La señora miniver (1942)

Área de Cine y Audiovisual

Introducción

Información complementaria al ciclo «Maestros del cine clásico (XI): William Wyler (2ª parte: los años 40)» que el Área de Cine y Audiovisual (Cineclub Universitario / Aula de cine) de La Madraza nos ofrece durante el mes de Febrero de 2020, en la Sala Máxima del Espacio V Centenario, a las 21:00 horas. Las películas que componen este ciclo se proyectarán en versión original con subtítulos en español. Entrada libre hasta completar aforo. Recordamos que en la sala y durante las proyecciones, NO ESTÁ PERMITIDO comer ni hacer uso de dispositivos móviles. Os agradecemos vuestra colaboración.

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Reflejo de las experiencias bélicas de William Wyler

Pese a ser proyectos de encargo, Wyler trazó con el díptico formado por LA SEÑORA MINIVER (1942) y Los mejores años de nuestra vida (1946) una especie de confesión en voz baja, parapetándose tras ficciones ajenas, sobre sus propias experiencias bélicas. No es casual, en ese sentido, que la primera la firmara justo antes de incorporarse a la unidad cinematográfica del ejército estadounidense, y la segunda después de haber pisado el campo de batalla durante el rodaje de los documentales Memphis Belle: La historia de una fortaleza volante (The Memphis Belle: A story of a flying fortress, 1944) y Thunderbolt (William Wyler y John Sturges, 1947). Eso es lo que provoca que, seguramente de forma inconsciente, ambas funcionen casi como reflejos (inversos) dramáticos: si LA SEÑORA MINIVER parte del retrato de un pueblecito británico para ir, poco a poco, enrareciendo su atmósfera a medida que la realidad de la guerra va filtrándose en él, en cambio, en Los mejores años de nuestra vida, sus tres protagonistas chocan con una vida cotidiana en la que ya no encajan, y en la que -lo cual conecta con su antecesora- funcionan, sin quererlo, como disrupciones que soliviantan a los que les rodean. Así pues, la primera vendría a representar algo así como la toma de conciencia del propio Wyler, proyectada, hasta cierto punto, sobre el personaje de Walter Pidgeon; por su parte, la segunda refleja el retorno del director a la vida pública después de sus experiencias bélicas en Gran Bretaña y Francia, y a través de ese alter ego que supone Fredric March, denuncia la insensibilidad de la industria cinematográfica respecto a los veteranos de guerra. Que ambos sean burgueses acomodados que, a raíz del conflicto bélico, se ven obligados a bajar al fango y relativizar lo material, no deja de ser un arranque de sinceridad de un director que se sentía como mínimo ambivalente respecto a su éxito como director. Una conciencia que le llevó, desde 1936, a enviar dinero a dos docenas de parientes lejanos y amigos de la familia, incluido el hombre que había sido el médico de sus padres, todos los cuales querían emigrar a América.

Para entender la posición personal de Wyler respecto al conflicto, hay que tener en cuenta que, más allá de ser judío, su primer contacto con americanos fue a través de las tropas que liberaron su ciudad natal en Alsacia al final de la Primera Guerra Mundial, así que, al seguir teniendo parientes atrapados en Europa, sentía cierta responsabilidad que no pudo asumir por superar la edad máxima para ser llamado a filas. Por eso, aceptar un proyecto como LA SEÑORA MINIVER supuso para él una cierta “oportunidad de, modestamente, hacer una pequeña contribución a los esfuerzos bélicos”, a través de lo que él mismo reconocía que era “un claro film de propaganda, y a finales de 1941 no se suponía que pudiéramos hacer películas propagandísticas”. La Inglaterra de la película no está representada por un Londres glacial y sombrío sino por un apacible pueblo, Belham, donde las diferentes clases sociales convergen en la iglesia y en un concurso anual de flores. Simbolismos nacionales de la afición al cultivo floral quedan enlazados en el film con la significación social de la protagonista, madre de familia de condición aposentada: la rosa roja, obtenida en el medio proletario y destinada a vencer en el certamen instituido por una aristócrata, Lady Beldon (May Whitty), recibe de su productor el nombre de “sra. Miniver”. Y en la iglesia el vicario (Henry Wilcoxon) informa a la comunidad del estallido de la guerra y, al término del relato, exhorta a mantener el espíritu de lucha y la fe en la victoria. Este parlamento final llegó a ser impreso en una hoja y lanzado así desde los aviones sobre los frentes de batalla. El vicario daba en él respuesta a la pregunta de por qué niños, muchachas y ancianos tenían que morir en la contienda. Explicaba que no era sólo una guerra de soldados con uniforme: “Esta es la guerra del pueblo, de todo el pueblo, y hay que luchar no sólo en el campo de batalla sino también en las ciudades y en las aldeas, en las fábricas y en las granjas, en el hogar y en el corazón de cada hombre, mujer y niño que ame la libertad”. Mientras los reunidos se alzaban y emprendían un canto coral, la cámara se elevaba hacia el cielo, visible por la carencia de techumbre, y mostraba el paso de los aviones de la R.A.F. (Royal Air Force), símbolo del pueblo decidido a vencer.

Cierre

Estrenada dos años después, casi exactamente, del célebre discurso de Winston Churchill con las frases “llegaremos al final” y “nunca nos rendiremos” y de la evacuación por mar de las tropas cercadas en Dunkerque, LA SEÑORA MINIVER constituyó un emotivo homenaje a la heroica resistencia del pueblo inglés y adquirió un carácter emblemático del sacrificio colectivo para conservar un sistema social con base en la libertad.

Fuente: Cuaderno del ciclo Maestros del cine clásico (XI): William Wyler (2ª parte: los años 40).