La algarabía de Hodei

Escrito por
Daniel J. García López - danieljgl@ugr.es

Nunca se logra entrar en un laberinto de espejos. Posiblemente sea la atracción de feria más temida. Porque un laberinto de espejos nos sitúa ante el vacío que se produce en cada instante. Porque un laberinto de espejos no es más que un conjunto de voces que trafican con destinos y un cierto olor a vidrio frío. Por eso nunca, aunque se entre, nunca se logra entrar. Y es que un laberinto de espejos puede ser también de madera sólida, opaca y deshabitada.

[Carne que se hace madera, madera que se hace cuerpo, cuerpo que deviene ceniza. Esa es la medida exacta. Un riego por goteo sobre un cáliz que bien podría hacerse medianoche]

Hodei Herreros nos presenta la ceniza que queda en las uñas al escarbar la tierra. Nos reta a un laberinto de madera. Dámela. Bajo una frontera entre carmín y escarlata, en este laberinto la identidad es cuneiforme y se inscribe en el cuerpo con punzones. Pero Herreros no apela a una estética del miedo. Más bien a una ontología del umbral. Las obras que encontramos en la Madraza de la Universidad de Granada nos muestran el pliegue que sostiene la imagen y la desmorona. ¿Cómo habitar la ausencia de una flor?

[A la medianoche, las ruinas de la historia. Una arquitectura que solo ofrece desplazamiento, sin refugio]

La topología inestable se nos revela como una espera. Dame la. O sobre la precariedad de la presencia, más aún en este backroom de la identidad donde el espacio pone en tensión la posibilidad de la extensión de los cuerpos. Manos, lazos, puertas, clavos y una presencia suspendida ante el espejo carcomido, ante cada hueco que deja un reflejo en este laberinto dibujado por Herreros. Las bibliotecas se llenaron de infierno.

[quizá como umbral, borde o límite]

Dámela, dame la, dame là, aquí, como quien con maldición o condena, damnè, es capaz de encontrar sentido al laberinto de un adverbio. Hodei Herreros nos enseña a esto: restituir a lo común aquello que había sido separado. Porque la identidad no nos pertenece como una propiedad. La identidad es carbono, oxígeno, hidrógeno, nitrógeno y mucha ceniza. Herreros nos invita a ese gesto. Nos invita a profanar el laberinto. Porque si nunca se logra entrar es porque quizás ya estemos dentro. Y no como destino trágico. Sino como feliz y común algarabía.

[inspirar

 expirar

respirar

conspirar]