(…) El franquismo dio luz a una nueva burguesía que prosperó al calor del régimen, que se convirtió en su principal apoyo económico y social y que presentaba unas características propias. Por un lado, una doble moral de recios principios católicos bajo la cual no eran infrecuentes las aventuras amorosas extraconyugales; unos principios morales castradores que sofocaban una sexualidad reprimida, a punto de explotar; una ambición económica desmedida que contribuyó a que lo que hasta ese momento habían sido pequeños negocios terminasen convirtiéndose durante los tan duros años de la posguerra en imperios estatales que llevaron a esta burguesía en expansión a ocultar su dinero en países como Suiza, como explica Antonio Maestre en “Franquismo, S.A.” (Ediciones Akal). Pero esa burguesía tenía también un habitus social muy particular, con unas costumbres propias que se reflejan en algunas de las aficiones del propio Franco, instalado en El Pardo y aficionado a la caza: esos grandes caserones de piedra de interiores acabados en madera y decoración cinegética de la sierra madrileña, rodeados por imponentes jardines y acondicionados por una servidumbre amedrentada, donde se instalaron lejos de la vista de una sociedad hambrienta.
Carlos Saura retrata en el huis clos de EL JARDÍN DE LAS DELICIAS ese estilo de vida de la alta burguesía madrileña a través de un proceso de reconstrucción, el de Antonio Cano (José Luis López Vázquez), un constructor de éxito que sufre un accidente de tráfico que lo deja amnésico y postrado en una silla de ruedas. Convertido de nuevo en un niño, su familia intentará devolverle la memoria a través de diversas representaciones de inspiración teatral. En realidad, un subterfugio para conseguir la clave y la firma que les den acceso a la fortuna perdida de Cano. Un proceso despiadado que llega a bordear lo que hoy se consideraría torture porn, como en la secuencia inicial en la que Antonio es encerrado a oscuras con un cerdo para revivir uno de los traumas de su infancia, ocasionado por un autoritario padre. El franquismo como teatro y la burguesía construida a su alrededor como actores de una representación interesada que, en el momento de rodarse la película (en el cambio de década de los sesenta a los setenta), empezaba a enfrentarse a su hipotético fin. Las hojas otoñales que inundan esa casa en decadencia y ese baile de sillas de ruedas del plano final son inequívocos símbolos de cómo las familias burguesas terminaron convirtiéndose en títeres de sí mismos para garantizar su supervivencia.
Como ocurre con otras películas del ciclo Saura-Rafael Azcona, que abarca desde Peppermint frappé (1967) hasta La prima Angélica (1973), EL JARDÍN DE LAS DELICIAS se configura alrededor de la memoria, pero en esta ocasión, la del bando vencedor. El trauma se origina en esa proclamación de la República el día de la comunión de Antonio, en la invasión de los rojos en la cotidianidad católica de la familia. Los recuerdos de la vida del protagonista son un recorrido por esas características de la burguesía emergente, desde la fascinación infantil y kitsch por la lubricidad de su tía hasta la ambición de matar al padre para hacerse con su poder, pasando por la necesidad de protección en un mundo despiadado y cruel. Irónicamente, Antonio solo se recuperará cuando deje de ser una víctima merecedora de compasión a los ojos del espectador y degenere de nuevo en déspota, para la satisfacción de su padre. Ese es su único destino posible, el de recuperar su lugar privilegiado en esa trampa que es la familia.
Al igual que en otras películas de Saura del período como la dura Ana y los lobos (1973), EL JARDÍN DE LAS DELICIAS es una alegoría que no deja al espectador asideros emocionales para agarrarse, el retrato ácido de unos arquetipos que en ningún momento solicitan nuestra compasión, atrapados en una sofocante estructura repetitiva que, una vez descubierto el mecanismo, no llega más allá de sustituir la realidad por un símbolo. Por eso mismo, lejos del contexto que las vio nacer, y perdida la referencia original de la alegoría, quizá hayan envejecido peor que las obras libres, más naturalistas, de sus inicios (…).
Texto (extractos):
Héctor García Barnés, “El jardín de las delicias”,
en dossier “Carlos Saura”, Dirigido, abril 2023