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- / Carmen de la Victoria

Mika Murakami – La sombra de la lluvia

Área de Artes Visuales / Área de Artes Visuales

La sombra de la lluvia, proyecto de Murakami, despliega sobre la sala del Carmen de la Victoria una serie de objetos heterogéneos, mayoritariamente grabados y esculturillas, de manera aparentemente aleatoria. Cada pieza tiene una total autonomía estética, pero su lectura varía en función de la ilación y los itinerarios que sigue la mirada en relación con el conjunto.

El espacio transmutado por la intervención artística se convierte en una sutilísima cámara de maravillas, si bien esta idea debe ser entendida en un modo diferente al que habitualmente manejamos, pues no se propone tanto una colección de singularidades cuanto un conjunto de pequeños gestos poéticos destinados a renovar el fulgor con el que percibimos el mundo. La mirada atenta no tarda en descubrir auténticos prodigios en las leves variaciones de la línea, las modulaciones del color, el detalle de las texturas o las expresiones de los minúsculos personajes; todo ello destinado a poner en marcha un teatro sosegado en el que la naturaleza habla con su mejor voz, aquélla que se dirige directamente al alma.

Uno de los nombres barajados para el proyecto fue Karesansui, puesto que de alguna manera hay una sutil concordancia entre ambos conceptos. En los jardines secos, como en la obra de Mika, tiene lugar una interpretación espiritual de la materia a través de los mecanismos de representación más sencillos y más profundos. La idea fue abandonada principalmente porque, a pesar de la terrible sequia que atravesamos, el jardín del Carmen de la Victoria en otoño no debe asociarse con un arenal.

No podemos explicar con exactitud de dónde proceden los dioses y hombres que en absoluta promiscuidad comparten el espacio simbólico de las esculturas, cuánto hay en sus relatos de historia o mitología porque, en realidad, como en las leyendas arquetípicas, en ellos se citan todos los elementos del magma primigenio de lo humano, con su capacidad para asomarse con asombro a un orbe cuyos signos sólo pueden ser interpretados en clave lírica. Como en el relato de Marco Polo, la narración se hila sobre mundos interiorizados durante un largo viaje, en el que la artista traduce a un lenguaje comprensible pero no fungible el encuentro con la idea misma de la maravilla.

La instalación es una celebración de la maestría en los oficios, y con ella un manifiesto sobre el arte como gozo de la inteligencia asida a los sentidos. Después de todo, en eso consiste la experiencia estética, que es siempre y necesariamente vivencial.

La lluvia empapa la visión del universo y lo envuelve en un velo traslucido de reveladoras y cambiantes sombras. Es nuestra quietud lo que da sentido a su danza, que aquí ha emparejado el microcosmos verdinoso del jardín con la serena contemplación interior que emanan los trabajos de Mika Murakami.