To kill a mockingbird, EE.UU., 1962)

11 noviembre 2025 | 21:00 h
  • Sala Máxima | Espacio V Centenario
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“No se comprende verdaderamente a una persona hasta que se piensa desde su punto de vista, hasta que uno se mete en el pellejo de ella y se porta en consecuencia” (…) “En este país los tribunales tienen que ser de una gran equidad, y para ellos todos los hombres han nacido iguales. No soy un iluso que crea firmemente en la integridad de nuestros tribunales y en el sistema del jurado. No me parece lo ideal pero es una realidad a la que no hay más remedio que sujetarse con fuerza”.

Atticus Finch (Gregory Peck)

(…) Los títulos de crédito de MATAR UN RUISEÑOR dejan entrever la delicadeza y el respeto con el que Robert Mulligan se acerca al mundo infantil por primera vez. Por tanto, se rodea de todos aquellos elementos que puedan transmitir estos sentimientos, desde una maravillosa banda sonora de Elmer Bernstein hasta un trabajo interpretativo excelso, en el que Gregory Peck nunca ha estado mejor. La novela de la escritora Harper Lee, galardonada con el premio Pulitzer en el año 1961, sirve en bandeja los deseos de Mulligan (…).

(…) El título de la novela y del film es MATAR UN RUISEÑOR, y no “Matar A un ruiseñor”, como aparece erróneamente en ocasiones. Aunque puedan parecer iguales, ambos títulos no significan lo mismo. “Matar A un ruiseñor” se refiere a la acción específica de matar dirigida contra un pajarillo en concreto, sin más. Sin embargo, tal y como explica Harper Lee en el libro y como el guionista Horton Foote y Mulligan recogen fielmente en la película, el título MATAR UN RUISEÑOR tiene un sentido más amplio y se refiere simbólicamente a la comisión de un acto atroz e imperdonable que está más allá de toda moral y ética. Un ruiseñor, se dice, es un ave inofensiva que no devora las cosechas y cuya función consiste en alegrar al mundo con sus trinos; por tanto, matarlo es algo mucho más que reprobable: es un auténtico pecado. (…).

 (…) Si bien el prestigio de MATAR UN RUISEÑOR, probablemente la mejor película de Robert Mulligan, no ha dejado de aumentar con el paso del tiempo, hasta el punto de haberse convertido en uno de los clásicos más sólidos y respetados del cine norteamericano, una vez más hay que recordar que tras la misma, y sin que ello suponga la menor disminución de sus méritos (aumentándolos, si cabe), se encuentra la magnífica novela homónima de la escritora Nelle Harper Lee, conocida simplemente como Harper Lee, gracias a la cual ganó el Premio Pulitzer en 1961. Nacida en Monroeville, Alabama, su autora plasmó en “Matar un ruiseñor” buena parte de los recuerdos de su juventud en aquella zona sureña, hasta el punto que el relato -cuya lectura no dudo en recomendar con entusiasmo- está escrito en primera persona y narrado desde la perspectiva de la niña Jean Louise Finch, a la que todos apodan Scout. Asimismo, otros personajes del libro tienen sus referentes reales, como por ejemplo el del abogado Atticus Finch, padre de Scout y de su hermano Jem, inspirado en el propio padre de Harper Lee, algo que también ocurre con el personaje secundario del pequeño Dill, un amigo de los hijos de Atticus que es una especie de émulo de Truman Capote, vecino de la escritora en Monroeville. (…) Según parece, fue insistencia del productor Alan J. Pakula la idea de incluir algunos pequeños fragmentos de la narración en off de Scout adulta -con la voz, en su versión original, de la actriz Kim Stanley- como el que abre el film, tanto por respeto hacia la obra de Harper Lee como por la posibilidad de introducir mediante esa voz en off -junto con los imaginativos títulos de crédito diseñados por Stephen Frankfurt- la peculiar atmósfera que domina toda la película. (…) La narración de la adulta Scout nos presenta el escenario principal del relato: la pequeña localidad de Maycomb, Alabama, en el año 1932. La extraordinaria fotografía en blanco y negro de Russell Harlan, en combinación con el elegante empleo del formato panorámico por parte del realizador y la evocativa calidez de la excelente partitura compuesta por Elmer Bernstein (que el mismo compositor consideraba, no sin razón, la mejor de su carrera), sumerge al espectador en un mundo sencillo y reconocible pero, al mismo tiempo, bañado por esa sensación de irrealidad propia de las cosas embellecidas por la memoria. (…) MATAR UN RUISEÑOR es un relato dominado por un clima que oscila entre lo fantástico y lo realista, la nostalgia y la crónica, la evocación infantil de unos hechos del pasado y la mirada reflexiva y desde una perspectiva adulta sobre esos mismos acontecimientos pretéritos. Se han hecho muchas y muy buenas películas sobre la infancia, aunque MATAR UN RUISEÑOR pertenece a una categoría especial dentro de estas últimas (…), aquellas en los que el contexto infantil y el adulto se fusionan en una sola cosa, hasta el punto que uno y otro conviven dentro de un mismo contexto gracias a una puesta en escena que oscila entre la fantasía y el realismo, pero sin decidirse completamente por una u otra tonalidad genérica. Concretamente títulos como El otro (The other, 1972), no por casualidad del propio Robert Mulligan, o la incomprendida obra de Steven Spielberg E. T., el extraterrestre (E. T. The Extra-Terrestrial, 1982), que todavía sigue estando considerada una mera fantasía infantiloide de ciencia ficción, siendo en realidad -como muy bien sugirió alguien tan poco sospechoso de sentimentalismo como el novelista Martin Amis- una aguda digresión sobre la imposibilidad de recuperar la infancia (…).

(…) Tampoco hay que echar en saco roto la adscripción de MATAR UN RUISEÑOR dentro de ese género tan poco estudiado entre la crítica española como es el conocido bajo la denominación “Americana”, dentro del cual se engloban una serie de películas, naturalmente de nacionalidad estadounidense, cuyo denominador común consiste en tener como tema de fondo a los Estados Unidos de América, entendidos no tanto en sentido político o patriótico (aun sin excluirlo) como, sobre todo, en sentido emocional y espiritual. El género “Americana” trata, en última instancia, de América y de los sentimientos más íntimos de los norteamericanos (…). La América que aparece retratada en MATAR UN RUISEÑOR es, por encima de todo, un espacio de base realista pero marcado por emociones que surgen de una conciencia nacional inspirada, a su vez, en una especie de modelo espiritual: un retrato trazado con gruesos rasgos de realidad pero coloreado por la paleta del idealismo. (…)

(…) Por más que hoy en día este es un concepto que parece haber caído en desuso, el sentido de un film no se deriva tanto de su guion como en particular de la labor del director a la hora de planificarlo. Solo hay que ver el peso que tienen dentro de los encuadres de MATAR UN RUISEÑOR, diversos elementos del decorado que no se limitan a “llenar” el plano sino que, además, contribuyen con su presencia a describirnos el ambiente del relato (…). (…) Como en todas las grandes películas, MATAR UN RUISEÑOR presenta diferentes niveles de lectura. En la primera impresión, se nos descubre una idealización del complejo mundo de la infancia -la curiosidad, el acopio de imaginación con el que describen a Boo Radley (Robert Duvall)- y en un segundo término, el tono crítico hacia el sistema judicial en el que la tarea de los jurados populares en los Estados Unidos, puede conducir a considerar prioritaria la condición étnica o racial del inculpado. Estamos en el condado de Maycomb, Alabama, en 1932, y la justicia para un hombre de color es solamente una utopía. (…) La devastadora miseria originada por la Gran Depresión, la ignorancia, atávicos miedos hacia todo lo que es diferente, el asco al contacto físico con el otro… , son las lacras de un universo embriagado por su propia ruindad, y que pretende borrarlas mediante piquetes de linchamiento, los cuales, antorchas en mano, surgen de la oscuridad como fantasmas. Durante el alegato de Atticus jamás vemos al jurado. En realidad, Atticus se dirige, primero, a los espectadores estadounidenses de 1962, los integrantes de la sociedad que entonces toleraba, sin remordimiento alguno, situaciones como aquélla: la mentira de unos blancos desquiciados e ignorantes pesa más en el juicio que el testimonio veraz de un negro honrado. Pero, curiosamente, y ésta es la grandeza del film de Robert Mulligan -y, por descontado, de la novela de Harper Lee-, Atticus parece dirigirse también a nosotros, ante la apremiante atemporalidad del conflicto. (…) La férrea moral individual de hombres como Atticus no es suficiente para cambiar tal estado de cosas, aunque sirva de guía para toda una comunidad sedienta de auténtica justicia. “Levántese, señorita Jean Louise, su padre se marcha”, exclama el reverendo Sykes (Bill Walker) a la vez que obliga a la hija de Atticus a alzarse, junto a todos los hombres y mujeres de color asistentes al juicio, en solemne actitud de respeto hacia Atticus Finch (…).

Texto (extractos):

Christian Aguilera

La generación de la televisión. La conciencia liberal del cine americano, 

editorial 2001, 2000

Javier Coma, Doctor Libro y Mister Film: de la novela al cine, 

Notorious, 2008.

Tomás Fernández Valenti, “Matar un ruiseñor”, en sección “El cine reencontrado”,

Dirigido por, noviembre 2003.

Antonio José Navarro, “Justicia y racismo”, en Cine y Derecho,

rev. Nosferatu, nº 32, enero 2000.

Juan Carlos Vizcaíno Martínez, “Matar un ruiseñor”, 

en dossier “Obras maestras que el Óscar olvidó”,

Dirigido por, febrero 2020.

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