(…) Aunque ya haya pasado más de medio siglo desde el estreno de DOCE DEL PATÍBULO, su gran popularidad entre los aficionados al cine permanece intacta. (…) Por encima del moderado prestigio crítico de su realizador, persiste la fama del film como quintaesencia de lo que los americanos denominan macho movie; es decir, un film interpretado por un elenco exclusivamente masculino, construido alrededor de una historia lineal sustentada sobre un conflicto dramático extremadamente sencillo, sazonado con vibrantes secuencias de acción y violencia rebosantes de testosterona. Dicho así de esta manera, quien no haya visto aún la película puede pensar que estamos ante un esbozo avant la léttre de los subproductos bélicos protagonizados por Sylvester Stallone, Arnold Schwarzenegger o Chuck Norris años más tarde. Nada más lejos de la verdad. Afortunadamente, la ascética dirección de Robert Aldrich evita de manera clara y elegante cualquier veleidad fascistoide, a favor de un cínico relato de aventuras bélicas. (…) A estas alturas no cabe seguir incidiendo en que DOCE DEL PATÍBULO supone una ocasión desperdiciada para confrontar el crimen legitimado que es la guerra con el crimen socialmente reprobado que es el que lleva a sus protagonistas a “galeras”. Esta paradoja está en la esencia misma de la historia y a Aldrich no le interesa perder ni un minuto de película en volver sobre ella porque confía en la inteligencia del espectador. Aldrich no era de esos creadores necesitados de armar sermones para adoctrinar a la audiencia congregada en torno a su obra, por eso más allá de la evidencia que supone reincidir en el tópico pacifista acerca de lo cruel que resulta la guerra y lo injustificado de la misma mediante tediosas líneas de diálogo, el cineasta va un paso más allá, primero apostando por el incuestionable impacto de sus imágenes, y segundo contraviniendo la simplicidad del mensaje referido al admitir que la guerra pese a lo que tiene de espectáculo despiadado es un hecho consumado y como tal necesario en lo que tiene de selección natural en el devenir de la especie: los mejores sobreviven, los más desafortunados perecen víctimas de sus propios errores. La guerra es el cruel reflejo de la condición humana, ni más ni menos, y esa visión en bruto del asunto es la que nutre este film, apasionante en su grado de incorrección política y en su demoledora simpleza discursiva. Pero esa simpleza es absolutamente premeditada, fruto de una disquisición previa acerca de cuál habría de ser el modo más acertado de hacer llegar al espectador la contundencia contenida en semejante reflexión. No se trata, por tanto, de una ocurrencia gratuita de Aldrich, surgida de su incapacidad para armar un discurso más elaborado. Cuando rueda DOCE DEL PATÍBULO, su visión del mundo está presidida por una lucidez extrema e inapelable, una lucidez que llega a resultar hiriente cuando da lugar a ideas que se manifiestan libres de eufemismos, como ocurre en este largometraje. (…) Es evidente que Aldrich siente una cierta simpatía por el pelotón de outsiders y outlaws que forman el comando suicida liderado por el antipático mayor Reisman (Lee Marvin), principalmente por su agresiva actitud hacia el poder (militar) establecido. No obstante, el cineasta es consciente de que tan dudosos héroes moran en el lado oscuro de un conflicto, la Segunda Guerra Mundial, manipulado hasta lo irreconocible por el cine hollywoodiense. DOCE DEL PATÍBULO propone, con diáfana claridad, la idea de que la guerra es tan sucia, tan brutal, como los combatientes, y que cuanto más sucios y brutales sean éstos tanto más brutal y sucia será aquélla: contiene una mirada sobre la violencia que resulta típica en el cine de Aldrich: la yuxtaposición de violencia institucional (el ejército, en abstracto) y violencia individual (representada por los integrantes del comando). Aldrich, viejo aficionado a mirar críticamente a las instituciones, y de manera especial al ejército (el título más emblemático de su filmografía es ¡Ataque!, pero no el único), mantiene esa mirada desde el principio, cuando expone que toda la jerarquía militar se apoya sobre la cuestión de que grita más quien tiene más galones o estrellas, no quien tiene la razón. (…) Robert Aldrich apela a la frágil memoria de sus compatriotas para cuestionar la repugnante naturaleza de la guerra sean cuales sean los resultados de la misma y con independencia de los ideales que la motivan, confiriendo un sesgo tremendamente contemporáneo a su invectiva anti-establishment (…) En DOCE DEL PATÍBULO los mejores soldados, paradójicamente, son sociópatas, misántropos y paranoicos capaces de matar y violar sin remordimientos. La guerra, nos dice Robert Aldrich, no es romántica ni noble y mucho menos civilizada. Consecuentemente, es el marco idóneo para que dichos individuos puedan canalizar sus instintos más crueles en “beneficio” de la sociedad. La pulla política y filosófica implícita en la película no va dirigida, en modo alguno, contra los soldados convictos obligados a obtener su libertad -con independencia de la gravedad de sus cargos- a cambio de sacrificar sus vidas por unos ideales de los cuales reniegan explícitamente. Son los altos estamentos militares y políticos quienes reciben sus andanadas intelectuales, al instrumentalizar y justificar la crueldad como forma de alcanzar un propósito supuestamente positivo. La siniestra mentalidad maquiavélica del Alto Mando estadounidense es golpeada a cada plano, a cada secuencia. Las líneas de separación entre los personajes “buenos” y “malos” se diluyen; los villanos son humanizados a pesar de su rebeldía, de sus carencias, de sus miedos, mientras que los gerifaltes se revelan fríos, mecánicos e incluso ineptos, a causa de su particular aplicación de la disciplina militar. De manera sutil pero diáfana, Robert Aldrich demuestra que la brutalidad en tiempos de guerra no era, desgraciadamente, exclusividad del ejército nazi. En esencia, la misión que el mayor Reisman y sus hombres llevan a cabo -romper la cadena de mando de las tropas alemanas acuarteladas en la costa atlántica para facilitar el desembarco aliado el día D… – es una matanza a sangre fría donde, junto a oficiales de alta graduación, mueren civiles inocentes sin vínculos militares. La larga secuencia del asalto al castillo donde los alemanes son masacrados, es una mortífera y calculada operación donde cualquier reflexión ética al respecto ha sido extirpada por el ciego cumplimiento de las órdenes. El autor planifica los coreográficos movimientos de los comandos, su meticulosa preparación táctica, con absoluta frialdad, contrastándola con la frenética e infructuosa huida de sus víctimas bajo los altisonantes y bárbaros acordes de la marcial banda sonora. No deja de ser sintomático que tan dramática y climática secuencia muestre el lado menos noble del ejército estadounidense en un momento, 1967, en que la guerra del Vietnam estaba alcanzando su punto álgido. Indudablemente, las imágenes de DOCE DEL PATÍBULO evidencian que Robert Aldrich no deseaba realizar un film “con” mensaje. Pero la plástica realista de dichas imágenes, alejada de clichés y estereotipos propios del género bélico, refrendan una decidida voluntad de minar la habitual mentalidad reaccionaria del género. (…) Tal vez por ello, DOCE DEL PATÍBULO ostenta una pasmosa frialdad en relación con la historia narrada que recuerda a la funcionarial redacción de un despacho de guerra. El subrayado visual de los supuestos momentos cumbre del relato no existe; la pomposa y barroca caligrafía fílmica de Robert Aldrich queda reducida prácticamente a la nada. Consciente quizá de que los dramas del hombre se vuelven cada vez más ajenos al hombre mismo, el director de DOCE DEL PATÍBULO elude los encantos narcisistas de anteriores películas para contemplar más al mundo que a su obra. En la operación, la cámara de Aldrich se recrea en los rostros de los personajes, en la fuerza, emoción y espanto que cada uno de ellos emana como un vaho nauseabundo. (…) Cuesta asumir el desdén que generó entre un sector importante de la crítica, que aun reconociendo sus méritos, no dudó en condenarla, anteponiendo la aparente frivolidad desde la que el cineasta aborda la orgía de violencia que tiene lugar en el último segmento del largometraje. Porque más allá del descarnado tratamiento de la acción bélica en sí, es el despiadado juego de intereses que acontece en la primera mitad de la película, donde se da cuenta del proceso de entrenamiento de esta patrulla de despojos sociales, el que sostiene la carga crítica que nutre esta obra claramente subversiva. (…)
Texto (extractos):
Antonio José Navarro, estudio “Robert Aldrich”, rev. Dirigido, mayo 2011.
Antonio José Navarro, “Doce del patíbulo”, en dossier “El cine bélico”, rev. Dirigido, junio 2001.
Jaime Iglesias Gamboa, Robert Aldrich, col. “Signo e Imagen / Cineastas”, nº 76, Cátedra, 2009.