Mundo inmundo: La necesidad de la noche

Imagen: Are almost murdered themselves though they fight for their lives typhoon saves them…, by Henry Darger (MoMA)

Escrito por
Victoria Aime

¿Estamos hechos de tal manera que para seguir viviendo tenemos que tomar a diario pequeñas dosis de muerte?

Orlando, Virginia Woolf

El campo del arte es ahora un parque temático de las luchas sociales y políticas que ningún político tiene la dignidad de defender en el campo donde tendrían consecuencias reales, es decir en el campo de la ley. Vivimos concienciados. Somos conscientes en tiempo real de todas las injusticias, desigualdades, abusos, desahucios, estafas, horrores íntimos y colectivos, violaciones grupales, actos de violencia vicaria, atentados, tiroteos, bombardeos, genocidios. ¿Y seguimos teniendo la ingenuidad de pensar que el arte puede cambiar el mundo? ¿Cómo nos podemos tragar que todo es una cuestión de representación? ¿Que cambiando las representaciones, el mundo cambiará? ¿Quién es el mundo? ¿De qué mundo estamos hablando? ¿Del mundo del arte? ¿Quién es el mundo del arte? ¿Es el mundo del arte el mundo?

No creo en el poder transformador del arte porque su influencia en el mundo y en los hombres es limitada. Es así. Por mal que nos pese, el arte nunca tendrá la fuerza de la Iglesia en el siglo XVI, del Fondo Monetario Internacional, de los gigantes tecnológicos. Sin embargo sí hay un poder de influencia contagiosa en el que creo, creo en el poder transformador del miedo. El miedo dirige, silencia, empequeñece, delata, entibia, acobarda, envilece. El miedo nos despierta por la mañana, el miedo nos hace trabajar, el miedo nos hace votar, el miedo nos hace declarar y pagar impuestos. Es un miedo material, es un miedo pequeño, no es un miedo ontológico, es un miedo de clase media, es un miedo blanco. El miedo nos hace preguntarnos por la utilidad del arte. El miedo nos hace dudar. El miedo nos hace obedecer. El miedo nos quita las preguntas de la boca. El miedo nos inocula la decencia. El miedo nos quita las emociones. ¿Cómo librarnos del miedo? ¿Quiere alguien librarse del miedo? ¿Quién quiere librarse del miedo? Ahora mismo, solo veo una solución: remplazar el miedo por el miedo. El miedo a ser mediocre, el miedo al conformismo, el miedo a dejar de sentir con fuerza. Remplazar el miedo por el miedo y seguir alimentando la rabia, no hay nada peor que la resiliencia. NO NOS ADAPTEMOS. Cuando se está en contra, se está en contra. La adaptación no es una forma de supervivencia, la adaptación es una forma de desaparición. La solución no puede ser colectiva, solo individual. Las soluciones colectivas terminan por imponer nuevos órdenes con nuevos miedos. Somos una especie egoísta y desmemoriada. Nuevas luchas remplazan luchas antiguas. El poder remplaza el poder. El horror remplaza el horror.

En lo que me concierne, en lo que concierne el campo en el que he decidido obrar, el campo del arte y más precisamente del teatro, creo en el arte que le habla a esa corriente de sangre e impulsos nerviosos encerrada dentro de una caja hecha de carne y grasa con forma humana. El arte es una emoción hecha forma y la forma es pensamiento. Preguntarse por la utilidad del arte es preguntarse por la utilidad de las emociones y del pensamiento. Cuando se empieza a debatir sobre la utilidad del arte no es el campo del arte el que hay que cuestionar sino aquello de lo que quieren que apartemos la mirada. Se habla de que el arte eduque, de que el arte sane, de que el arte luche y otras sandeces. Yo no quiero un arte que me eduque, me cure o me informe, quiero un arte que me enferme, me perturbe el ánimo y los sentidos, me recuerde que somos seres de sangre y saliva arrimados a una esfera que flota en medio de la inmensidad, que me haga preguntarme por la utilidad de la existencia, la utilidad de levantarme y trabajar, la utilidad de vivir en sociedad, la utilidad de votar y pagar impuestos, que me quite el miedo. Yo quiero que frente a la obra de arte se me borre el rostro. Quiero que el arte me asesine. La obra de arte es el único lugar donde podemos morir y resucitar. Morir y resucitar. Contagiarse a muerte. Enfermar a muerte. Acuchillarse sin dejar carne donde hundir la navaja. Convertirse en una sopa de sesos y sangre. Perder la forma humana. Y resucitar. ¿No es maravilloso? Morir y resucitar. Y esto solo se puede alcanzar a través de un trabajo concienzudo de la forma, dejando de confundir representación y mensaje.

La ficción no le hace daño a nadie. Hay ficciones que pueden rajarnos el espíritu. Y podemos desear que existan ficciones que nos rajen el espíritu. Prefiero que una ficción me reviente la cabeza que ver médicos voluntarios corriendo para recoger cuerpos desarticulados en un paisaje de escombros. Preferiría vivir todos los días que me quedan de vida las interminables tres horas que duraba Conte d’amour, de Markus Öhrn (2012), sobre el caso Fritzl, que volver a ver en la pantalla de mi móvil un solo video de cinco segundos de niños ensangrentados cogidos en brazos. Opongo aquí dos regímenes perceptivos, dos generadores de emociones. Nos hemos acostumbrado a ver casi diariamente snuff movies, aunque a estas alturas podemos hablar de snuff series, difundidas con toda legalidad a través de aparatos y vías de comunicación que nos hemos pegado a las manos y a los ojos sin que nos paremos a cuestionar su impacto en nuestros modos de percibir la realidad y la ficción. Sin embargo estamos llegando al punto de pedirle a la ficción el sentimiento de claridad que somos incapaces de encontrar en el mundo real.

Nos estamos volviendo incapaces de sentirnos desamparados frente a la obra de arte, incapaces de convivir con el silencio interior que cada uno tenemos dentro, aunque sea una hora. Queremos una emoción instantánea, entendible y vinculada a un mensaje que se pueda expresar en menos de cinco palabras y frente a la que podamos exclamarnos con dos palabras. Dejadme decir que esa emoción solo puede ser una emoción estúpida. Para sentir, se necesita duración, quietud, oscuridad, soledad y silencio. La emoción que yo busco nos quita las palabras de la boca, nos despoja de la inteligencia, nos devuelve a la infancia, al grito antes de la palabra.

Sobre la autora

Victoria Aime es creadora en artes vivas y traductora. Su trabajo se centra en los motores de la sensorialidades, la emergencia de las imágenes y el ritmo. Su teatro se encuentra en la encrucijada entre la performance y la instalación donde convoca la historia del arte y de las ciencias para proponer obras que os extraiga del ritmo cotidiano. https://www.victoriaaime.com/

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