(…) EL TELEVISOR no solo es un relato redondo que nos arrastra sin tiempos muertos hacia el abismo de la locura de su protagonista, sino que el tiempo le ha conferido un carácter visionario y refrendado su condición de alegato nihilista contra la televisión del régimen. Narciso Ibáñez Menta, padre del realizador y presencia habitual en Historias para no dormir, protagoniza esta mordaz crítica hacia el propio medio donde trabajaba Chicho, cuyo calado político no supo advertirlo la censura de un franquismo que agonizaba. (…) Un mar de antenas en los tejados con el sonido de fragmentos de programas de la época dan inicio a este mediometraje con suntuosa banda sonora de Waldo de los Ríos. La voz en off del propio Chicho nos presenta a su protagonista, un ciudadano ejemplar, un españolito medio de la época, que se mata a trabajar. Como nos informa con crueldad el narrador, una vida mediocre de la que este buen hombre no se da cuenta. Su sueño es que llegue el día en que pueda comprarse un televisor a color y a tocateja. Enrique, “enamorado de su familia, de la televisión y de los números”, empezará a entrar en barrena cuando descubra fascinado todo lo que la tele puede ofrecerle. Como Alonso Quijano, empezará a no distinguir entre ficción y realidad. “La televisión se ha metido en mí, me ha dado muchas vidas”, confiesa. Y en su locura llegará a la lucidez de resolver que la tele es una máquina alienante y dañina. “Todo lo que sale por aquí es mentira o maldad”, advierte a su esposa. “Hasta la misa es mentira”, observa histérico en una obsesión que hoy adquiriría proporcionales siderales con la oferta audiovisual de las plataformas y la vida paralela que nos proporcionan las redes sociales. “Ya no sé imaginar”, concluye el protagonista antes de un final en el que Chicho se sumerge sin complejos en el más puro fantastique. (…) Y todavía no se había inventado la telebasura (…).
Textos (extractos):
Oskar Belategui, “El televisor”, diario El Correo, 10 de junio 2019.