(…) JULIETTE O LA LLAVE DE LOS SUEÑOS comienza como un drama carcelario, con unos presos en medio de la noche tratando de conciliar el sueño. (…) Ese es el modo de evasión que se plantea, cerrar los ojos e imaginar la búsqueda y el encuentro de la amada, en un territorio imaginado, en la única realidad deseada. (…) El film entra de lleno en la fantasía a través de los sueños, pero con un planteamiento escénico plenamente realista, en un pequeño pueblo que podría estar entre Shangri-La y Brigadoon, con una apariencia muy normal pero con sus propias reglas fantasmagóricas, como de otro mundo. Un pueblo del que nadie sabe su nombre, ni la fecha en la que viven, y pronto se revelará como el país del olvido. (…) El cineasta enlazaba con las tonalidades fantásticas de su previa Los visitantes de la noche y con cierta estructura de argumento, con un malvado poderoso impidiendo el amor predestinado de los jóvenes. Pero lo importante de ese enamoramiento sublimado pero que parece imposible de materializar es la barrera del olvido (…). El olvido es precisamente el rasgo característico del pueblo onírico donde Michel busca a Juliette. Los habitantes son felices precisamente porque no tienen ningún recuerdo: es mejor olvidar, están convencidos, quizás como una alegoría a los desastres de la guerra cuya consecuencia estaban aún muy presente en aquel tiempo en la vida real. Pero la tentación de una vida con recuerdos es permanente (…). Los imponentes decorados en el castillo, con sus amplias estancias, parecen evocar los laberintos de la memoria (…).
Texto (extractos):
Ricardo Aldarondo, “Juliette o la llave de los sueños”, en dossier “Rare Fantastic Films”, rev. Dirigido, marzo 2024.