DANZANTE nace como un viaje íntimo y necesario: un intento de dar cuerpo y voz a aquellas memorias silenciadas del colectivo LGTBI en la España rural del siglo XX. La idea inicial surge del relato real de Lamparilla, un personaje queer cuya memoria aún habita las calles de Toro (Zamora), envuelta en un eco ambiguo de burla, cariño, vergüenza y resistencia. Su historia, recogida por el folclorista José Luis Gutiérrez “Guti” a través de años de escucha en pueblos de Castilla y León, se transmite como una leyenda viva, un susurro que atraviesa generaciones.
Pero DANZANTE no es solo la evocación de una figura del pasado. En Lamparilla también reconocí algo profundamente mío. Aunque nací en otra época, más cercana y aparentemente más libre, comparto con él el haber crecido en un entorno rural donde la disidencia no siempre fue posible sin heridas. Donde el miedo, la vergüenza y la violencia —quizá transformadas, más sutiles, más soterradas— seguían marcando el horizonte de quienes nos salíamos de la norma.
Ese espejo intergeneracional fue el punto de partida de un proceso de creación que se volvió también proceso de sanación. DANZANTE se construye como un puente entre tiempos y cuerpos: el suyo, el mío, el de tantas personas que han vivido con la piel vuelta hacia dentro, buscando cómo habitar el mundo sin dejar de ser. En este trabajo coreográfico, no busco reconstruir una historia, sino invocar una emoción colectiva. Que el cuerpo recuerde lo que la palabra no pudo decir.
El proceso creativo ha sido una travesía donde lo documental y lo poético se entrelazan. Lamparilla está presente como mito y como espejo. Yo estoy presente como testigo y como herida. La danza se convierte en un lenguaje que permite que ambos existamos sin tener que explicarnos, sin tener que justificarnos. Un cuerpo que se mueve es también un cuerpo que resiste, que transforma el dolor heredado en otra cosa: en memoria, en gesto, en belleza.
He trabajado con el cuerpo como archivo vivo, como espacio donde se inscriben los silencios y las ausencias, pero también los actos de ternura, de celebración, de afirmación. La música, los paisajes sonoros rurales, los retales de lo popular y lo íntimo, forman un tejido que envuelve esta pieza como un manto que abriga lo que nunca se dijo.
DANZANTE es, en el fondo, una ofrenda: a Lamparilla y a quienes fueron como él; pero también al niño que fui, al adolescente que calló, al adulto que danza hoy. Porque recordar no es solo mirar atrás: es también construir un presente más habitable. Y en ese acto, la danza se vuelve testimonio, resistencia y deseo de futuro.
Cristian Martín es un bailarín con una amplia experiencia en el mundo de la danza. Aquí comparte el proceso creativo de DANZANTE, su nuevo proyecto, un solo con la memoria y el compromiso social.