Año de estreno: 1995. País:EE.UU. Duración: 134min. Género: Western.
Título Orig.- Dead man.Director y Guión.- Jim Jarmusch.Fotografía.- Robby Müller (B/N).Montaje.- Jay Rabinowitz. Música.- Neil Young.Productor.- Demetra J. McBride. Producción.- 12 Gauge Prod.- Pandora Film – JVC – Newmarket Capital Group para Miramax Films.Intérpretes.- Johnny Depp (William Blake), Gary Farmer (Nobody), Lance Henricksen (Cole Wilson), Michael Wincott (Conway Twill), Mili Avital (Thel Russell), Crispin Glover (el fogonero), Eugene Byrd (Johnny “the Kid” Pickett), Iggy Pop (Salvatore “Sally” Jenko), Billy Bob Thornton (Big George), Jared Harris (Benmont Tench), Gabriel Byrne (Charlie Dickinson), John Hurt (John Scholfield), Alfred Molina (el misionero), Robert Mitchum (John Dickinson).v.o.s.e.
Candidata a la Palma de Oro del Festival de Cannes
Música de sala: El asesinato de Jesse James por el cobarde Robert Ford (The assassination of Jesse James by the coward Robert Ford, 2007) de Andrew Dominik. Banda sonora original de Nick Cave & Warren Ellis.
Trailer de «Dead Man (1995)»
Críticas del estreno:
«Una película del oeste en blanco y negro dirigida por el autor de Extraños en el paraíso, Bajoel peso de la ley, Mistery Train y Noche en la tierra se prometía tan insólita y rarita como luego, efectivamente, resultó ser. No sorprende, por tanto, que DEAD MAN acabe inscribiéndose, por méritos propios, en el catálogo más genuino de westerns extraños y fuera de norma, casi fronterizos con los códigos habituales del género. Títulos que también pueden reclutarse entre los filmados por otros cineastas igualmente ajenos a la épica del West, como serían -entre varios- George Cukor (Elpistolero de Cheyenne), Jacques Tourneur (Una pistola al amanecer) o Joseph L.Mankiewicz (El díade los tramposos).
Contemplativo y existencial, pictórico y minimalista en sus hallazgos más estimulantes, el western de Jarmusch le sigue los pasos a un tal William Blake, ingenuo y atildado petimetre del Este en peregrinación fugitiva por el salvaje Oeste, bajo la protección de un indio culto y obeso, adicto al tabaco, que le confunde con la reencarnación del poeta, pintor y visionario británico del mismo nombre y cuyos versos se sabe de memoria. Un viaje que conduce desde el territorio de la inocencia y de las certezas hasta el otro lado del espejo donde habitan el peligro, la maldad, la fragilidad y la vulnerabilidad de la existencia.
La película, con todo, acaba perdiéndose por los vericuetos de una persecución que Jarmusch no sabe reconducir y en la que se encuentra incómodo, por lo que el ensayo deviene un verdadero anti western, una rareza curiosa que remite, en sus mejores momentos, a una iconografía plástica y fotográfica de raíces históricas preñadas de autenticidad, pero que tiene graves dificultades para integrar su alto grado de formalización en la estructura narrativa del género».
Texto:
Ángel Quintana, “Dead man” en “Cannes 95: el festival de los 100 años”,
Rev. Dirigido, junio 1995.
Reseña –tres años después- (1998):
«Presentada bajo la forma de película de itinerario, DEAD MAN es, antes bien, algo así como el esqueleto completamente descarnado de los relatos clásicos de iniciación y de aprendizaje de la vida. Se podría decir, incluso, que se trata de uno de tales relatos clásicos reducido aquí a su estructura narrativa. El inicio no deja lugar a dudas: un hombre, William Blake (Johnny Depp), viaja en tren con destino a un pequeño pueblo llamado Machine llevando consigo una carta en la que le ofrecen un trabajo de contable. A través de siete brevísimas secuencias separadas entre sí por seis fundidos en negro, el cineasta Jim Jarmusch intenta expresar la monotonía del viaje y del paso del tiempo combinando los primeros planos y las miradas del personaje con contraplanos el paisaje que Blake ve por la ventanilla o con los sucesivos cambios de viajeros en el vagón (lo cual da una idea del viaje largo que efectúa el personaje: Blake es el único viajero común a las siete secuencias). En DEAD MAN el fundido en negro es el eje visual del trabajo de realización, pero para entrar en la película es preciso atender a su sentido (que Jarmusch expone antes de los genéricos: se puede entender como una advertencia pero también como un deseo de mostrar el juego desde el principio). La llegada del viajero a Machine da origen a una sucesión de incidentes que, separados siempre por el fundido en negro, van exponiendo (con una cierta aridez que coquetea con la retórica) no tanto el proceso de aprendizaje de William Blake cuanto su conversión en signo, o, por decirlo de otro modo, su lenta transformación en el modelo tradicional teórico de este tipo de relato. Jarmusch se toma tiempo para explicarlo: ciento treinta y cuatro minutos; duración excesiva que el cineasta intenta enriquecer con una hermosa idea que, empero, no llega a tener la fuerza que podía haber tenido: Blake, fugitivo de Machine, acusado de haber asesinado al hijo del propietario del negocio de metalistería en el que le habían ofrecido trabajo, así como a la novia de éste, es perseguido por tres cazadores de recompensas (y por algunos espontáneos, atraídos por el dinero), pero conoce a un indio, Nobody que, a causa de la coincidencia del nombre, ve en él al espíritu del poeta William Blake, cuya obra conoce bien por haber sido educado entre blancos, y ambos siguen un viaje que es tanto una fantasmagórica aproximación a la obra del poeta (a través de los diálogos y del personaje del indio) como el moroso cabalgar al encuentro de una muerte demorada (de hecho, el indio Nobodycree desde el primer momento que el hombre que cabalga a su lado está muerto). Una apuesta difícil que no logra superar el escollo de la irregularidad, en la que lo obvio y lo banal se dan la mano con lo misterioso, a veces dentro de la misma secuencia y que inspira simpatía por su voluntad de ir a contracorriente».
Texto:
José María Latorre, “Dead Man: en el nombre de William Blake”, en “Última sesión”,
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