Para La noche es nuestra me dieron una premisa, pero era totalmente amplia, es decir, básicamente me indicaron que debía tratarse de policías y tenía que tener persecuciones automovilísticas. Esa amplitud fue la que me decidió a aceptar el trabajo. Desde un principio me dije a mí mismo, y se lo comenté también a mi esposa, que realmente no tenía importancia qué historia escribiera ni qué película filmara porque, en definitiva, siempre había alguien que se iba a arrepentir de haber pagado para verla y que iba a decir que debía haberse quedado en su casa viendo Policías de Nueva York por televisión. Hablando en serio, simplemente quería hacer un largometraje que fuera lo contrario de las películas posmodernas sobre policías. De modo que no iba a contar una historia sobre un policía que en realidad fuera un chimpancé con cabezas intercambiables, ni cualquier otra cosa extraña ni ridícula como las que se suelen ver en estos días en las películas policiales. Es decir, lo último que me interesaba era hacer cualquier innovación en el género. De hecho, quería que la película tuviera cierto estilo anticuado.
(…) Mi director de fotografía y yo tomamos la decisión de que queríamos crear un largometraje que se viera como si hubiese sido una película de hace treinta años que ha sido descubierta y restaurada. (…) En cualquier caso, queríamos que el film tuviera el aspecto de una pintura, es decir, el estilo de las películas antiguas en las que hay una falta de contraste que casi parece palpable, en donde las personas de raza negra aparecen con la piel de un tono marrón barnizado. (…) estábamos decididos a reflejar un aspecto mucho menos brillante de la vida en Nueva York.
(…) En La noche es nuestra quería hacer un film mitológico. Quería que hubiera ecos del cine bélico. No necesariamente de Irak, aunque… Cuando el padre, interpretado por Robert Duvall, dice: “O estás con nosotros o estás con los traficantes”, eso es una paráfrasis evidente de George W. Bush hablando de los terroristas. Quería que resultase claro que al final, cuando Joaquín mata al traficante, todo se hace sin alma, sin alegría: no hay catarsis alguna. Me inspiré mucho en Ran, de Kurosawa, para la escena de los juncos, el humo… Quería filmar un renacimiento mitológico. Discutí mucho sobre esto con el director de fotografía: recurrir a una imaginería guerrera fue deliberado. Vimos juntos imágenes de la batalla de Wei, en Vietnam, para la escena en la que la policía asalta el lugar en el que se comprueba la droga. En el fondo, la policía era mi coartada para hacer una película de guerra, un film mitológico (…).
James Gray
Presentación
El martes, 8 de mayo de 2018, a las 21:00 horas, en la Sala Máxima del Espacio V Centenario, el Cineclub Universitario / Aula de Cine proyecta La noche es nuestra (2007). Película integrada en el ciclo “Cineastas del siglo XXI (III): James Gray“, en versión original con subtítulos en español. Entrada libre hasta completar aforo.
Relectura del género policíaco de los setenta y ochenta
La otra cara del crimen, el film más logrado de Gray, es una especie de resituación en clave de melodrama criminal de la viscontiniana Rocco y sus hermanos, y narra igualmente un regreso al hogar, el de un individuo que ha pasado una temporada en prisión por no delatar a sus amigos, y la manifiesta imposibilidad para escapar de las actividades delictivas a las que el propio contexto familiar le aboca. La familia, la rivalidad entre hermanos y los ambientes neoyorquinos que pertenecen a los inmigrantes rusos, en este caso narcotraficantes, se dan cita de nuevo en La noche es nuestra, una película que podría verse como un compendio de todo lo poco, pero intenso, realizado por Gray hasta la fecha. El film se inscribe, además, en esa especie de relectura nada melancólica que el cine norteamericano contemporáneo ha emprendido con el género policíaco de los setenta y ochenta, aunque aquí se trata más bien de atmósferas que de gestos, de formas de pensar antes que de reconversiones estilísticas: Es lo que diferenciaría La noche es nuestra.
Gray invierte el proceso más o menos habitual en los policíacos nihilistas de las últimas décadas. Los policías son intachables, en cuanto son profesionales que cumplen con su trabajo, mientras que aquí es un individuo que pertenece a ese otro lado del crimen el que, debido a una serie de motivos esencialmente de deuda familiar, cambia su papel y colabora con la policía en la desarticulación de un gang ruso. Estamos en el terreno de los afectos y enfrentamientos familiares sobre el que Gray ha cimentado su obra hasta el momento: El personaje encarnado por Joaquín Phoenix ha crecido deprisa en los ambientes de las discotecas nocturnas donde se trafica y se consume droga, y esa ha sido una situación más o menos tolerable por su hermano, Mark Wahlberg, y su padre, Robert Duvall, dos miembros respetados del cuerpo de policía neoyorquino. Las dudas y las contradicciones llegan al cebarse la violencia de manera casi ritual en esta familia dividida. Es entonces cuando el personaje de Phoenix debe tomar una drástica decisión. Pero no interesa tanto el resultado como el proceso, y como este proceso, el del pequeño pero inofensivo mafioso que acaba situándose al lado de los que son verdaderamente los suyos, se transforma en la radiografía de una ciudad, Nueva York, y una forma de vida, la de finales de los ochenta.
Cierre
Gray procede a mostrar la vida diaria, rutinas, reuniones, decisiones, pactos, estrategias y momentos de distensión de los policías que protagonizan su relato, sirviéndose de ellos, también, para conformar enfrentamientos generacionales y distintas ópticas dentro de un mismo cometido. La noche es nuestra es más un fresco familiar que un melodrama criminal, aunque haya una intriga, unos antagonistas, la tristeza por los amigos muertos, una persecución con coches filmada y montada con una autoridad rotunda y un tiroteo en unos maizales donde los rivales se difuminan entre neblinas, humos y espigas de oro. Lo que importa, lo que finalmente queda, es esa concatenación de momentos de extrema y pura intensidad en los que los miembros masculinos de una misma familia, ya rota antes de iniciarse el relato, se enfrentan entre sí incluso al margen de las posturas sociales que representan.
Fuente: Cuaderno del Cineclub Universitario / Aula de Cine.
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