EL APARTAMENTO

Publicado el 15 mayo, 2012
Poster de la película.
Año de estreno: 1960. Duración: 125 min. País: EE.UU. Género: Comedia romántica.
Título Orig.- The apartment. Director.- Billy Wilder. Guión.- I.A.L. Diamond y Billy Wilder. Fotografía.- Joseph LaShelle (B/N-Panavision). Montaje.- Daniel Mandell. Música.- Adolph Deutsch. Productor.- Billy Wilder. Producción.- Mirisch Co. para United Artists. Intérpretes.- Jack Lemmon (C.C. Bud Baxter), Shirley MacLaine (Fran Kubelik), Fred MacMurray (Jeff Sheldrake), Ray Walston (Joe Dobisch), David Lewis (Al Kirkeby), Jack Kruschen (dr. Dreyfuss), Joan Shawlee (Sylvia), Edie Adams (miss Olsen), Hope Holiday (Margie).
5 Oscar: Película, Director, Guión original, Montaje y Dirección artística para film en b/n (Alexandre Trauner y Edward G. Boyle). 5 candidaturas: Actor principal (Jack Lemmon), Actriz principal (Shirley McLaine), Actor de reparto (Jack Kruschen), Fotografía y Sonido (Gordon Sawyer). Festival de Venecia: Copa Volpi mejor Interpretación Femenina y candidata al León de Oro a mejor película.
Temática: EL APARTAMENTO es una comedia muy particular en la medida en que es fruto de un tiempo en el que había pocos motivos para reírse. Puede que, por eso mismo, su lado divertido siempre esté al borde de la tragedia. Al principio, ver a C. C. Baxter (Jack Lemmon) esperando en la calle, a la puerta de su edificio, mientras uno de sus jefes se entretiene con un ligue extramatrimonial en su apartamento, resulta divertido, pero luego, en cuanto comienzan a entenderse las motivaciones de todos los personajes, las risas se apagan. Entonces ya sólo queda C. C. Baxter, que contiene los estornudos y la fiebre le hace delirar; queda él con su mediocridad no asumida y con su ánimo de medrar en su empresa sin importarle el precio que deberá pagar. Y la comedia se transforma en melodrama. Las situaciones equívocas entre los personajes y la mirada estrábica de quienes creen conocer a sus semejantes pasan a un segundo plano, reducido todo a la soledad esencial de los seres humanos. El humor en sociedad da paso al melancólico número de un clown. C. C. Baxter se enamora de Fran Kubelik (Shirley McLaine), ignorando que aspira al ligue de su jefe, Jeff D. Sheldrake (Fred MacMurray). Él la quiere, ella quiere al jefe y el jefe sólo se quiere a sí mismo. Cuando parece que esa ecuación únicamente puede dar lugar a una tragedia en forma de suicidio, Billy Wilder se reserva un último truco con una botella de champán, para demostrar lo poco que saben los espectadores acerca de lo que ocurre en el interior de las grandes torres de oficinas de Manhattan y en el interior de sus bloques de apartamentos, donde el capitalismo deshumaniza las relaciones entre los seres humanos y los condena a la intemperie emocional.

Valoración:
   En 1960 EL APARTAMENTO recibió cinco Oscar, entre ellos a la mejor película, al mejor guión original, a la mejor dirección y a la mejor dirección artística. Por primera vez en la historia del cine, una única persona recibía tres Oscar a la vez. Wilder, que tres años antes había recibido honrosas nominaciones por Con faldas y a loco (las cuales, teniendo en cuenta la popularidad de esta película, equivalían prácticamente a Oscar), está en esos momentos en el cenit de su fama. En Hollywood es el cineasta más agudo, más agresivo y de mayor éxito. Ha rodado una película sobre Nueva York en la que late el corazón de la ciudad. Es una película sobre el mundo de los empleados, que son los que mantienen en funcionamiento la sociedad. La joven Shirley MacLaine, de 26 años, con su pelo corto y su torpe despreocupación, su nariz pecosa y chata, y su desarmadora sonrisa de payaso y su desarmador llanto de payaso, es la estrella del momento, es el tipo de mujer que anuncia a la mujer de los años sesenta: Jovial y sentimental al mismo tiempo. Jack Lermmon, su compañero en el reparto -un pequeño e inquieto héroe de la gran ciudad, un hombre de suerte y un cenizo a la vez- encarna al primer neurótico de la ciudad de la nueva década, un precursor de Woody Allen. Shirley y Jack -los dos juntos son la pareja más lograda de Wilder- aprenden a quererse dando rodeos y muestran su afecto dando rodeos. Por primera vez, se ve a una pareja cuya sexualidad surge de lo que tienen que decirse el uno al otro y de los infortunios que comparten.
   Fue una película que se presentó al público en un momento ideal: Expresaba la ruptura entre los años cincuenta y los años sesenta a la perfección. Wilder llevaba dándole vueltas durante mucho tiempo a esta historia sobre un pequeño empleado que actúa de alcahuete para hacer carrera. Ahora había llegado el momento.
   EL APARTAMENTO expresa su amor por Nueva York, su amor por la gente irrelevante que, durante la noche, como Lemmon en esta película, se convierte en héroe irrelevante; expresa su amor por la vida en común entre vecinos, que también se ayudan y se aprecian aunque no se comprendan.

   Por supuesto, EL APARTAMENTO, entendida como la película en la que Wilder desarrolla una crítica social más aguda, se ha malinterpretado como el retrato del mundo de las empresas y de los empleados capitalistas en las que si se quiere tener éxito hay que venderlo todo. Montones de empleados de diversas empresas escribieron a Wilder diciéndole que sabían que había retratado en la película a su propia empresa, tal era la exactitud con que la película reproducía las situaciones.

   Por ese mismo motivo, una parte de la crítica se sintió escandalizada. En la revista “The New Yorker”, al crítico Brendan Gill le resulta difícil sentir simpatía por un protagonista que convierte su piso en una especie de burdel para sus jefes. El crítico de “Cue” consideró la historia mediocre y de mal gusto.

   Wilder sigue luchando todavía enérgicamente para oponerse a los que calificaron su película de inmoral: Lemmon interpretaba a un pobre hombre; el protagonista ha caído en su negocio ocasional a causa de su buena fe: Al principio alquila su piso porque cree verdaderamente que un matrimonio quiere cambiarse de ropa en él antes de ir a la ópera. ¿Y acaso Lemmon, en el momento decisivo, no devuelve las llaves de los aseos para ejecutivos a su jefe en lugar de volver a prestarle las llaves de su apartamento?
       –Toma una decisión moral que perjudicará su carrera.

   A Wilder le gusta recordar todavía algunas sutilezas de la película: El espejo de bolsillo roto de Shirley MacLaine, que le permite descubrir a Lemmon de pronto que es ella quien utilizó su apartamento con su jefe. Y que deja bien claro que la imagen de Fran Kubelik está rota, tanto para ella como para los demás.
   –Esas ocurrencias -dice Wilder con una mezcla de orgullo y de modestia- acortan la narración de la historia…con una imagen hacen avanzar el relato.

   La comicidad de esta tragedia de un empleado (las pesadillas de oficina de Kafka que se prolongan en el Nueva York de 1960) es muy grande: Todo se entiende mal, todo se interpreta mal: Lemmon como seductor, cuando es un desgraciado. Alguien que al parecer heroicamente se ha separado de su mujer, no lo ha hecho por decisión propia, sino que ha sido abandonado por ella. Un libertino es un pobre hombre bienintencionado; un médico gruñón es un filántropo. Es un humor propio de Shakespeare, el sueño de una noche de invierno trasladado al Nueva York de 1960. La comedia de Shakespeare “El sueño de una noche de verano” se basa en que se confunde a un matorral con un oso (si fuera lo contrario se convertiría en tragedia). En el caso de Wilder, el ruido producido al descorchar una botella de champán se considera el signo acústico de un suicidio: El matorral se confunde con un oso.
   La fiesta de Navidad en la que los empleados de sexo masculino borrachos caen sobre las empleadas de sexo femenino borrachas, en las mismas oficinas en las que durante todo el año reina una actividad propia de las hormigas, es una de las secuencias de la película más logradas que hay sobre el presente, aunque Wilder sostiene que prácticamente se rodó sola. Esa fiesta sustituye -como toda la película- montones de investigaciones sociológicas. Y además es más divertida. Probablemente se puede suponer que las celebraciones de Navidad en el departamento de guionistas de la Paramount no eran muy distintas: Primero mucho licor, después cada uno con cada una y cada una con cada uno.
   EL APARTAMENTO supone, en muchos sentidos, la culminación del estilo de Wilder. Contiene todo el amargo cinismo, la dureza expositiva y la sordidez moral que caracteriza sus mejores películas, y además una formulación visual de todo ello que alcanza cotas de extremo refinamiento. No es de extrañar que sean muchos quienes vean en este film la obra maestra absoluta de Wilder. De entrada, EL APARTAMENTO resulta particularmente brillante en su empleo del espacio, lo cual guarda una absoluta coherencia con el fondo del relato. La película se desarrolla principalmente en un par de escenarios, el apartamento de C.C. Baxter y las oficinas de la neoyorquina empresa de seguros que responde al irónico nombre de “Consolidated Life” (Vida Consolidada), en torno a los cuales se dirime buena parte del nudo del film. Baxter, que ocupa un pequeño espacio en la enorme sala del departamento de contabilidad de la empresa -una imagen que guarda ecos de la estampa alienante ya mostrada por King Vidor en su extraordinaria … Y el mundo marcha (The Crowd, 1928)-, quiere ascender profesionalmente dentro de la misma con la esperanza de tener por fin su propio despacho. Para conseguirlo, ejerce una suerte de proxenetismo prestando durante unas horas su apartamento en determinados días de la semana a varios jefes de sección de su empresa para que puedan llevar allí a sus amantes. Dicho de otro modo, Baxter tolera que sus jefes ocupen el humilde espacio de su apartamento para poder conquistar por su parte el pequeño habitáculo que simbolizará su ascensión profesional y social.
   Por tanto, EL APARTAMENTO puede entenderse como una metáfora sobre la escalada social y el oportunismo arribista que pasa por el deseo de los personajes de conquistar espacios ajenos a aquéllos en los que normalmente se mueven. Baxter quiere abandonar su mesa de contable en favor de su nuevo despacho y, probablemente, a la larga cambiaría su apartamento por otra vivienda más lujosa; Fran también ocupa un poco distinguido espacio dentro de la empresa -el ascensor- y aspira a dejarlo; y tanto Sheldrake como los demás jefes que usan el apartamento de Baxter lo que en el fondo desean es escaparse, siquiera por unas horas, de sus respectivos hogares donde hacen vida conyugal. Coherente con este planteamiento, la puesta en escena de EL APARTAMENTO está construida alrededor de la idea del enfrentamiento por el dominio sobre unos determinados espacios cuya conquista supone, a su vez, el dominio sobre las personas que los ocupan. Sheldrake y los otros jefes abusan de su prevalencia social y económica para ocupar el apartamento de Baxter y, en cierta medida, el ascensor de Fran (cuya estrechez resulta idónea para pellizcarle el culo a la muchacha), porque ello supone una continuación lógica de la relación de poder que mantienen con sus subordinados.
   Sin embargo, la manera en que Wilder visualiza todo esto no se limita a resaltar este abuso, sino que además comprende la repercusión moral y emocional que los acontecimientos tienen sobre los personajes. En este sentido, EL APARTAMENTO en una de las películas más gráficas, en lo que a calidad expresiva de las imágenes se refiere, de toda la carrera de su director. Dos secuencias ilustran perfectamente esta cualidad del film. Una es la que nos muestra por primera vez el apartamento de Baxter; el protagonista tiene problemas para entrar en su propia casa porque uno de sus jefes se ha traído allí a su amante y no ha abandonado la vivienda a la hora acordada; una vez a solas, Baxter va recogiendo y, al mismo tiempo, picoteando los restos de comida y cócteles que les han sobrado a los ocupantes de su piso (un menú que, probablemente, el protagonista no se puede permitir); cuando termina, Baxter se dispone a cenar preparándose un humilde plato congelado: Wilder, con el apoyo de la excelente fotografía blanquinegra de Joseph LaShelle y mediante un admirable empleo del formato panorámico, describe la miserable condición servil de Baxter sin necesidad de enfatizar: Las imágenes hablan por sí solas. La otra secuencia, una de las mejores de la película, es la de la primera vez que vemos a Fran con Sheldrake en el restaurante chino: La joven acude a la cita y, cuando entra en el local, el pianista, al verla, cambia la pieza que estaba tocando por precisamente una versión para piano del tema principal del film compuesto por Adolph Deutsch, que a partir de este momento queda relacionado con el personaje de Fran; la cámara sigue en travelling a Fran, acercándose a un reservado donde la espera un hombre, en la penumbra y de espaldas al objetivo: Es Sheldrake; de esta forma, Wilder amplía el alcance del relato mediante la ruptura del punto de vista (que hasta ese instante ha sido exclusivamente el de Baxter) y las sugerencias de esa planificación (la irrupción de Fran en el restaurante, cambiando la música ambiental del mismo, equivale a una alteración del propio ambiente, de la atmósfera de la película, mientras que la tenebrosa aparición de Sheldrake, “descubierto” por la cámara en ese rincón del local, anticipa la amenaza perturbadora que supondrá el personaje en las vidas de Baxter y Fran).

   Si la aproximadamente primera mitad del film está dominada por un tono general descriptivo, de presentación de personajes y de los escenarios en los que se mueven, su segunda parte, que se desencadena después de la crucial secuencia de la fiesta navideña en la empresa -en la que se pone de relieve la manera en que Sheldrake se ha aprovechado de Fran y la primera toma de conciencia de Baxter sobre la ruindad de su conducta-, descarga todo su peso emotivo, melodramático, en pequeños detalles que lo van cargando de densidad. Por tan sólo citar algunos, pienso en la agudeza irónica del “christma” de Sheldrake que lo muestra cínicamente fotografiado con su esposa y sus hijos en su falsamente idílico hogar conyugal; la fuerza que tiene la cajita con el espejito roto, gracias a la cual Baxter descubre que el ligue de su jefe no es otro que su idolatrada Fran; esa escena, de una crueldad difícil de soportar, en la que Sheldrake -admirable Fred MacMurray, con frecuencia el gran olvidado de esta película- corresponde al regalo de Navidad de Fran… con un billete de cien dólares; los gestos amorosos de Baxter mientras cuida de la muchacha hasta que se reponga de su intento de suicidio, algunos tan bellos como cuando, ante el temor de que Fran reincida en su propósito de quitarse la vida, esconde la hoja de afeitar de su maquinilla y repasa el botiquín en busca de posibles sustancias letales; o la resolución del enfrentamiento entre Baxter y Sheldrake, cuando el primero le entrega al segundo no la llave de su apartamento, sino la del lavabo de jefes, renunciando así al privilegiado empleo que tanto le ha costado alcanzar.

Fuente de Información: Fichero del AULA DE CINE/CINE CLUB UNIVERSITARIO. Universidad de Granada. Con fines divulgativos.

Trailer de “The apartment (1960)”.

Scroll al inicio

Menú