Año de estreno: 1957. Duración: 126 min. País:EE.UU. Género: Comedia.
Título Orig.- Love in the afternoon. Director.- Billy Wilder. Argumento.- La novela “Ariane” de Claude Anet. Guión.- I.A.L. Diamond y Billy Wilder. Fotografía.- William C. Mellor (B/N). Montaje.- Leonid Azar. Música.- Franz Waxman. Productor.- Billy Wilder. Producción.- Billy Wilder Prod. para Allied Artists. Intérpretes.- Gary Cooper (Frank Flannagan), Audrey Hepburn (Ariane Chevasse), Maurice Chevalier (Claude Chevasse), Van Doude (Michel), John McGiver (Monsieur X), Lise Bourdin (Madame X), Paul Bonifas (el comisario), Audrey Wilder (la chica morena).
Temática:
La vida cinematográfica de Wilder puede dividirse en dos grandes partes: El trabajo en la Paramount con Brackett y el trabajo para los hermanos Mirisch con Diamond. El primer guión escrito en colaboración con Diamond fue ARIANE.
Diamond y Wilder convirtieron la idea original de ARIANE (el argumento está sacado de la novela “Ariane”, de Claude Anet, que se basaba en el hecho de que una virgen, por amor a un hombre vividor, finge a su vez ser una dama vividora) en una especie de comedia de Edipo. Así como Edipo intentando averiguar quién fue el asesino de su padre se descubre a sí mismo, así el padre de Ariane, contratado como detective por un millonario celoso, descubre a su propia hija. También la orquesta zíngara (Gyula Kokas, Michel Kokas, George Cócós y Victor Gazzoli, que Wilder había descubierto en un local de París), que pone al servicio del seductor Frank Flannagan como apoyo y telón de fondo de sus artes seductoras, es algo así como una parodia del antiguo coro. También están allí para evitarle al seductor el diálogo de la seducción y, sobre todo, el diálogo de “después”. Si se dispone de gimoteantes violines zíngaros ya no se necesitan más ternuras superfluas, lo que para un don Juan sobrecargado supone una gran ayuda. Al mismo tiempo, los músicos son también la contrapartida para el celoso solitario -precisamente “el coro”- que se los lleva incluso a la sauna. Wilder encontró ahí un extraordinario gag, ya que el agua se metía y se acumulaba en las cajas de los violines. De vez en cuando los músicos tenían que vaciar los violines, y los otros las trompetas.
Todavía hoy se percibe el brillante humor que dominó entonces el rodaje en París, un ambiente de champán, que la película sigue transmitiendo. ARIANE es una paradoja, una película frívola en medio del extremo puritanismo de los años cincuenta: Cosquilleante champán en lugar de la rancia acidez de la moralina.
Naturalmente, pueden descubrirse en la película los temas preferidos de Wilder: La simulación (Ariane) como verdad; la juventud que es más lista que la vejez; la inocencia que tiene más experiencia que la rutina sexual; el amor que vence a los llamados vicios; finalmente, la mujer que da una lección al hombre. En muchas películas de Wilder, los que aparentemente tienen más experiencia, los más poderosos, los que hace tiempo que han salido del cascarón, al final son las marionetas de las mujeres aparentemente inexpertas, inocentes e indefensas. El tipo de la mujer-niña Audrey Hepburn le parece al director una personificación particularmente acertada de esta combinación.
Valoración:
Contrariamente a lo que se suele pensar, el cine de Billy Wilder puede deparar aún muchas sorpresas. Es cierto, por un lado, que aún es de recibo entre cierta cinefilia -primer tópico- creerse su fama de cineasta demasiado evidente, tan poco sutil como algunos de sus personajes. Y también sucede, por otra parte, que las continuas reposiciones y los innumerables pases televisivos de sus películas siguen alimentándose -segundo tópico- de la imagen de un Wilder dicharachero y feroz, malicioso y cínico, sórdido y nihilista: Un centro europeo escéptico en la ingenua corte hollywoodiense. Pero seamos serios: ¿Qué hay de verdad en estas dos leyendas?
Tomemos, por ejemplo, una película como ARIANE, durante muchos años invisible y ahora felizmente recuperada. Primera colaboración de Wilder con el que se convertiría en coguionista habitual de la segunda parte de su carrera, I. A. L. Diamond, el punto de partida parece ser el éxito de la fórmula Sabrina -con la que comparte actriz protagonista, Audrey Hepburn-, retomada aquí tras el estruendoso fracaso de El héroesolitario: En efecto, una mezcla perversa de fábula en apariencia rosa y cuento cruel sobre la virginidad y los mitos románticos, la película se centra en una encantadora jovencita francesa (Ariane: Hepburn, por supuesto) perdidamente enamorada de un playboy yanqui que responde al impagable nombre de FrankFlannagan (Gary Cooper) y celosamente vigilada por su padre (Maurice Chevalier), un detective privado especializado en asuntos amorosos. El tono, de esta manera, es agresivo y burlón, no parece dejar títere con cabeza, presenta un inenarrable París de celofán y opereta, y propone una sistemática demolición de la figura del macho americano, todo ello de un solo golpe. Pero a la vez el resultado final está más cerca de ¿Qué ocurrió entre tu padre y mi madre? que de La tentación vive arriba, y el acercamiento de Wilder al material que tiene entre manos se revela mucho menos despiadado de lo que aparenta, una reivindicación de la autenticidad frente a las trampas y las máscaras de las convenciones sociales.
Por un lado, pues -como en ¿Qué ocurrió entre tu padre y mi madre?, pero también como en El apartamento o En bandeja de plata, por citar únicamente dos de las grandes obras maestras de Wilder-, el impávido Cooper deja atrás su atribulada vida amorosa para permanecer junto a la única mujer que se ha enamorado realmente de él. Por otro, sin embargo, Ariane se convierte a sí misma, en el transcurso de la película, y aunque sólo sea en su imaginación, en una experimentada amante, en una mantenida de lujo de existencia sospechosamente parecida a la de Flannagan. ¿Dónde está el Wilder del humor de trazo grueso y la mirada insidiosa? ¿Dónde termina el fingimiento y empieza la sinceridad, tanto en lo referente a los personajes como al director?
Esta última es la gran pregunta que plantea el cine de Wilder y también el pivote alrededor del cual gira ARIANE, que, como muchas de sus películas, se dedica a mostrar y poner en escena esa contradicción desde un punto de vista claramente simbólico. Frente a la mezcla de candidez y malicia de Ariane, el personaje de Cooper se revela algo así como una fantasmagoría, un héroe de una sola pieza, un galán de guardarropía: Su teatro es la habitación del hotel donde seduce a sus conquistas, y su única arma, aparte de sus modales claramente démodés, el cuarteto de zíngaro que pone música de fondo a sus aventuras.
¿Acaso no nos está hablando Wilder de los restos del cine clásico, de los despojos del romance hollywoodiense, reducido en fecha tan tardía como 1957 a sus signos más superficiales: Un actor como Cooper -significativamente ya aquejado de cáncer en la época-, una canción como “Fascinación”? Al final de la película, las tretas de Ariane resultan ser más efectivas que las de Flannagan y la jovencita se lleva el gato al agua: El playboy cede, la arrastra hacia su vagón ya en marcha y deja en tierra a sus adorados zíngaros. El tren del nuevo Hollywood ya no necesita música de fondo. Y ARIANE se revela, así, no tanto una comedia como un ejercicio de estilo sobre el propio género.
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