Sin perdón (1992)

Área de Cine y Audiovisual / Cineclub Universitario UGR / Aula de Cine "Eugenio Martín"

  Hay que decir que el guión de David Webb Peoples -retenido diez años por Eastwood hasta tener la edad que le permitiese interpretar el personaje principal- es excepcionalmente rico, de gran complejidad moral, no hace distinciones entre el bien y el mal -la noción de lo que es justo e injusto se hace más y más difusa según progresa la acción-, prescinde de los villanos en el sentido tradicional del género, desmonta sin concesiones el heroísmo romántico y la mitología establecida del Oeste y, como todos los grandes westerns, es una meditación sobre la historia y la experiencia americana. […] Eastwood -además de apreciar unas cualidades que sus colegas no supieron ver en ese guión magnífico- lo maneja, lo interpreta, lo potencia, lo hace suyo con mano maestra, con la autoridad e inspiración de un maestro.

José Luis Guarner

   SIN PERDÓN es un film extraordinario: sugiere tantas cosas que, significativamente, después del mismo Eastwood no parece haberse sentido con fuerzas de abordar otro western.

Tomás Fernández Valentí

Un western sombrío, crepuscular, lluvioso, jazzístico y nocturno

Al igual que sucede con CENTAUROS DEL DESIERTO (The searchers, John Ford, 1956), las imágenes de SIN PERDÓN no sólo hunden sus raíces en la historia del western, sino también en algunos de los mitos fundadores de la nación estadounidense. Sus fuentes germinales están, qué duda cabe, en la evolución que conduce desde Raíces profundas (Shane, Georges Stevens, 1953) hasta EL JINETE PÁLIDO (Pale rider, 1985), pero tanto la historia que nos cuenta el film como el sentido profundo de su dramaturgia beben, simultáneamente, del mito y de la Historia, del imaginario configurado por la épica legendaria y de los cimientos sociales que lo sostienen.

Este western sombrío, crepuscular, lluvioso, jazzístico y nocturno surge, de hecho, cuando hace ya más de un decenio que el género ha desaparecido como tal, cuando han pasado casi veinte años desde que Peckinpah filmara la liturgia agónica de la leyenda –Pat Garrett & Billy the Kid, 1973- y nada menos que tres décadas después de que Ford nos instruyera, didácticamente, acerca de la diferencia entre los hechos y la leyenda en el ‘Old West’ –EL HOMBRE QUE MATÓ A LIBERTY VALANCE, The man who shot Liberty Valance, 1962-.

Agotada y desmontada la mitología, certificada incluso la imposibilidad de la revisión historicista, ¿qué camino quedaba entonces, a finales de los ochenta y comienzos de los años noventa, para un western? Probablemente, ningún otro que fuera muy diferente a esta indagación otoñal, desencantada y de tintes casi fantasmagóricos, en el sentido de la violencia dentro de la experiencia histórica americana. Por eso aquí la publicación de la leyenda no sirve ya para sustentar el fundamento de las instituciones civilizatorias (Ford), sino tan sólo para risa y escarnio de autoridades corruptas que tratan, a su vez, de forjarse la suya propia o para provocar el desdén del propio sujeto del mito, del héroe que arrastra el pesado fardo de un pretérito legendario sobre los hombros de un hombre cualquiera derrotado en su interior. Entre el justiciero y el asesino ya sólo media una tenue, ambigua frontera que se puede traspasar en cualquier momento bajo la advocación de la bandera americana, iluminada de improviso por un fulgurante relámpago tras la consumación de una venganza reparadora y telúrica.

Por eso también el héroe de este relato catártico, que se revuelve -tan lúcido como impotente- contra la maldición recurrente que parece llevar consigo el ejercicio de la violencia, ya no es una figura anacrónica y fuera de su tiempo (como Billy el Niño en el film de Peckinpah, como los cowboys en los westerns crepusculares de los años setenta), sino un personaje trágico que no puede escapar ni de sí mismo ni de su propia leyenda. La violencia sólo engendra violencia, y sobre ésta se sostiene, parecen decirnos las imágenes, el imaginario mitológico de la nación.

Por eso mismo, a su vez, este fructífero mestizaje de clasicismo y posmodernidad ya no propone leyendas que se proyecten hacia el futuro, ni tampoco baladas melancólicas para la recuperación desmitificadora de los viejos héroes, sino leyendas que se consumen en sí mismas y que se desmoronan frente a la realidad humana de un pistolero viejo y taciturno, acosado por las deudas, viudo y padre de dos hijos, incapaz de subirse a un caballo ni de acertar con su revolver a un bote cercano. Leyendas que se estrellan también, pese a la voluntad de su muñidor, contra la realidad de un decadente dandy en viaje permanente hacia ninguna parte (Bob El Inglés) o frente a la crueldad de una autoridad arbitraria (Little Bill).

Por todo ello, finalmente, las imágenes resonantes de SIN PERDÓN vienen a desmontar, de manera implacable, toda la mitología del oeste cinematográfico (reducida aquí a un conjunto de relatos fantasiosos que se autodestruyen por sí mismos) y desvelan, así, la ya irreparable ruptura del vínculo entre la Historia y su interpretación, entre la realidad y el mito, descubierto éste ahora en su más vulnerable, derrotada, oscura y contradictoria humanidad. La peripecia del héroe (sobre la que reverbera el eco del inconsciente colectivo de un país entero) se convierte, de esta manera, en la historia de una culpabilidad colectiva y la narración fílmica que la sostiene deviene una metáfora lúcida, despiadada, sobre los orígenes de una nación que se levanta sobre casas que nunca terminan de construirse (la de Little Bill), sobre héroes que no son tales (William Munny), sobre mujeres humilladas y maltratadas (Delilah), sobre imposibles refugios familiares (el de Ned Logan), sobre miradas que buscan modelos imaginarios o equivocados (la de Schofield Kid) y sobre relatos que edifican leyendas falsas (los de Beauchamp).

Ficha Técnica

  • Año.- 1992.
  • Duración.-  131 minutos.
  • País.- EE.UU.
  • Género.- Western.
  • Título Original.- Unforgiven.
  • Director.- Clint Eastwood.
  • Guión.- David Webb Peoples.
  • Fotografía.- Jack N. Green (Panavisión – Technicolor).
  • Montaje.- Joel Cox.
  • Música.- Lennie Niehaus.
  • Productor.- Clint Eastwood.
  • Producción.- Malpaso Productions para Warner Bross.
  • Intérpretes.- Clint Eastwood (William Munny), Gene Hackman (Little Bill Daggett), Morgan Freeman (Ned Logan), Richard Harris (Bob El Inglés), Jaimz Woolvett (Schofield Kid), Saul Rubinek (W.W. Beauchamp), Frances Fisher (Strawberry Alice), Anna Thomson (Delilah), Anthony James (Skinny), Rob Campbell (Davey), Tara Dawn Frederick (Sue).
  • Premios.- 4 Oscars: Película, Director, Actor de reparto (Gene Hackman) y Montaje. 5 candidaturas: Actor principal, Guión Original, Fotografía, Dirección artística (Henry Bumstead & Janice Blackie-Goodine) y Sonido (Les Fresholtz, Vern Poore, Rick Alexander y Rob Young.

Curiosidades

En las alforjas westernianas de Eastwood hallamos una rara combinación de formas y estilos, temáticas y referencias. Hay pequeños guiños a Ford, como ese momento, en la secuencia de presentación del personaje de William Munny en su granja, en el que le vemos apoyado en el dintel de la puerta, con la cámara colocada en el interior de la casa, que recuerda los célebres planos de apertura y clausura de CENTAUROS DEL DESIERTO; o el momento en que visita la tumba de su esposa Claudia, aunque sin ponerse a hablar con ella como sí hacían los protagonistas de EL JOVEN LINCOLN (Young Mr. Lincoln, 1939) y LA LEGIÓN INVENCIBLE (She whore a yellow ribbon, 1949). Asimismo, el personaje de W.W. Beauchamp (Saul Rubinek), el biógrafo que acompaña a Bob el Inglés (Richard Harris) y que acaba practicando el transfuguismo en beneficio del cruel sheriff de Big Whiskey Little Big Daggett (Gene Hackman), no desentonaría en EL HOMBRE QUE MATÓ A LIBERTY VALANCE, el western por antonomasia en torno al conflicto existente entre Mito y Realidad a la hora de mostrar en cine la Historia con mayúsculas del Lejano Oeste, temática respecto a la cual puede verse SIN PERDÓN como una especie de variante. La película, es bien sabido, está dedicada “A Sergio y Don”, o sea, a Leone, el cineasta con el cual Eastwood aprendió a hacer cine, y a Siegel, el cineasta que le hizo amar el cine. En este sentido, no cuesta ver en William Munny a una especie de envejecido Hombre Sin Nombre por fin nominado, el paradigmático héroe de Leone en su retiro, alejado de la violencia.

Fuente: Cuaderno del Cine Club Universitario. Centro de Cultura Contemporánea. Vicerrectorado de Extensión Universitaria. Universidad de Granada.