TRAIDOR EN EL INFIERNO

Publicado el 14 marzo, 2012
Poster de la película.

Año de estreno:1953. Duración: 121 min. País: EE.UU. Género: Drama.

Título Orig.- Stalag 17. Director.- Billy Wilder. Argumento.- La pieza teatral de Donald Bevan y Edmund Trzinski. Guión.- Billy Wilder y Edwin Blum. Fotografía.- Ernest Laszlo (B/N). Montaje.- George Tomasini. Música.- Franz Waxman. Productor.- Billy Wilder. Producción.- Paramount. Intérpretes.- William Holden (Sefton), Don Taylor (Dunbar), Otto Preminger (comandante von Scherbach), Robert Strauss (Stosh), Harvey Lembeck (Harry), Richard Erdman (Hoffy), Neville Brand (Duke), Peter Graves (Price), Sig Rumann (Schulz), Peter Baldwin (Johnson).

1 Oscar: Actor principal. 
2 Candidaturas: Director y Actor de reparto (Robert Strauss).
Temática:
  
   En enero de 1934 el congresista neoyorquino Samuel Dickstein (nacido en el este de Europa en una familia judía) presentó al Congreso norteamericano una resolución, de acuerdo con la cual había que formar una comisión que investigara las actividades nazis y la propaganda nazi en Estados Unidos: Así surgió la Comisión para Actividades Antiamericanas (The House Committee on Un- American Activities), llamada HUAC para abreviar. La iniciativa de Dickstein provocó entre la derecha fuertes reacciones de rechazo. Nació la HUAC, pero los loables objetivos iniciales de la comisión, con los años, se manipularon y convirtieron, como quien dice, justo en lo contrario. 
   1946: La HUAC resurge tras la guerra, como un nuevo y activo monstruo, y crece hasta convertirse en una amenaza, contaminando incluso el clima político en Estados Unidos. La aparición de la guerra fría, el miedo a una conspiración mundial comunista -que se habría infiltrado, ya hacía tiempo, en Estados Unidos como la Quinta Columna, en especial cultural y sobre todo en Hollywood- dio alas a los activistas anticomunistas y antisemitas, a los arribistas y los fanáticos como el congresista John Parnell Thomas, de Nueva Jersey, que se convirtió en el nuevo presidente republicano de la comisión. Era el comienzo de “la caza de brujas”.
   Viendo la filmografía de Wilder en estos años surge una pregunta, ¿acaso la era McCarthy pasó sin dejar huella sobre ella, que ya desde un principio había advertido la amenazadora falta de libertad que suponía? ¿Acaso no ha dejado rastros en su obra, ni tuvo efecto alguno sobre sus películas? En modo alguno. En TRAIDOR EN EL INFIERNO, de 1953, Wilder hizo interpretar a su “alter ego fílmico”, William Holden, a un patriota que no va propagando su patriotismo con sonidos de trombón y que no anda por ahí envuelto en la bandera. En el campo de prisioneros de los nazis hace los mejores y los más astutos negocios, da una imagen de hombre frío e indiferente, que al parecer solo busca su conveniencia. En realidad, cuando es necesario, se convierte en un héroe que arriesga su vida, uno de los silenciosos héroes de Wilder, que tienen una apariencia dudosa, que parecen traidores. J. J. Sefton es la respuesta de Wilder al patriotismo charlatán y falso de la época de McCarthy, a “la farola de cartón-piedra” de Harry Warner. Ni siquiera en la actualidad, nadie ha conseguido que Wilder se jacte de ello. Como máximo cuenta su pelea con el coautor Edmund Trzcinski.
   En la película de Wilder aparece de nuevo, esta vez a nivel político, el tema de la mascarada. Y para exponer mejor ese cambio entre la apariencia y la realidad, Wilder prefiere describir, con el orgullo de un artesano, cómo consiguió en la película una escena à la Lubitsch.
La película trata de prisioneros de guerra estadounidenses en Alemania, que tienen a un traidor entre ellos. Está también el sádico comandante del campo nazi, el coronel Von Scherbach, que Otto Preminger interpretaba gangueando y cortante, lo que los prusianos consideran encantador. Gracias a la traición, consigue atrapar a un piloto que está escondido en el campo. Quiere comunicar triunfalmente la noticia a Berlín. Así que, antes de que su ayudante consiga la comunicación con sus superiores nazis en Berlín, se pasea nervioso y contento por su barracón de mando en calcetines, y ordena a sus muchachos que le pongan las botas. Luego se apresura a acudir al teléfono y después de cada frase, mientras comunica su éxito, hace entrechocar con fuerza los talones, de manera que puedan oírse hasta Berlín. Termina le conversación y hace que vuelvan a quitarle las botas, ya que su función solo era subrayar acústicamente su obediencia. Realmente, en el mejor estilo Lubitsch, à la Ser o no ser.”
Valoración:
   Antes de abordar TRAIDOR EN EL INFIERNO con más detalle –un film a contracorriente de modas y tendencias del cine bélico de la época-, conviene describir, de manera general, cuales son los elementos wilderianos que le confieren interés. Se ha dicho en repetidas ocasiones de Billy Wilder que era un cínico, y se ha dicho con una ligereza que, en ocasiones, causa escalofríos. Si echamos mano al diccionario, veremos que una de las definiciones de cinismo es la “desverguenza de defender o practicar acciones o doctrinas vituperables”, además de “impudicia, obscenidad, descaro”. ¿Era así Wilder artista, y, por tanto, individuo? ¿Era un paladín de ideas o actuaciones reprobables? ¿Películas como El apartamento, Uno, dos, tres o Bésame, tonto son impúdicas u obscenas? Es evidente que no. Son películas ferozmente sarcásticas sobre sucesos y/o situaciones absolutamente impúdicas y obscenas en términos absolutamente humanísticos. La máscara, en suma, donde Billy Wilder oculta su temperamento hipersensible y ansioso, marcado por una paroxística misantropía, por una sana irritabilidad ante la mezquindad y la estupidez. Son crónicas acerca de la deshumanización del individuo, que muestran, en todo su grotesco esplendor, las maniobras de cínicos personajes que no dudan en pisar a cualquiera, en adoptar cualquier actitud reprobable para alcanzar sus fines: En El apartamento, el alto directivo J.D. Sheldrake (Fred MacMurray) promete en vano el matrimonio a su desdichada amante, la ascensorista Kubelik (Shirley MacLaine), sólo para seducirla sin problemas…; en Uno, dos, tres, el director de la planta de Coca-Cola en Berlín Este, C.R. MacNamara (James Cagney), pacta con los soviéticos, engaña a su esposa con la secretaria, utiliza sin contemplaciones a su eficiente ayudante -un ex-miembro de la Gestapo- y corrompe a cualquier joven comunista que se le ponga a tiro, todo con el único objetivo de trepar dentro de la compañía…; en Bésame, tonto, Orville J. Spooner (Ray Walston), con el propósito de “colocarle” sus mediocres canciones a Dino (Dean Martín), un famoso cantante de Las Vegas, echa temporalmente a su mujer de casa y contrata una pobre prostituta llamada Polly la Pistola (Kim Novak), para que se haga pasar por aquella y así, sin dificultades, se deje manosear por el petulante crooner mientras Orville interpreta sus horrendas baladas…
   Recluido en un campo de prisioneros nazi, el protagonista de TRAIDOR EN EL INFIERNO, el soldado Sefton (William Holden), es un cínico que no duda en comerciar con sus captores: A cambio de tabaco y bebida, los alemanes le permiten realizar todo tipo de actividades ilegales -cf. carreras de ratones, donde se apuestan cigarrillos- o le suministran jabón y otros objetos muy valiosos en aquel sucio confinamiento. Su situación claramente privilegiada respecto a sus compañeros de cautiverio despierta recelos; todo el mundo le echa en cara su amoralidad, su falta de escrúpulos, su cinismo. “Sería capaz de apostar si un camión va a atropellar a su madre”, dice uno de los soldados. Tolerado a regañadientes por los restantes ocupantes del barracón, cuando detectan la actividad de un traidor que desbarata todos sus intentos de fuga, las sospechas se dirigen inmediatamente hacia él. Tras recibir una brutal paliza a manos de los otros prisioneros, Sefton irá estrechando el cerco alrededor del auténtico “chivato”. Sefton comparte el repulsivo egoísmo de otros cínicos wilderianos, como los citados J.D. Sheldrake, C.R. MacNamara y Orville J. Spooner, o el Willie Gringrich (Walter Matthau) de En bandeja de plata o el Walter Burns (Matthau de nuevo) de Primera plana. Pero, a diferencia de éstos, lo hace movido por un acusado sentimiento de supervivencia. Al caer prisionero de los nazis, la guerra se acabó para Sefton: Ahora lo único que importa es salir adelante en ese infierno. Eso incluye, como es fácil de adivinar, descubrir quién es el traidor, pero sólo como forma de autodefensa, huérfano de todo espíritu patriótico o lealtad hacia un uniforme, hacia una bandera.
   ¿Es ésta la idea que tiene Wilder del heroísmo? Probablemente. He aquí el motivo por el cual Wilder muestra a Sefton con un mínimo de simpatía: Su descarnado pragmatismo. Que uno haga películas sobre cínicos no lo convierte a él mismo en un cínico -esto es lo que muchos exégetas del autor de El crepúsculo de los dioses parecen no haber comprendido-; Wilder jamás demuestra piedad alguna hacia Sheldrake, MacNamara, Spooner, Gringrich o Burns, a quienes presenta desde la peor óptica posible, cargando las tintas en los aspectos más funestos de su personalidad. Sefton es parcialmente exculpado porque demuestra el absurdo de ciertos ideales bajo una situación límite, en las antípodas de una película como La gran evasión (The Great Escape, John Sturges, 1963).
   Frente al pragmatismo de Sefton, Billy Wilder opone a varias grotescas criaturas: El comandante del campo, Oberst Von Scherbach (Otto Preminger), quien al recibir una llamada telefónica de sus superiores mientras se está lavando, hace gala de su absurdo sentido de la disciplina colocándose rápidamente los pantalones y las botas, poniéndose firme cuando descuelga el auricular y taconea como un poseso a cada nueva orden…; los soldados del barracón, cuyo torpe patriotismo les hace montar un número cómico parodiando a… ¡Hitler!; los secundarios graciosos, como Manfredi (Michael Moore) y Peter Baldwin (Johnson), cuyos execrables chistes y gracias aligeran, o mejor dicho, dinamitan la tensión del relato. No es que no existiera el humor en las anteriores peliculas “de guerra” rodadas por Wilder, pero estaba mucho mejor vinculado a la acción, otorgándole un contrapunto irónico. Por ejemplo, en Cinco tumbas al Cairo, Rommel se niega a responder a una de las preguntas de los prisioneros ingleses; “Le cambiaríamos encantados a Rudolph Hess por su respuesta”, exclama uno de los prisioneros, a lo cual responde maliciosamente el mariscal: “Pueden quedárselo”. Y, como demuestra Berlín Occidente, el humor también puede adquirir un sentido crítico en medio de una ficción melodramática: El personaje de la congresista conservadora de Iowa, Phoebe (Jean Arthur), es el ridículo exponente de una América profunda, moralista y necia, que aún cree ingenuamente que las tropas estadounidenses ejercen de Buen Samaritano en los territorios ocupados tras la guerra… Estos ejemplos dejan al descubierto la artificiosidad de las digresiones cómicas en Traidor en el infierno. Wilder no era un cineasta que se dejara tentar por la aventura ni que gustara -aunque fuera de manera ocasional- de los aspectos truculentos de una situación como aquella. TRAIDOR EN EL INFIERNO es como la evocación algo triste y muy distendida de un suceso.
Fuente de Información: Fichero del AULA DE CINE/CINE CLUB UNIVERSITARIO. Universidad de Granada. Con fines divulgativos.

Trailer de Stalag 17

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