Poster de la Película. |
Año de estreno: 1981. Duración: 122 min.
País: EE.UU. Género: Cine Negro – Intriga.
Título Orig.- The postman always rings twice. Director.- Bob Rafelson. Argumento.- La novela homónima de James M. Cain. Guión.- David Mamet. Fotografía.- Sven Nykvist (Metrocolor). Montaje.- Graeme Clifford. Música.- Michael Small. Productor.- Bob Rafelson & Charles Mulvehill. Producción.- Lorimar – Metro Goldwyn Mayer – CIP – Northstar International. Intérpretes.- Jack Nicholson (Frank Chambers), Jessica Lange (Cora Papadakis), John Colicos (Nick Papadakis), Michael Lerner (sr. Katz), John P. Ryan (Kennedy), Angelica Huston (Madge), William Taylor (Sackett), Tom Hill (Barlow).
Temática: Es una historia de obsesión sexual, que no encuentra dificultades que no pueda vencer. Pero la originalidad de su raíz proviene del ambiente sórdido en el que se mueven los protagonistas, los años de la depresión norteamericana y la tipología misma de los personajes. El film es como un cúmulo de erotismo perfectamente potenciado por una Jessica Lange que puede que resulte menos voluptuosa que Lana Turner pero introduce un punto de ironía mezclada con el deseo encomiable que le lleva a realizar escenas un tanto osadas, escenas que la cámara del bergmaniano Sven Nykvist no intenta disimular en ningún momento. La historia de la pasión entre el vagabundo y la esposa del cantinero de una estación de gasolina, es como una provocación constante, en la que ambos seres se debaten frenéticamente, llegando a desear y provocar la muerte, consiguiendo burlar a la justicia -en perfecta complicidad con los intereses creados de las compañías de seguros y amparándose en el cuadro catastrófico de una situación económica infame- hasta convertirla en un romance que el destino cuidará en destruir.
Valoración:
El cartero siempre llama dos veces es una excelente novela negra de James Mallahan Cain que ha sido llevada a la pantalla en tres ocasiones anteriores: Le dernier tournant que dirigió Pierre Chenal en 1939, con Corinne Luchaire, Fernand Gravey y Michel Simon en el triángulo principal; Obsesión, de Luchino Visconti (1942), con Clara Calamai y Massimo Girotti y El cartero siempre llama dos veces de Tay Garnett (1946) con Lana Turner, John Gardfield y Cecil Kellaway. Por supuesto, que la que nos propone Bob Rafelson es una lectura directa del original literario como lo fue la de Tay Garnett. Situando de nuevo la acción en su época original, es decir, durante los sombríos años de la Depresión (mientras que la versión de Tay Garnett -1946- la había traspuesto al período contemporáneo), Rafelson trata con franqueza la cuestión del deseo erótico, motor esencial de la acción, que con el Código de producción y el decoro M.G.M. se había púdicamente esfumado. Recupera a su actor fetiche, Jack Nicholson, y recurre al autor dramático David Mamet, que se estrena en el film como guionista.
Aunque admiradores de James Cain, Rafelson y Mamet enfocan EL CARTERO… como un relato arquetípico, mitológico, preocupándose muy poco por respetar la letra de la novela. Dialoguista de gran sobriedad y autor que confía en el poder de la imagen (demostrará su sentido del cine algunos años más tarde en sus propios films, Casa de juegos y Las cosas cambian), Mamet se prohibe toda complacencia verbal ateniéndose a un diálogo estrictamente funcional, e incluso alusivo, y conservando muy poco del texto de Cain (cuyos diálogos, ha comentado, aunque admirables, no aguantarían la pantalla: Están escritos para ser leídos). Por lo demás, lo esencial de la relación que une a Cora y Frank no podría expresarse en diálogo, sea éste el que fuere.
Rafelson y Mamet cambian la estructura del relato, la naturaleza de los personajes e incluso la “visión del mundo” de Cain. Al suprimir la narración en primera persona (y la construcción en flashbacks), el guión objetiviza la narración y da a los dos personajes el mismo estatuto. De objeto del deseo para el sujeto narrador, Cora se convierte en compañera a parte entera. En la película de Rafelson, la tentadora mujer que inducía a su amante a realizar el asesinato de su marido volviéndose a continuación contra éste, se presenta esencialmente como una víctima, víctima de los difíciles tiempos que le obligan a aceptar una existencia sin porvenir, víctima de un marido que la adora pero que también la explota (es ella quien lleva todo en el restaurante, incluida la cocina), víctima incluso de Frank, cuyo talante vagabundo, espíritu de independencia y machismo natural entran en conflicto con su pasión por ella. Así, el asesinato se presenta en parte como un movimiento de revuelta contra la injusticia del destino, en parte como un acontecimiento fatídico, inevitable, en el que los dos cómplices son sólo instrumentos del hado. La premeditación apenas se sugiere, la idea del asesinato surge como una súbita iluminación, una inspiración de naturaleza casi religiosa. No asistimos ni a la discusión ni a la preparación del hecho criminal, sino sólo a su ejecución, tanto en la primera tentativa, abortada, como en la segunda, llevada a cabo con éxito. Este enfoque fenomenológico es característico de toda la película, que evita cuidadosamente cualquier exposición, explicación y transición, para centrarse en los actos y sus efectos, procediendo por elipses sucesivas que dejan al espectador la tarea de reconstituir móviles, motivaciones y evolución psicológica (la historia se supone conocida, lo que probablemente es demasiado: Para quien no tenga bien presente la novela, el desarrollo de la historia no deja de presentar puntos oscuros e incluso incoherencias).
A este respecto, la armonía entre guionista y realizador es total, sus respectivas intenciones igual de lacónicas y elípticas. La película comienza con plano nocturno en que apenas se distinguen, después de un momento de oscuridad total, la brasa de un cigarrillo y las luces de un automóvil que se acerca (la fotografía es de Sven Nykvist, “un genio para la luz”, según Rafelson). Y termina con un plano fijo sobre Nicholson, inmóvil al borde de la carretera.
Este perfecto acuerdo entre Rafelson y Mamet se manifiesta especialmente en la soberbia secuencia dedicada a la instrucción y el proceso de Cora y a los esfuerzos de un abogado tan hábil como escrupuloso (magistralmente interpretado por Michael Lerner) para convencer a la compañía de seguros de que retire su denuncia, única base de la acusación. Ahí donde, en el film de Garnett, las escenas equivalentes se estiraban interminablemente haciendo del film una película de juicios como cualquier otra (y ocultando la cuestión de la corrupción de las compañías de seguros), Rafelson lleva las cosas a un ritmo infernal, introduciéndonos en el centro mismo de un torbellino jurídico que recuerda al genial barullo orquestado por Welles en la secuencia del proceso de La dama de Shanghai. El dinamismo de los movimientos de la cámara y del montaje se acopla perfectamente al de un diálogo tenso, elíptico y sarcástico, que recuerda los mejores momentos de Chandler.
No se puede hablar de EL CARTERO SIEMPRE LLAMA DOS VECES sin recordar las escenas eróticas, que tanta tinta hicieron correr. Aunque las películas de Rafelson no estén especialmente obsesionadas por el sexo, la mayor parte de ellas contienen uno o dos momentos eróticos memorables que, contrariamente a lo que ocurre en el 99 por ciento de las veces en escenas de ese género, escapan a la convención para recuperar -esa es al menos la impresión que el arte de Rafelson logra crear- la espontaneidad de lo vivido: Aquí un enfrentamiento sexual violento que comienza como una verdadera pelea entre las dos partes (Jessica Lange se debate contra los asaltos de un Nicholson en celo para finalmente dejarse llevar por el mismo delirio erótico abandonándose sobre una mesa de cocina, la cabeza colgando sobre la pasta y la harina). El sentido del gesto a la vez original y preciso, que caracteriza la dirección de Rafelson en general, contribuye en este caso, como en otras escenas de sus films, a renovar el tratamiento de un modelo clásico (agresión sexual por el hombre, resistencia primero y abandono final de la mujer): El gesto de Lange tomando la mano de Nicholson y poniéndola sobre el sexo de ella sorprende no tanto por su crudeza como porque resulta ajeno a ese ritual congelado en que se ha convertido la escena erótica desde el advenimiento de la permisividad en la pantalla.
En resumen, Bob Rafelson consigue una obra extremadamente cuidada, lo que queda plenamente evidenciado, aunque los 122 minutos que dura la proyección llegan a pesar un poquito (¿por qué esta mala costumbre de alargar el “tempo” de las películas?). Jessica Lange es la viva imagen de la pasión, pero con unos rasgos humanos perfectamente definidos; Jack Nicholson, al fin librado de caracterizaciones paranoicas, vuelve a convertirse en el actor duro y sumamente expresivo, como lo vimos en Chinatown.
Fuente de Información: Fichero del AULA DE CINE/CINE CLUB UNIVERSITARIO. Universidad de Granada. Con fines divulgativos.
Trailer de “The postman always rings twice“ (1981)