Imagen: Familias palestinas en la playa de Ciudad de Gaza, 27 de agosto de 2023. [© Abdelhakim Abu Riash/Al Jazeera]
Es mediados de julio del verano de 2025 y en el minúsculo pedazo de la franja de Gaza donde se acumulan dos millones de palestinos, los soldados del ejército del Estado sionista de Israel están disparando contra las personas hambrientas que se agolpan en los cuatro puntos de distribución de comida que se han autorizado. Un anciano ha caído fulminado de inanición justo cuando el voluntario le ha servido un cazo de aguaza blanca en un recipiente abollado. El hambre —que es el arma de guerra más antigua— matará a miles de personas pronto si Israel no desbloquea los accesos a la franja, donde se acumulan víveres que podrían sostener por varios meses a los gazatíes. El pueblo judío que rechaza el sionismo se ha manifestado de nuevo en Tel-Aviv portando sacos de harina y fotografías de los niños hambrientos. El Estado sionista trata de esconder la lucha interna en Israel, donde viven judíos por miles que piden que pare el genocidio en su nombre del pueblo palestino, desposeído y cercado en un inmenso campo de concentración no reconocido como tal, pero nunca un pueblo rendido a la fatalidad. Los palestinos quieren comer, quieren beber, quieren vivir. Es verano en el Mediterráneo y ellos también estarían en sus playas, disfrutando del paisaje, la familia y la amistad. En ese frágil gesto de arriesgar la vida para conseguir un puñado de harina, se condensa toda su resistencia y toda la determinación política de permanecer en su tierra, que los colonos y quienes los apoyan quieren convertir en un resort vacacional de lujo.
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Palestina libre, desde el río hasta el mar. Está escrito en cada una de las células de cada cuerpo hambriento, de cada vida martirizada en Palestina. Un mensaje de despedida del personal médico del complejo Nasser en Khan Younis de hace una semana: «Ahora mismo estamos trabajando en el hospital, y los tanques están a sólo unos metros de nosotros. Estamos más cerca de la muerte que de la vida. Los soldados no tienen compasión por un niño, ni por un anciano, ni por un médico, ni por un enfermero. Nos quedamos aquí porque somos seres humanos, y porque nuestra misión es profundamente humanitaria. Si estos cuervos nos arrebatan el alma… no nos olviden, no nos conviertan en cifras. Amamos la vida, tenemos sueños como ustedes. Tenemos hijos y esposas a quienes amamos. Pero ser realmente humano significa no abandonar a quien necesita tu humanidad. Cuéntenle al mundo sobre nosotros… Díganles que fuimos más humanos que aquellos que sólo lo fingieron. Díganles que elegimos la muerte antes que renunciar a nuestra noble misión. No digan que fuimos héroes, sólo digan que entendimos lo que significa ser verdaderamente humanos». No hay humanidad alguna sino a través de la ayuda a quien —despojado de toda humanidad para ser más fácilmente eliminado— necesita de la nuestra. No somos humanos sino en virtud de cómo tratamos a los otros. Unos niños consiguieron salvar su pecera de los bombardeos. «Y ahora vamos a salvar a los pájaros».
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Palestina libre, desde el río hasta el mar. Está escrito también en cada píxel. No más discusiones sobre la supuesta anestesia que deviene de las imágenes del horror. Los médicos del hospital Baptista al-Ahli al-Arab de Gaza hicieron el 18 de octubre de 2023 una rueda de prensa rodeados de algunos cadáveres, muchos niños, de los cientos que provocó el ataque israelí al hospital esa misma noche («No nos conviertan en cifras… no somos números»). Esa toma de posición debería zanjar el falso debate en el que nos encallamos en Occidente para no mirar nuestra connivencia con la barbarie. Sontag defendió en Ante el dolor de los demás la fuerza política de las imágenes que aún no entendía e incluso rechazaba en Sobre la fotografía. Tuvo la honradez de escribir un libro para rebatir otro que ella misma había escrito. Los palestinos no se pueden permitir el lujo de relacionarse con su genocidio como si fuera un problema de la representación y las imágenes. Sólo hace falta escuchar y atender a lo que hacen las propias víctimas que lo están sufriendo, y escuchar y atender lo que nos piden hacer. Toman imágenes, las difunden como pueden y nos piden que las distribuyamos. No dejéis de hablar de Palestina. Forensic Architecture ha reconstruido con infografías el testimonio situado del Doctor Ghassan Abu-Sittah, quien hizo la rueda de prensa en el hospital rodeado de cadáveres. Varias carpetas con más de 700 GB de Evidence Task circulan por internet y los grupos de Telegram y podemos descargarnos en nuestros ordenadores portátiles las pruebas de la barbarie antes de que algún tipo de juicio a estos crímenes contra la humanidad sea una posibilidad real. No terminamos de creernos que vivimos en un mundo en que podemos conocer, mientras está sucediendo, un proceso de colonización y un genocidio. Debemos resistirnos a que el imperio colonice nuestra percepción y nos desgarre aún más de la acción. Nadie sabe lo que una imagen puede detonar en un momento de posibilidad. Quienes afirman que nuestra capacidad de acción está limitada por la hiper-representación del genocidio, tan sólo están decretando la impotencia de las imágenes, su incapacidad de ser afectados por ellas y admitiendo indirectamente su connivencia con esa violencia que querría escapar de toda representación, volverse opaca, oscura, sin pruebas, sin testimonios, por eso los perpetradores se esconden y no muestran su rostro. Pero está ocurriendo, a los ojos de todos, como está teniendo lugar un inmenso ecocidio a gran escala. No sabemos qué hacer, no sabemos cómo hacer, pero tampoco sabemos lo que pueden las imágenes y voces que nos lo cuentan. Disparadas al vacío mediático, distribuidas con la esperanza de que encuentren su momento.
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Palestina libre, desde el río hasta el mar. O no sólo desaparecerá la franja de Gaza sino también toda Europa y el mundo entero. La ruina de Palestina es la ruina del futuro del mundo si no torcemos el plan de quienes sólo viven para dominarlo, explotarlo y monetizarlo a cualquier coste ecológico y humano. «Los valores de Occidente ya no significan nada» dice un joven Palestino. El joven sabe que muchos occidentales se manifiestan en las calles de sus ciudades, arriesgándose a la represión policial y judicial, de intensidad dispar según el apoyo de sus gobiernos al sionismo, pues no es lo mismo manifestarse con una bandera palestina en Zaragoza que en Berlín. La Universidad de Columbia, que vivió un levantamiento estudiantil hace unos meses para denunciar el genocidio en el que participan los EU, ha expulsado a 80 estudiantes por su activismo pro-palestino, ha aceptado las sanciones de Trump por antisemitismo y pagará 200 millones de multa al Gobierno si quiere recibir otros 400 millones de fondos estatales. Las prestigiosas universidades que han marcado el rumbo al resto, a los pies del sionismo, del colonialismo y del capitalismo que sustenta sus estructuras institucionales. En España, la Red Universitaria por Palestina vigila las relaciones de las universidades del país con el Estado sionista, en muchos sentidos aún turbias. La economía de la ocupación y el genocidio, la maquinaria corporativa al servicio de la colonización, sigue dando sus réditos y enriqueciendo a los que ya tienen mucho y les da igual que otros mueran para tener aún más. El capitalismo global necesita el genocidio. Las IA que utilizamos para hacer chorradas han multiplicado la capacidad de atacar objetivos de los drones. Para entender el genocidio de un antiguo pueblo del Mediterráneo necesitamos observar el proceso a escala global. La vida está en peligro y todo en el mundo está en peligro desde que los hombres decidieron organizarlo todo en torno al poder del dinero, que es el fascismo de cada día, estando el mundo lleno de riquezas y fortunas que no son dinero, la tierra cuya «voluntad es dar frutos para todos», la amistad, el amor. Esto no comenzó el 7 de octubre del 2023. El New York Times del 20 de junio de 1899, recoge la noticia de la conferencia anual de la Federación de Sionistas Americanos en Baltimore «We will colonize Palestine», decía hace 126 años el siniestro titular. La Agencia Judía de Colonización se había fundado en 1891, y el primer Congreso Mundial Sionista en 1897.
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Palestina libre, desde el río hasta el mar. Porque vivimos, en mayor o menor intensidad bajo el orden de un imperio colonial capitalista, clasista y racista. El dilema no es sólo cómo desertamos, cómo nos fugamos, cómo boicoteamos y resistimos a este orden del mundo y a ese argumentario que sostiene las falacias del sionismo, que nos acusa de antisemitas por oponernos a su plan colonial. El dilema también es cómo percibimos esta amenaza común, cómo desaprendemos la estructura del mundo que perpetúa el desastre y cómo vivimos el hecho de que «todos somos palestinos» como en otro tiempo fuimos «judíos alemanes». «Cada niño muerto es un hijo nuestro» puede oírse en las manifestaciones, que antes que un desplazamiento de la singularidad gazatí, me parece un proceso de agencia colectiva a través de la solidaridad en el sufrimiento. «El genocidio palestino es un tipo de vanguardia del fascismo contemporáneo y la sociedad de control que extiende sus formas de saqueo, borrado y desertificación de la experiencia por todo el planeta. En parte porque existen lugares como Gaza en los que poder llevarlas al extremo». Son extractos de un correo de d-0, un proceso transcomunitario, iniciado hace unos meses en distintos lugares del mundo con el fin de «salir, destituir, abolir, desvincularse de las culturas de negación de la Nakba», que significa en árabe ‘catástrofe’, ‘desastre’ y refiere la destrucción del Estado palestino tras la Segunda Mundial para el establecimiento del Estado de Israel, que entonces se hizo con un 78% del territorio obligando a éxodo a miles de palestinos. El orden del mundo, todas las instituciones que forjó Occidente como las Naciones Unidas y la Corte Internacional de Justicia (1945) o la Declaración Universal de los Derechos humanos (1948) se basan en la Nakba de 1948 y su negación.
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Palestina libre, desde el río hasta el mar. Las amigas de d-0 hablan de «la Nakba como un régimen planetario de ordenación del mundo», un desastre global que sucede en diferentes intensidades y velocidades. Incontables procesos de expulsión, de destrucción, de colonización, pues «cada Estado ha hecho (y sigue haciendo) las Nakbas que ha podido hacer», como dijo una compañera en una de las asambleas. Esta perspectiva nos obliga a preguntarnos por los procesos de expulsión, destrucción y asesinato que han sucedido en nuestro país. Es imposible que no nos venga a la cabeza el pacto internacional de no intervención en la Guerra de España, como la llamaban los brigadistas voluntarios que llegaron de todas partes del mundo en 1936, también de Palestina, árabes y judíos, a luchar contra el fascismo. Durante tres años, el mundo conoció por la prensa el horror de lo que estaba sucediendo en España, las huidas de las ciudades, los fusilamientos y masacres, las fosas, los bombardeos sobre la población civil, al servicio del golpe de estado fascista y su dictadura nacional-católica. Los trabajadores intentaron vencer al fascismo haciendo la revolución social y los trabajadores de otras naciones se solidarizaron con ellos boicoteando la fabricación de bombas destinadas a España, como atestiguan las notas dejadas por ellos en el interior de las bombas que no llegaban a detonar en España. «La causa de España es la causa de la humanidad» dijo Pasionaria en Barcelona en el recibimiento de los voluntarios brigadistas internacionales. Pero el relato por ganar la guerra, y no el de la revolución social que impugnaba el orden del mundo que la había pergeñado, se impuso. En vista de los resultados en España, el negocio de la guerra se transformó a escala europea y global a partir de septiembre del 39, cuando los nazis invadieron Polonia, tras 8 años en el gobierno. En España el franquismo implantó entonces su plan colonial interno de disciplinamiento del territorio y la sociedad. El mundo igualmente se convino con una dictadura, de la que sacaban provecho económico y militar con el negocio de la re-construcción, y que seguía condenando y asesinando a miles de presos políticos a trabajos forzados en los campos del régimen. Esta es una de nuestras Nakbas. También hubo hebras de paz viva en este país, como las hay en Tel-Aviv, NYC o Medellín. Quienes debían hacer de delatores, de sancionadores o perpetradores de la violencia, encontraron formas de no hacerlo, de ayudar a quien se supone había que atacar o del que había que defenderse. Cortocircuitos al régimen de la hostilidad que se dan cada día, de forma cotidiana, entre quienes deciden que se imponga lo humano, la convivencia y la hospitalidad.
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Los jóvenes brigadistas judíos de Palestina que formaban parte de la Unidad Botwin que luchó en España, eran casi todos miembros del Partido Comunista de Palestina que luchaba contra el imperialismo británico y sionista. Unos 200 jóvenes salieron de una Palestina donde se imponía la política de «un judío sólo da trabajo a un judío», defendida tanto por sionistas de derechas como de izquierdas. Una colonización y expulsión de los árabes de la esfera del trabajo que no era invisible a los ojos de los jóvenes comunistas palestinos judíos. Ellos volvieron a España, un lugar del que habían sido expulsados los judíos hace siglos. Muchos españoles tenían ideas antisemitas como recuerda uno de los brigadistas, Shmuel Stamler: «Un soldado español que servía en mi unidad me dijo que antes de la guerra pensaba que todos los judíos eran mercaderes y ladrones. Y ahora que he visto a los voluntarios judíos luchar por la libertad hombro con hombro con los soldados españoles está orgulloso de ser nuestro compañero». El Centro Sefarad-Israel de Madrid (inaugurado en 2011 por los entonces reyes de España junto a Simón Peres, el artífice de la limpieza étnica en Galilea y de la buen relación entre Israel y la Sudáfrica del Apartheid) organizó una exposición este año que trataba de ocultar la filiación comunista y antisionista de estos brigadistas, con la intención de recabar apoyos para la supuesta lucha antiterrorista del Estado de Israel, pero una fuerza de ocupación no tiene derecho a ninguna defensa. También hubo palestinos árabes como Nayati Sidqi y, no sólo Guardia Mora de Franco, sino también árabes del norte de África brigadistas antifascistas, muchos trabajadores emigrados a Francia, enrolados como voluntarios en las milicias populares y columnas anarquistas, como Sail Mohamed, que formó parte de la Columna Durruti. «¿Por qué no te unes a nosotros?» Le preguntó el jefe de un grupo de milicianos a Nayati Sidqi en Barcelona: «Soy un voluntario árabe y he venido para defender a Damasco en Guadalajara, a Jerusalén en Córdoba, a Bagdad en Toledo, a El Cairo en Cádiz y a Tetuán en Burgos». Sentimiento Pachequero.
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En Madrid y Barcelona hubo varios encuentros enmarcados en el proceso de d-0. En una azotea de la única capital europea de fundación árabe —,مَايْرِيط ‘Mayrīṭ’— se juntó un grupo pequeño de personas venidas de Argelia, Italia, Brasil, Egipto, España, Estados Unidos… Es un grupo variopinto, pero tenemos en común que venimos de profesiones artísticas, culturales, académicas. En mayor o menor medida participamos ya de otros procesos y colectivos. Las formas de protestas y vías de solidaridad con el pueblo palestino son muchas alrededor, por eso no nos reunirnos en torno a la afirmación militante sino para abrir preguntas desde nuestra acción restringida, compartir reflexiones, estudiar o escribir juntas, comer y beber, también, para celebrar la vida de quienes resisten al otro lado del Mediterráneo, en África, en Latinoamérica o cualquier otro lugar del mundo amenazado por la nakba planetaria. Las amigas de d-0 nos enseñan dos nociones árabes: فزعة [faza’a] y عونة [o’neh]. «فزعة [faza‘ai] implica una acción, se podría decir de solidaridad, que responde a una emergencia y busca detenerla. عونة [o’neh] es una acción de solidaridad que apoya una visión a más largo plazo, construyendo algo juntxs, como por ejemplo cuando hay una amiga que necesita construir una casa y la comunidad se une para prestar todo lo que puede para hacerlo realidad». Pese a la dispersión que impone el verano y las distancias y queremos compartir el camino del d-0 y ver qué podríamos aportar, los próximos meses y años, a un frente cultural común e intercomunalista, para desvincularnos de las culturas de la perpetración y la negación de la Nakba. Universidades, escuelas, museos, centros patrimoniales, bibliotecas, editoriales, galerías, archivos. Todo ha sido destruido en Gaza. El borrado de las culturas palestinas, del pasado vivo, permite la escritura colonial del sionismo. La mayoría del contenido de este texto surge del aprendizaje que surge del reconocimiento de la ignorancia propia, del no saber lo más concreto, lo más material, las historias de la vida en Palestina, que fueron, son o serán. Porque Palestina libre vencerá, desde el río hasta el mar. Y nos hemos constituido en Comité del Mediodía.
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El mediodía. He tenido que enfrentarme al reto de hablar de ello en varias ocasiones desde 2022, cuando leí por primera vez el término en los libros de Rodolfo Gil-Benumeya, a propósito de un proyecto que estaba desarrollando en La Madraza de Granada. El mediodía —midi, mezzogiorno— nos pareció una idea cargada de pasado y de futuro, y por lo tanto útil para un presente vivido, sentido, pensado e imaginado desde los sures, por muchas personas cuya mirada no puede apartarse de allí donde en el mundo es la medianoche, como lo es en Gaza. Y así, en la Casa de Porras del Albaicín —una antigua casa de vecinos que fueron expulsados de un barrio que ha vivido desde hace siglos sucesivos vaciamientos y colonizaciones internas— ahora vibra una utopía, la Universidad Popular del Mediodía, un espacio en crecimiento y transformación desde hace dos años que quiere resistirse a las inercias de la universidad neoliberal del capitalismo académico —a convertir el mediodía en un mero juguete intelectual o artístico— en complicidad con los saberes y artes que despreciamos por su carácter social, popular, menor y conectando con un pasado andalusí que nos haga más libres. Madraza en árabe significa ‘escuela’. En la Casa de Porras pensamos que una escuela ha de servir al conocimiento que nos ayude a vivir más felices, no a acumular saberes, lujos y privilegios, para situarnos por encima de los otros. Una escuela debe propiciar que se generen lazos de fraternidad, igualdad y emancipación social. Como toda utopía, puede ser tomada por cualquiera, como sucede con el Comité del Mediodía, que es una fabulación que permite contenernos a muchas del espectro meridional y que sólo podemos inventar juntas para contrarrestar los relatos de (sin)sentido de un mundo basado en la hostilidad. «Mediodía: un pequeño mundo psicográfico en transición, con una continuidad humana y cultural propia que no es ni África ni Europa, ni oriente ni occidente». Una geografía y una temporalidad imaginaria, y por eso puede afectar a la realidad y sus vectores de deseo que buscan rozar lo material. Y así seguimos, Porque desde el río hasta el mar, Palestina libre, vencerá.
BIO
Rafael SM Paniagua es docente, artista e investigador. Participa junto al equipo de La Madraza del proceso de imaginación institucional ¡En obras te veas!