Mi amigo el gigante (2016)

Área de Cine y Audiovisual

Introducción

Con Mi amigo el gigante (2016) el CineClub Universitario / Aula de Cine sigue con el ciclo «Maestros del cine contemporáneo (VII): Steven Spielberg (y 6ª parte)«. Cada una de las películas que integran el mismo se proyectarán, en versión original en inglés con subtítulos en español, todos los Martes y Viernes, a las 21:00 horas, en la Sala Máxima del Espacio V Centenario (Antigua Facultad de Medicina en Av. de Madrid).

El mutuo conocimiento entre los dos protagonistas en un tono tenebroso y amenazante

El cuento infantil homónimo, “The BFG”, que escribió Roald Dahl se publicó en 1982, el mismo año en que Steven Spielberg estrenó E. T. Sin embargo, aún siendo muy reconocibles los mecanismos de la magia spielbergiana, pronto desaparece la sospecha de cualquier intención de echar mano de la nostalgia: El gusto por mundos más oscuros e inquietantes, un sentido de la fantasía con más afecto a lo extraño o desconcertante propios de Dahl, permanecen en el corazón de Mi amigo el gigante, un film menos sentimental que E. T.

Buena parte del metraje se centra en el mutuo conocimiento entre los dos protagonistas, la niña huérfana Sophie (Ruby Barnhill) y el BFG (Big Friendly Giant, en el acrónimo inglés) a cuya recreación pone gestualidad y mirada Mark Rylance. El viaje al lugar donde habitan los gigantes, el modo de vida de BFG y el proceso de intercambio de miedos, soledades e ilusiones entre seres tan diferentes y sin embargo complementarios, ocupan la primera parte del film, una vez que se ha establecido la conexión en medio de la noche de un Londres entre fantasmagórico, gótico y cuentístico, con amplia evocación literaria al imaginario de los clásicos (Dickens, Conan Doyle, etcétera) y una decidida estética vintage, por mucho que se pongan al servicio de ella los más asombrosos adelantos en la fusión perfecta entre animación e imagen real. En el orfanato donde habita, Sophie tiene su propio mundo solitario, que se configura alrededor de su insomnio a las tres de la mañana, cuando todos duermen y ella lee, y funde su realidad con los sueños, los cuentos y la imaginación. O mira la calle hasta descubrir seres que nadie puede ver, no menos reales para ella, como el gigante.

Ese comienzo, la inquietante invitación a la aventura del gigante, el viaje en la noche, los paisajes fantasmagóricos y los primeros contactos en su guarida, marcan un tono más bien tenebroso y amenazante. El BFG pertenece a la raza de quienes se comen a los niños, y hasta descubrir que en realidad es vegetariano y que sus gestos delicados y abruptos al mismo tiempo forman parte de un ser peculiar que habla de forma extraña tergiversando las palabras y que, aunque parezca un peligro cuando corta los extraños calabacines gigantes de los que se alimenta, es también un ser amenazado, las formas de aproximación que Spielberg emplea entre los dos personajes dan para un relato más bien pausado y sutil. Apela también a lo maravilloso. Los característicos puntos de luz que atraviesan la pantalla con frecuencia tienen esa misión, mantener el punto inconcreto entre la realidad y la ilusión, entre lo soñado y lo vivido. El gigante, desde un laboratorio que le da también un aire de científico antiguo, es además el gestor de los sueños de los niños, sean pesadillas o búsquedas de una felicidad negada en la realidad cotidiana.

Una segunda fase más humorística

Pero cuando ese universo fascinante parece que puede empezar a quedarse limitado, la película entra en una segunda fase que la reinventa y la interna en un territorio más humorístico y jolgorioso, sin que se resienta (al contrario, se potencia) la precisión del cadencioso ritmo que Spielberg ha empleado hasta entonces. La niña decide recurrir nada menos que a la reina de Inglaterra para poner orden y paz en el peligroso mundo de los gigantes, y la recepción en palacio alcanza momentos desternillantes, desde la forma en que la reina admite con toda naturalidad lo irracional como una misión de estado y tiene en cuenta las necesidades de una niña como un ciudadano más, hasta la irrupción del gigante y las maniobras para mantener todo el protocolo de palacio, a su medida, incluso para celebrar un desayuno. Frente a los espacios abiertos y la preponderancia del paisaje de la primera parte, Spielberg aprovecha los interiores, y un entorno tan cuadriculado como el Buckingham Palace, para sacar partido humorístico y visual a las relaciones de tamaños y a la relatividad entre lo inmenso y lo minúsculo, con indirectas evocaciones a Alicia en el País de las Maravillas (Alice in Wonderland, Clyde Geronimi & Wilfred Jackson, 1951) y El increíble hombre menguante (The Incredible Shrinking Man, Jack Arnold, 1957).

Cierre

La aparente contradicción entre unas herramientas de última generación que no ocultan su virtuosismo técnico y un corazón de cuento a la antigua, no es tal pese a la espectacularidad del último tramo, con el despliegue militar y épico, Spielberg pone más el acento en el sentido de lo maravilloso y en la vieja idea de que hay que luchar por los sueños porque pueden llegar a hacerse realidad, que en el virtuosismo tecnológico. Conservando el afecto por los cuentos a la antigua usanza y un gusto por la iconografía clásica londinense, Spielberg logra una bellísima aventura regocijante e imaginativa.

Fuente: Cuaderno del Cine Club Universitario / Aula de Cine.

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