Rumanía: El cine y el tabú social

Publicado el 5 diciembre, 2012
Foto del director rumano Christian Mungiu.
Desde hace algo menos de una década, el   cine rumano se está abriendo un hueco importante en el panorama internacional, que no para de galardonarlo con reconocimientos de toda índole y que le dedica miradas de asombro y orgullo que provienen de toda Europa. Este éxito radica, más que en su técnica o reparto, en la manera en la que ha decidido presentar la realidad de su país.

Y es que el cine rumano es como un hachazo: directo, afilado y sin compasión. Un hachazo contra la sociedad rumana, que, frente a la gran acogida que le han dado el resto de los países europeos, se desquita con él y lo rechaza, quizás dolida por su innegable sinceridad. Este cine nace como reflejo de la realidad que vive su país y su último deseo es combatirla, transformarla. Debido a este desinterés con el que lo castiga su propia tierra es quizás que se ha dicho que es un cine “hecho desde dentro para los de afuera”. Su triunfo se consolida en el extranjero, donde es aplaudido y admirado. No es de extrañar, sin embargo, si tenemos en cuenta que el séptimo arte rumano de nuestros días lleva por bandera una crudeza que hace estragos por su fuerza. El nuevo cine rumano habla de todo aquello sobre lo que había recaído el peso de una dictadura, la de Ceauşescu, que anuló cualquier tipo de creación artística libre. El cine rumano de hoy habla de todo sobre lo que se había corrido un tupido velo. Es por este motivo por el que muchos rumanos se pueden sentir incómodos  con la verdad de este cine, un cine que, si bien escuece, plasma la realidad rumana más dura, pero a la vez existente y palpable, que puede hallarse en su país y que ha sido engendrado por y para la crítica social, con una carga ideológica enorme cuyo último fin es “destabuhizar” la verdad.
El cine rumano parece decirles a sus compatriotas: “Yo enseño lo que veo. ¿No os gusta? ¡Cambiadlo! y lo que muestro cambiará también”. Son las palabras de Christian Mungiu, el más famoso de los directores rumanos, a raíz de haber estrenado su última película, Entrecolinas.
Y no sólo es un cine directo, también es directorial. En una sociedad donde la naturalidad del día a día reside todavía en la autocensura, en muchos casos no impuesta por los demás, sino por uno mismo, se demuestra que el largo ejercicio de oprimir la verdad sigue tácitamente vigente. El cine rumano es directo, habla por su múltiples voces de manera abrupta, sin tapujos, se permite el lujo de desvelar una verdad incomoda, de no acogerse a ningún tipo de molde prefabricado. Es quizás eso lo que cohíbe tanto a los rumanos, que se han criado y educado bajo el miedo a la autoridad proveniente de los largos años de dictadura que sufrió el país bajo el régimen comunista de Nicolae Ceauşescu. Un cine directorial en su intento de romper democráticamente la imperturbable quietud social, para instaurar un espíritu que no aguante más, que no acepte más las incongruencias históricas. 
Es también una pena el hecho de que, actualmente, Rumanía sólo cuente con 65 salas de cine que sólo pueden visitarse en las grandes ciudades de su territorio. Así, los ciudadanos rumanos son los que más dificultades tienen para acceder a las proyecciones de la gran pantalla y la ironía queda clara si pensamos que, cuando lo hacen, puestos a elegir, se decantan más por el cine extranjero, fundamentalmente de tipo comercial, y a menudo de origen americano, que arrasa en el país, que por la producción nacional – cine de autor – que tanto despunta fuera. ¿Os resulta familiar ver en las grandes pantallas principalmente películas americanas sin poder ver una sola película española? 
Cartel de la película 
4 meses, 3 semanas, 2 días.

Pero también es verdad que al mismo tiempo, por ejemplo, Christian Mungiu para promover su 4, 3, 2, puso a disposición de cualquier institución que tuviera un proyector y un publico, su película, de manera absolutamente gratuita. Así la vieron todos los jóvenes de Rumanía, como una lección de historia, o de antropología, o  de anatomía social, o de literatura de su realidad más próxima. Pero también la vieron todos los adultos que vivieron el comunismo, que estudiaron en las brutales condiciones del comunismo, que perdieron una mujer querida por un aborto clandestino. Un acto de gratuidad artística, una estética violenta que llego profundamente a calar en el alma social rumana.
  Por su parte, los directores que lo han hecho posible y que con él lidian desde hace años en el ruedo de este realismo atroz, comparten ciertas características: todos ellos están marcados por la sátira, el cinismo y el pesimismo -tanto a la hora de mirar el pasado, como de evaluar el presente y saben llevar estos ingredientes de sus películas a la perfección, sin que falte en ellas toques cómicos a veces de humor negro y ciertamente un punto de entusiasmo que abre la puerta a una tímida esperanza. Sus filmes, situados normalmente dentro de la geografía rumana, se alejan de la complicación, de las tramas enrevesadas  y apuestan por la simplicidad de lo cotidiano. Asimismo, lo cómico se utiliza como un instrumento que emplean a menudo para presentar imágenes que en ningún caso provocarían hilaridad, sino todo lo contrario. Es este el juego de los directores de cine rumanos, entre los que podemos destacar a algunos como Cristi Puiu (La muerte del Señor Lazarescu), Christian Mungiu (4 meses, 3 semanas, 2 días), Christian Nemescu (California Dreamin’), Radu Muntean (The paper will be blue), Corneliu Porumboiu  (Al este de Bucarest) o Catalin Mitulescu (Cómo celebré el fin del mundo). Nos hacen llegar estos cineastas historias capaces de poner los pelos de punta, plasmando sin adornos una realidad sórdida y gris que asusta precisamente por eso, por su dureza y su desgarro.
Trailer de la película “4 Meses, 3 Semanas, 2 Días“:
 
En definitiva, nos hallamos ante un cine que no tiene miedo a decir la verdad, que habla con una voz clara y potente, sin el asomo del más mínimo titubeo, que no conoce límites y que se aleja de los efectismos para plasmar el desnudo. Tiene una fuerza descomunal y una valentía intrínseca dignas de admiración que, actualmente, se ve más atenuada en las otras artes que produce la comunidad rumana (pintura, literatura, música…), que apuestan por un mayor escapismo alejándose del combate satírico. Pero además, cinematográficamente hablando, son joyas de arte, también. 

 Es este el cine rumano de nuestros días. Y lo que tiene más representativo se presentará en el Cine Club Universitario de la Universidad de Granada, en un proyecto soñado desde hace tiempo por el Lectorado Rumano de la misma Universidad y que llega a ser posible con la ayuda del Instituto Cultural Rumano de Madrid, la Embajada de Rumanía en España y la desinteresada participación de cada director que amable y gratuitamente pusieron a disposición del publico granadino las películas de La semana del cine rumano en la Universidad de Granada.
Oana Ursache
Lectora de rumano de la Universidad de Granada
Asesora cinematográfica para este ciclo

Rocío Cruz Ortiz
Licenciada en Filología Hispánica. Universidad de Granada

 

 
 
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