Año de estreno: 1958. Duración: 120 min. País: EE.UU. Género: Crimen/Drama.
Título Orig.- I want to live! Director.- Robert Wise. Argumento.- Las crónicas periodísticas de Edward Montgomery y las cartas de Bárbara Graham. Guión.- Nelson Gidding y Don Mankiewicz. Fotografía.- Lionel Lindon (B/N). Montaje.- William Hornbeck. Música.- John Mandel. Músicos de jazz.- Art Farmer, Shelly Manne, Red Mitchell, Gerry Mulligan y Bud Shank. Productor.- Walter Wanger. Producción.- Figaro Productions para United Artists. Intérpretes.- Susan Hayward (Bárbara Graham), Simon Oakland (Ed Montgomery), Virginia Vincent (Peg), Theodore Bikel (Carl Palmberg), Wesley Lau (Henry Graham), Philip Coolidge (Emmett Perkins), Lou Krugman (Jack Santo), James Philbrook (Bruce King), Barlett Robinson (El fiscal del distrito), John Marley (padre Devers), Joe De Santis (Al Matthews).
1 Oscar: Actriz principal (Susan Hayward). 5 candidaturas: Director, Guión adaptado, Fotografía en B/N, Montaje y Sonido (Gordon Sawyer).
Temática:
Entre las muchas virtudes de un cineasta como Robert Wise no figura la sutilidad. Pero esa falta de sutilidad es, precisamente, lo que llega a dar una fuerza arrolladora a ¡QUIERO VIVIR!, film de vocación realista que cuenta la historia de Bárbara Graham (Susan Hayward), una mujer que acabó sus días en la cámara de gas, condenada por un crimen que, al parecer, no había cometido. Entre sus propósitos, nada encubiertos, figura el de dar salida a un discurso contra la pena de muerte -oportuno de recordar en estos tiempos en los que medio mundo se dedica a masacrar al otro medio ante la indiferencia casi generalizada-, al cual sirve sin refinamiento alguno: Cuando Bárbara Graham, que ya ha sido condenada, está en el sillón del dentista, su postura y la posición de sus manos le hacen pensar en la silla de la cámara de gas y reacciona apartando las manos de los brazos del sillón (Robert Wise se encargó de planificar la escena de tal forma que la asociación de ideas de la mujer fuese evidente; además, de ahí se pasa a un plano cenital de Bárbara tumbada en el camastro de la celda y la cámara se aproxima lentamente en zoom a su rostro para mostrar su inquieto sueño); antes de la ejecución se concede espacio para una breve escena entre ella y su pequeño hijo que busca, sin disimulo, conmover; hay una minuciosa descripción de los preparativos del gaseamiento en la prisión de San Quintín; los aplazamientos de la ejecución no aparecen como posibilidades de la llegada de un indulto en el último momento, ya ante la puerta de la cámara de gas, sino como una sucesión de torturas para la condenada a muerte; y, por encima de todo, está el gesto final del periodista Ed Montgomery (Simon Oakland), cuyos artículos, se dice, ayudaron a construir el guión de la película: Montgomery es sordo y, una vez gaseada Bárbara, desconecta con gesto hosco su audífono para aislarse de los asistentes a la ejecución, para no oír sus comentarios. No se puede hablar más claro.
Valoración:
El frenético relato de la mala vida de la Graham, que le lleva a una acusación de haber asesinado a una mujer mayor y la consiguiente pena de muerte, constituye una brillantísima primera media hora movida por el ánimo desbocado de una mujer “sátira, astuta, con alma de tigresa, con la mala suerte de ser joven, amoral, atractiva, y culpable hasta el cuello”, tal como la describe uno de los periodistas. Frente a ese sensacionalismo y el linchamiento moral, Wise propone una vez más un intento de veracidad, conjugando un cierto tono documental y periodístico con la estilización del tratamiento visual del film y la progresiva relajación del tempo, sustituyendo las atrevidas elipsis de la primera parte, por un estiramiento de los minutos, para ir llegando al tormento interior de esa mujer que no tiene por qué sufrir la tortura de una muerte lenta, independientemente de si es o no culpable, según la tesis contra la pena máxima que esgrime Wise. El director, que asistió personalmente a una ejecución para tratar de dotar del mayor realismo al proceso final, se esmera en la creación de una tensión casi insoportable con todos los detalles que preceden a la muerte de la condenada: El descubrimiento de la cámara de gas, la minuciosa preparación de las bolsas que producirán el gas letal, la última comida, la confesión, el lento paso del tiempo, las palancas y mecanismos asesinos, el público morboso que va a ver la ejecución (en una lectura paralela a la de los espectadores en el combate de boxeo de su magistral Nadie puede vencerme), la posibilidad de un indulto a través del teléfono, el aplazamiento momentáneo y torturador, la llegada inminente de la muerte… un proceso que intenta recuperar de manera bastante similar (pero fallida) Tim Robbins en su Pena de muerte (Dead Man Walking, 1995), igual que la relación final de la condenada con su guardiana recuerda a la de Bailar en la oscuridad (2000), de Lars Van Trier.
¡QUIERO VIVIR! está concebida como un itinerario que conduce fatalmente a ese final, siempre con la misma redundancia, la misma falta de sutilidad: El inicio, p.ej., ambientado en un club nocturno, es una sucesión de planos inclinados con fondo de música de jazz y figurantes con cigarrillos en los labios que mueven la cabeza siguiendo el ritmo, y sirve tanto a los tópicos hollywoodienses sobre la atmósfera de esos locales en los años cincuenta cuanto de advertencia moral a los peligros que acechan a las vidas torcidas; cuando Bárbara dice que va a casarse y sale de la habitación donde ha estado jugando al póker, uno de sus compañeros hampones derriba el castillo de naipes que acaba de construir; la idea visual es fácil: Aquí se juega a la evidencia. La fotografía busca zonas de luz entre las sombras para subrayar una sonrisa de escepticismo, unos ojos soñolientos, un espejo con el azogue sucio o empañado de aliento alcohólico, una inoportuna fotografía familiar dentro de una cartera abierta, el gastado cuero de unos bongós, las sobadas cartas de una baraja de póker, un sentimiento de indefensión y soledad en la negrura de una celda…, siempre con la pretensión de dar al relato un aire casi documental, lo cual se logra concediendo también espacio a la prensa por medio de noticias emitidas en los televisores y de la presencia de periodistas.
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