(…) Gracias, en especial, a esa maravilla literaria conocida como “Las mil y una noches”, el Bagdad de Haroun al-Raschid ocupa un lugar sobresaliente entre los espacios míticos de nuestro inconsciente colectivo. Jardines en el desierto, mercaderes, magos, esclavas, princesas, califas… nadie falta y, por lo tanto, todo será posible. Construir una película de aventuras en aquella ciudad, una fantasía arabizante, tentó a un Fairbanks en la cima de su carrera (…). Él fue el instigador del proyecto, no ya el protagonista principal, sino también responsable del argumento, firmado bajo el seudónimo de ‘Elton Thomas’, coguionista sin acreditar (junto a la oficial Lotta Woods), financiador con su empresa Fairbanks Productions, asociada a United Artists (…) y responsable de la contratación de Raoul Walsh (…) Pero no sólo de Walsh. El crédito de la esencial presencia de William Cameron Menzies en la arquitectura de los decorados, de Mitchell Leisen como responsable del vestuario y de Arthur Edeson como jefe de iluminación le compete exclusivamente a él (…).
Cuentan las crónicas que, poco antes de producir e interpretar EL LADRÓN DE BAGDAD, Fairbanks hizo un viaje a Europa y quedó impresionado con los decorados que vio en las películas italianas y alemanas, completamente alejados del gusto y la tradición hollywoodienses, y que por ello le solicitó al director artístico William Cameron Menzies unos diseños para este film que estuvieran en la misma línea. Así fue: en la verticalidad de los decorados de EL LADRÓN DE BAGDAD se reconoce una influencia europea de raíz expresionista, tanto en lo que se refiere al diseño de las calles y de los interiores cargados de figuras geométricas de la primera mitad del film cuanto en los atractivos parajes mitológicos de la segunda, que a veces (por ejemplo en el capítulo de las “Montañas Espantosas”) hacen pensar en Los Nibelungos (Die Niebelungen, Fritz Lang, 1924), y en otras ocasiones (es el caso de la “Cueva de los Árboles Encantados”) evocan El gabinete del dr. Caligari (Das Kabinett des Dr. Caligari, Robert Wiene, 1919), sin olvidar que, como bien apuntó Siegfried Kracauer a propósito de Las tres luces (Der müde Tod, Fritz Lang, 1921), el caballo mágico, el ejército liliputiense y la alfombra voladora de esa película inspiraron a Douglas Fairbanks para la suya. Aparte de ello, este cuento oriental con moraleja (“la felicidad hay que conseguirla”), convertido casi en una suerte de ballet por el acróbata Fairbanks y brillantemente puesto en escena por un entonces ya experto Raoul Walsh a base de una idea por plano, está construido sobre dos motivos temáticos, cada uno de los cuales sirve de complemento al otro. De un lado, el deseo amoroso que siente un picaro ladrón callejero, Ahmed (Fairbanks), por la hija del califa de Bagdad (Julane Johnston), correspondido por ésta, ocupa la primera parte (…) Fruto de esa inesperada relación, surgirán algunas de las escenas más hermosas de este admirable film de aventuras, que se degusta con creciente placer. La belleza de la secuencia en la que el ladrón accede al palacio para robar, contempla en picado a la heredera entre las gasas que conforman su lujoso lecho; o el instante, antes de emprender Ahmed su viaje, en que se permite una despedida en la que la exhibición circense se combina con un vago romanticismo: de un solo tajo en el aire parte en dos mitades el anillo que le ha dado su amada, se queda con una de ellas y le entrega la otra al santón –del que previamente se había burlado- para que se la pase a la princesa: “Dale ésto a aquella que ya tiene mi corazón”, añade. El otro motivo temático será su lucha por conseguir casarse con ella a pesar de que es solo un ladrón, lo que abrirá las puertas a un viaje por un mundo mágico y que ocupa la segunda parte del film por medio de breves capítulos (…).
José Mª Latorre, rev. “Dirigido por”, junio 2007 (extracto)
Juan Carlos Vizcaíno Martínez, rev. “Dirigido por”, octubre 2017. (extracto)
Ramón Freixas & Joan Bassa, rev. “Dirigido por”, noviembre 2016 (extracto).