(…) Mientras tanto habían terminado los preparativos para la película PRISIONEROS DE LA MONTAÑA, y a finales de enero de 1929 nos trasladamos a nuestro lugar de encuentro, la Engadina, junto al glaciar de Morteratsch. Primero tenían que rodarse las escenas de interpretación, en las que Pabst sería el director artístico. Durante semanas las temperaturas oscilaron entre 28 y 30 grados bajo cero. Para Georg Wilhelm Pabst no era fácil trabajar en tales condiciones, y sin Fanck le habría resultado penoso. Para las escenas de interpretación, muchas de ellas nocturnas, necesitábamos un muro de hielo y corriente eléctrica. No obstante, donde había muros de hielo, no fluía la corriente. No lejos del hotel Morteratsch, Fanck encontró una pared rocosa de la altura de una casa. La regaron con agua hasta que se congeló. Las tomas con Pabst duraron un mes. Con aquel frío intenso tuvimos que permanecer durante horas sentados en la nieve, mientras un viento cortante nos arrojaba a la cara los cristales de hielo y nos arañaban la piel. Se me helaron los muslos y contraje una grave afección en la vejiga, que nunca acabó de curarse del todo (…). En marzo Fanck debía rodar en el Piz Palü, conocido como el “Infierno Blanco”. Nos alojaríamos en el albergue de Diavolezza. Las tomas que se realizaron en el Piz Palü eran de tal dureza que solo puedo recordar algunos episodios con horror. En el guion ponía que debían subirme por una pared de hielo, mientras se precipitaban aludes sobre mí. Fanck había buscado en el glaciar de Morteratsch una pared de veinte metros de altura. Durante tres días, en el borde de esa pared de hielo apilaron grandes cantidades de nieve y pedazos de hielo. Yo observaba los preparativos con desconfianza. Conocía muy bien a Fanck y sabía que no le importaba exponer a sus actores a las situaciones más difíciles con tal de obtener buenas tomas. Había llegado el momento. Todo estaba a punto. Fanck, que se percató de mi angustia, prometió que solo me subirían unos metros. Comenzaron a atarme con cuerdas. “¡Acción!”, fue la voz de mando, y me subieron. Entonces vi cómo por encima de mí, en el borde de la pared de hielo, se desprendía el muro de nieve. El cielo se oscureció y las masas se precipitaron sobre mi cabeza. Tenía los brazos atados y no podía protegerme del polvo de nieve. Orejas, nariz y boca se me llenaron de nieve y pedacitos de hielo. Yo gritaba pidiendo que me bajasen. Pero fue en vano. Contrariamente a lo que había prometido Fanck, me subieron a lo largo de toda la pared de hielo. Tampoco se detuvieron junto al afilado borde de hielo, sino que siguieron tirando de mí por encima de él. Llegué arriba con grandes dolores y llorando de rabia. (…) Hubo otra toma sensacional; esa vez, sin embargo, con mi consentimiento, aunque había imaginado que resultaría más fácil. Con un paso hacia atrás, pero atada con cuerdas, debía caer en el interior de una grieta del glaciar, escena que no tenía nada que ver con mi papel. En la película había otro papel femenino, y Fanck había escogido a la joven Mizzi, la hija del dueño de nuestro hotel. Interpretaba a la novia de Gustav Diessl y, de acuerdo con el guion, al caer, un alud de hielo rompía la cuerda que la mantenía unida a su prometido, y caía de espaldas dentro de una hendedura del glaciar. Mizzi no quiso arriesgarse a esta caída y Fanck no quería utilizar una muñeca. Como sabía que yo tenía problemas económicos, esperaba que hiciera esa caída en vez de Mizzi, como doble de ella. Me ofreció la ridícula cantidad de cincuenta marcos, y acepté. Me puse la ropa de Mizzi, la cámara zumbó. Yo creía que solo caería dos o tres metros, pero bajé por lo menos quince hacia la profundidad de la grieta y fui a dar con la cabeza contra duros y afilados témpanos. Cuando finalmente me subieron de nuevo, apenas podía moverme. Me dolía todo el cuerpo, la cabeza y las extremidades. Me juré que jamás me dejaría arrastrar a tales escenas. (..) Las difíciles tomas alpinas sin los principales intérpretes las encargó Fanck a su excelente operador Richard Angst, que, con los valientes guías de montaña David Zogg y Beni Führer, filmó las más increíbles escenas en las entrañas del glaciar. Para ello, los bajaron de noche con cuerdas y antorchas en la mano a una profundidad de más de cincuenta metros dentro de las grietas del glaciar. Fue un verdadero récord deportivo. Solo así el operador pudo tomar imágenes únicas. La movida luz de las antorchas de magnesio en las oscuras y profundas hendeduras del hielo producía un ambiente tan fantástico de irreal belleza (…).
Texto (extractos):
Leni Riefenstahl, Memorias, Evergreen-Taschen, 2000.