“Con una distancia de 20 años, he querido divertirme rehaciendo aquello que en su momento logró de un modo tan acertado Mankiewicz: desmitificar un medio que parece fascinar particularmente a los espectadores, mostrar toda la crueldad que hay detrás del mismo y hacerlo sin artificios. En 1950, Mankiewicz se mostró particularmente feroz y lúcido con los ambientes teatrales en su célebre Eva al desnudo. Yo he intentado ser igual de mordaz con el mundo de la televisión (…)”
(…) Con los ánimos más serenos, tal vez porque sus cuentas pendientes con Hollywood ya han sido saldadas (al menos, en el plano metafórico-narrativo), Robert Aldrich acomete EL ASESINATO DE LA HERMANA GEORGE, uno de sus trabajos más vilipendiados y, paradójicamente, más interesantes. Fallido succès de scandale -su calificación X malogró sus posibilidades comerciales-, la crítica de Aldrich hacia otra forma de espectáculo alienante y moralista, la soap opera televisiva, se combina con una mirada carente de burlas, de censuras, hacia el lesbianismo de las dos protagonistas, June “George” Buckridge -encarnada, recordemos, por Beryl Reid, quien también interpretó el papel en Broadway- y Alice “Childie” McNaught (Susannah York). En la escena en que ambas se disfrazan de Laurel & Hardy -iconos gay por su sutil utilización de un comportamiento masculino “poco ortodoxo” para lograr efectos cómicos- mientras se divierten en un club para lesbianas (el mítico “Gateways Club”, en el barrio londinense de Chelsea), comprobamos cuál es la postura moral del realizador al respecto. Las breves panorámicas sobre la clientela del lugar -desde male drags a chicas de aspecto más convencional-, se tornan en primeros planos de parejas de mujeres bailando afectuosas, cómplices, al son de una canción melódica, en lugar de insertos llenos de lubricidad, de morbo. En 1968, abordar el tema de la homosexualidad femenina era tan inusual como complicado, y Aldrich opta por el camino más difícil: el de una audaz “normalización”, honesta, valiente. Así pues, la relación de June y Alice, tallada en función de la peculiar personalidad de ambas, va más allá de su condición sexual, desestimando elementos depresivos y autopunitivos clásicos. Las tensiones entre ellas se deben al carácter colérico y esquizoide de June, a su afición por la bebida y el flirteo, a sus enfermizos celos y a su tempestuosa arrogancia e insolencia. En cuanto a Alice, se trata de una joven materialista, voluble, infantil, que manipula a su conveniencia los ciclotímicos ataques de ira, de euforia, de crueldad, de ternura, que padece su amante. Aldrich, de manera intermitente, fragmenta la violenta acción “real” con fragmentos en b/n de la serie donde aparece June, un serial naïf sobre las correrías, por un “idílico” villorrio inglés llamado Applehurst, de una enfermera bonachona a la que todos llaman “hermana George”… No en vano, además, Alice llama a su compañera por su nombre de ficción … Y para describir el carácter de la pareja, el pequeño apartamento que comparten en Hampstead (Londres) es descrito por una panorámica que va desde el espacio que ocupan los polvorientos premios de June por su trabajo en la soap opera hasta la colección de muñecas de porcelana de Alice… y en la secuencia en que Alice es “castigada” por June a causa de sus presuntas infidelidades, la joven se come el fálico cigarrillo de la actriz fingiendo que disfruta con ello y, de esta forma, arruinar el placer sádico de June. (…) Aunque jamás se citará de manera explícita, el peculiar estilo de vida de June Buckridge es el motivo por el cual la “Hermana George” es asesinada; o lo que es lo mismo, eliminada como personaje fijo de la serie. Los ejecutivos de la BBC -representados por la insidiosa sra. Mercy Croft (Coral Browne)- esgrimen ratios de audiencia, índices de popularidad y otras zarandajas, incluida la beneficiosa manipulación “social” de su muerte en la ficción: la “Hermana George” fallecerá a consecuencia de un accidente de tráfico (arrollada por un camión mientras conduce su motocicleta), coincidiendo con la semana de Seguridad Vial (¡!). Del desprecio –June ha estado en la serie de TV desde sus inicios, mucho antes que cualquiera de los guionistas y actores que ahora la repudian- pasamos al insulto: Croft le ofrece como empleo alternativo prestar su voz en un programa infantil donde encarnará a la vaca “Clarabelle”. June Buckridge se da cuenta tarde, muy tarde, del mundo en que habita. Quizás hubo un tiempo en que pudo vivir su vida en sus propios términos, sin importarle lo que pensasen los demás. Ahora ya no. Los nuevos tiempos son el ecosistema perfecto para que proliferen los envidiosos -celosos de su joven y hermosa “compañera de piso”-, los advenedizos, los moralistas, los mezquinos. Pese a que June puede parecer monstruosa a veces, en última instancia, genera más simpatía y se convierte en el más trágico de todos los personajes de la película. Una sensación que crece cuando Croft seduce a Alice, quien simplemente cambia de benefactora. La detallada planificación de la secuencia subraya el carácter depredador de la encopetada ejecutiva quien, al mismo tiempo, es víctima de la manipulación erótica de la joven. La detallada planificación de la secuencia, insistimos, es necesaria para entender mejor la doble traición de la que es objeto la “Hermana George”. (…) La mirada del cineasta sobre el asunto desvela una honestidad tal que, a día de hoy, EL ASESINATO DE LA HERMANA GEORGE sea una película revindicada por bastantes colectivos homosexuales, pues reconocen en ella una obra pionera a la hora de mostrar, sin tapujos ni afanes ridiculizantes, la relación de pareja de dos mujeres. Probablemente lo que molestara en su día fuera, precisamente esa honestidad, esa falta de prejuicios a la hora de abordar una serie de situaciones que, en su explicitud, alcanzaban un grado de naturalidad desarmante (…). Fue eso lo que llevó al escándalo y al reproche a más de un puritano, de uno y de otro espectro ideológico. Los sectores más reaccionarios acusaron a la película de inmoral, los críticos más vanguardistas, entre ellos buena parte de la prensa europea, retomó el argumento de que al director estas coyunturas únicamente le servían para atraer clientela. (…) Prueba de que el cineasta quería rehuir a toda costa cualquier truculencia es su renuncia a convocar a rostros famosos para dar vida a las protagonistas del film, pues temía, justificadamente, que el ya de por sí delicado material de partida degenerara irremisiblemente en una caricatura si le era servido al espectador con el aliciente incorporado de contemplar a dos actrices relativamente conocidas. (…) EL ASESINATO DE LA HERMANA GEORGE es una película sobre las relaciones de poder, ejemplificadas en dos ámbitos de referencia tan indiscutibles como son el de las relaciones sexuales y el de las relaciones laborales, con la particularidad que presenta su protagonista, que en su doble condición de actriz y lesbiana es portadora de un perfil atípico que sin embargo se nutre de las mismas inquietudes que el del común de los mortales, atenazado por idénticas dudas, semejantes preocupaciones que las que llevan a June a una frustrante melancolía al saberse “fuera de juego”. (…) Pero acaso lo que molestara aún más no fuera el “qué” sino el “cómo”: tanto o más que el grado de libertad asumido por Aldrich al plantear este tema, molestó, y mucho, el que lo hiciera en un film realizado al margen de los cauces habituales de producción: fue el primer largometraje que el cineasta pudo rodar en sus recién adquiridos estudios, y como tal, la primera obra realizada por él sin tener que soportar la injerencia de agentes externos al proyecto, lo que convertía a esta película en un claro exponente de cine independiente. (…) A EL ASESINATO DE LA HERMANA GEORGE le cupo el dudoso honor de ser una de las primeras películas bendecidas con la nueva calificación X, que no es que restringiera su visionado a un público adulto, sino que en la práctica la expulsaba de todos los circuitos comerciales (…).
Texto (extractos):
Antonio José Navarro, estudio “Robert Aldrich”, rev. Dirigido, mayo 2011.Jaime Iglesias Gamboa, Robert Aldrich, col. “Signo e Imagen / Cineastas”, nº 76, Cátedra, 2009.