El universo de LA MUJER PANTERA queda representando en la solitaria piscina donde Irena cerca a Alice, cuyos reflejos acuosos sobre las paredes desnudas refuerzan la sensación de irrealidad del conjunto, emparentándose con las imágenes neblinosas de las pesadillas en las que se funden siempre la realidad y la imaginación. La película la dirigió Tourneur, pero no deben olvidarse las aportaciones de DeWitt Bodeen y el propio Lewton en tareas de guión (Tourneur: “Lewton, que era escritor antes que nada, inventó un falso folklore rumano alrededor de las mujeres pantera”) y, sobre todo, el trabajo de iluminación de Nicholas Musuraca, que siguió al pie de la letra las directrices del director (Tourneur: “En mis films de terror siempre procuraba que los personajes masculinos vistieran de azul oscuro, las mujeres de negro y los decorados fueran casi negros también. Conseguía un efecto sorprendente. Se tenía la impresión de que las figuras flotaban entre tinieblas”) y logró momentos tan fascinantes como la secuencia de la agresión al psiquiatra, con unos efectos de luz capaces de oscurecer el rostro de Irena al mismo tiempo que brillan sus ojos cuando está a punto de producirse la teórica transformación en pantera.
Dentro de la trilogía producida por Val Lewton y dirigida por Jacques Tourneur, hay en LA MUJER PANTERA, una aproximación al fantástico muy distinta del terror gótico de Yo anduve con un zombie o el folclórico misterio de El hombre leopardo.
Así, la dualidad de la protagonista es sugerida, por momentos susurrada, de una forma indirecta, nada explícita, recurriendo a una fotografía de sombras contrastadas, largos silencios, bañado todo por un onirísmo enfermizo que nos conduce por las distintas capas del relato. Nada en LA MUJER PANTERA es evidente, subrayado, destacado, incluso la propia metamorfosis de la heroína nos viene dada de forma oblicua, al sesgo, como si fueran pistas desperdigadas que el espectador debe ubicar atendiendo al felino aspecto de Simone Simon -la intérprete de La bestia humana (1938) de Jean Renoir-: La imagen de una pantera traspasada por una espada, motivo del escudo del Rey Juan de Serbia, país de origen de la protagonista; la llave de la jaula del zoológico; un apartamento que asemeja el refugio de la bestia; el encuentro en un bar con una misteriosa mujer que dice conocer su procedencia; la relación amor-odio con el pájaro que le regala su marido o el alboroto por su irrupción en una tienda de animales.
El reto de Tourneur consiste en visualizar el miedo, terror, pánico, de una forma elíptica, irreal, abstracta, acudiendo a una imaginería que omite la presencia física de la pantera, algo que disgustó mucho a los directivos de la R.K.O., utilizando el trazo de la luz como referente básico a la hora de penetrar en un cosmos de sentimientos confusos, contradictorios, deslabazados, que enfrenta el tenebroso mundo de Irena Dubrovna (Simone Simon), la joven diseñadora convencida de haber heredado de sus antepasados balcánicos la capacidad de transformarse en pantera, al convencional y apacible entorno de Alice (Jane Randolph), la mujer que aspira a robarle a Oliver (Ken Smith), su marido. Tanto la secuencia de la persecución por el parque como la de la piscina muestran de forma sugerente el referido antagonismo articulado sobre los ecos del silencio de una calle, el viento batiendo los árboles, unos pasos sobre el asfalto, frenazo de un autobús, una sombra proyectada sobre la pared de la piscina, un albornoz destrozado, insinuando una sexualidad reprimida que puede aflorar de forma salvaje en cualquier momento hasta llevarla a su propia muerte, anticipada en la escena del sueño de Irena, donde el Dr. Judd, el psiquiatra al que la envía su esposo, toma la personalidad de su antecedente serbio, introduciendo en el film la idea de desarraigo físico, existencial, incluso emocional, que le llevan a sentirse extranjera en otro país.
Tanto la adaptación de Val Lewton, auténtico padre del proyecto a la hora de diseñar, de acuerdo a la máxima del responsable del estudio, una película con el título de Cat people que ilustrara el pánico de una mujer a los felinos, como del guionista DeWitt Bodeen y el operador Nicholas Musuraca, director de fotografía de Retorno al pasado (Out of the Past, 1947), ayudan a dibujar algunas de las características del estilo de Tourneur a la hora de abordar distintos géneros a lo largo de su carrera. Un ritmo entrecortado, construido sobre momentos fragmentados como si fueran meandros de la memoria, dilatados períodos de tiempo –LA MUJER PANTERA cuenta en apenas setenta y tres minutos el noviazgo, matrimonio y muerte de Irena– que nos llevan a estar atentos a todo lo que ocurre dentro como fuera de la pantalla. Desde la utilización del sonido como elemento consubstancial a la acción, casi integrado dentro del mismo, acompañada de planificación fluida, nada aparente por otra parte, que revela en Tourneur un artesano capaz de afrontar los pretextos de guión más descabellados y hacerlos suyos, de dotarlos de un aliento propio, con un notable halo de misterio, dando al encuadre una fuerza imprevisible nada lejos de la pintura en movimiento, como gustaba de definir su cine. Casi todos sus protagonistas viven rodeados por sus propios fantasmas, angustias cotidianas, aprendiendo a vivir y sufrir con ellos, muchas veces como si fueran rostros esculpidos por el paso del tiempo siempre rodeados de un fatalismo consubstancial a toda su filmografía. Precisamente el mayor problema del remake de Paul Schrader, El beso de la pantera reside en hacer demasiado evidente zonas oscuras de la historia, abrirla a caminos que transitaban por el pueril perfil psicológico, buscar, en suma, una carga emocional lejos de la intencionada obviedad del autor de Berlín Express.
Trailer de “Cat people (1942)”.