Ben-Hur (1925)

Área de Cine y Audiovisual

“una especie de Dunkerque del mundo del cine: una humillante derrota transformada, después de grandes pérdidas, en una brillante victoria”.

Kevin Brownlow

Introducción

Publicación dedicada a Ben-Hur (1925), película que, el 16/10/18, a las 21:00 horas, en la Sala Máxima del Espacio V Centenario de la Universidad de Granada (Antigua Facultad de Medicina), inicia el ciclo Cineclub universitario meets Granada Paradiso (II): Mathis/Lupino/Hayworth – Tres creadoras, tres estrellas. Intertítulos en inglés subtitulados en español. Entrada libre hasta completar aforo.

La épica de los desfavorecidos: Pérdidas, separaciones y reencuentros

Ben-Hur arranca con una Virgen María (Bronson) tan pura y hermosa –y en color- que todo el que la ve se vuelve al instante más bondadoso, incluso el posadero que le cede un establo. Entonces la película da un salto hacia delante de 30 años para mostrar a un joven y varonil Ben-Hur (Ramón Novarro). Toda su vida ha escuchado que el Nazareno nacido de María liberaría a los judíos del yugo romano. El afán de revancha de Ben-Hur y su belicosa idea del Mesías dan al film un ímpetu que solo Espartaco igualó 35 años después. Su orgullo judío será puesto a prueba cuando su mejor amigo desde la infancia, Mesala (Bushman) regrese a Jerusalén convertido en legionario romano. La arrogancia de Mesala desestabiliza a Judah pero no destruye su afecto y lealtad hacia él. Así, emocionado, hace ver a su madre (McDowell) y a su hermana Tirzah (Kathleen Key), lo espléndido que se ve su amigo durante un desfile con el nuevo gobernador romano. Pero sin querer, Judah hará caer una teja sobre la cabeza de éste. Entonces Mesala no titubea en acusar a los tres de ser conspiradores contra Roma. Manda a las dos mujeres a prisión (donde olvidadas en una mazmorra, contraerán la lepra) y a Judah a una muerte más que segura como esclavo de galeras en la flota romana. Toda esta épica de los desfavorecidos dramatiza, con inusitada fuerza, el tema del colonialismo. Fred Niblo, su director, alterna grandes y abigarrados planos de Jerusalén como una colmena humana, con planos más cerrados y breves de los oprimidos, hombres y mujeres, que “zumban” en su interior. Cuando Judah, por accidente, tropieza con un soldado romano, éste se enfurece y se burla de él insinuando que debe ser una costumbre judía “caminar hacia atrás”. Niblo sabe suavizar la tensión general con pequeñas dosis de comedia, incluyendo un tierno encuentro “alado” entre Judah y Esther: cuando ella compra una paloma y ésta escapa, Judah que pasaba por allí, corre presto entre peatones y cabalgaduras para atraparla y devolvérsela; con este sencillo instante romántico, las presentaciones ya han sido hechas. Y es que Ben-Hur trata sobre pérdidas, separaciones y reencuentros en medio de vastos y áridos paisajes.

Cierre: Dramática y Rompedora

Los intermitentes encuentros de Judah con Jesús comienzan en sus días de esclavo cuando el carpintero lo reconforta ofreciéndole un poco de agua. Jesús acabará enseñando a Judah la no violencia, si bien no antes de que éste luche contra los piratas y alcance lo más alto en la cruenta carrera de cuadrigas. En esta película, la venganza es un plato que se sirve mejor caliente y a la que se renuncia solo después de haber sido bien saboreada y consumida. En sus mejores momentos, Ben-Hur es visceralmente dramática y sorprendentemente rompedora. Poco después de que las trirremes romanas –galeras de guerra con tres filas de remos- se deslicen majestuosas ante nuestros ojos, Niblo muestra a los esclavos remando a golpe de un inmisericorde timbal. El cineasta monta entonces un travelling de aproximación al incansable timbalero con varios planos amplios de la cubierta inferior del barco, como si de un infierno dantesco se tratase. El general Quinto Arrio (Frank Currier), impresionado por la actitud desafiante de Judah, ordena que lo desencadenen justo antes de que la flota entre en combate contra unos despiadados piratas. Toda la batalla naval está repleta de momentos pesadillescos como esos planos en los que vemos a un soldado romano, prisionero de los piratas, que es atado a uno de sus navíos antes de que este embista contra una trirreme.

Niblo emplea todo un lujo de detalles para meter al espectador en la acción, muy especialmente cuando orquesta la carrera de cuadrigas, convertida en una lucha a muerte entre Judah y Messala. Rodada durante seis días y con una cantidad de recursos técnicos jamás vista en el cine, la tensión asciende con cada choque de las ruedas de los carros y con cada frenético latigazo; cada cambio en la disposición de los corredores nos altera y hace subir nuestra adrenalina. Las cámaras filmaron la carrera desde todas las posiciones incluso a la altura de las pezuñas de los caballos. Sin embargo todo esto hubiera sido en vano si Bushman no actuara como un temible adversario de afilada mirada y Novarro no respondiera como todo un héroe de acción. Que toda la secuencia sea tan electrizante es resultado del hábil equilibrio conseguido entre el dinámico movimiento y el espectáculo.

Fuente: Cuaderno del Cineclub Universitario / Aula de Cine.

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