Cumbres borrascosas (1939)

Área de Cine y Audiovisual

Introducción

Con Cumbres borrascosas (1939) el CineClub Universitario / Aula de Cine finaliza su ciclo “Maestros del cine clásico (XI): William Wyler (1ª parte: la década de los 30)“. Dicho evento ha consistido en la proyección de una selección de películas del mencionado director, todos los martes y viernes, a las 21:00 horas, en la Sala Máxima del Espacio V Centenario (Antigua Facultad de Medicina. Avda.Madrid). Las proyecciones se verán en versión original con subtítulos en español y la entrada a las mismas será libre hasta completar aforo.

Un forastero y La mansión

“Un forastero es un forastero” asegura Heathcliff (Laurence Olivier), el protagonista doliente de Cumbres borrascosas. Un forastero es un intruso, una persona que no es del lugar en el que ahora se encuentra, alguien que en este caso no es bien recibido. Pero en Cumbres borrascosas el intruso solo es el ligero detonante de los acontecimientos: Es él quien percibe la presencia fantasmal de Cathy (Merle Oberon), la amada muerta de Heathcliff, y es después el testigo pasivo de los hechos relatados por la vieja sirvienta Ellen (Flora Robson). Cathy y Heathcliff no pertenecen a la misma clase social pero se criaron juntos. De hecho, ambos son forasteros en el mundo que les ha tocado vivir. Crecen enamorándose. Pero si Heathcliff se mantiene fiel a ese ideario amoroso, Cathy está desgarrada, más que escindida, entre dos mundos, el del deseo hacia Heathcliff y el del ensueño por el ambiente y el confort burgués que puede proporcionarle Edgar Linton (David Niven), el hijo de una rica familia. La granja de los Linton se encuentra en el mismo condado de Yorkshire donde se construyó la mansión conocida como Wuthering Heights, pero está se eleva, siempre crepuscular, siempre decrépita, en los páramos. Cuando el citado forastero (Lockwood: Miles Mander) llega en una noche de tormenta pidiendo un cobijo que inicialmente se le deniega, Wuthering Heights es una casa muerta y los que en ella se encuentran, sentados con la mirada baja o de pie frente al fuego de la chimenea que ya declina, no están más vivos que las paredes ruinosas y las vigas quebradas. En este páramo espectral han sucedido en los últimos cuarenta años los acontecimientos relatados por Ellen. Pero antes, como dice la sirvienta, Wuthering Heights era un lugar delicioso, lleno de luz veraniega, juventud y voces felices.

La mansión en la que crecieron felices Cathy y Heathcliff, convertida después en el símbolo de la diferencia y humillación de clases cuando fallece el humanista padre de Cathy y es el despectivo y alcoholizado hermano quien hereda la propiedad convirtiendo a Heathcliff en mozo de establo, es un lugar en el que nunca podrá haber paz y orden. Pero a medida que los personajes crecen y el vaivén de las situaciones los lleva de un lado a otro (las semanas de Cathy en la finca de los Linton, el viaje de Heathcliff a América, la boda de Cathy y Edgar, el regreso de Heathcliff y su adquisición de Wuthering Heights, la forma en que Heathcliff utiliza a la hermana de Edgar para avivar los celos de Cathy), la mansión, el decorado, el espacio, pierde la prestancia que atesoró en las primeras secuencias en el tiempo presente del relato: El salón gélido, los personajes silenciosos, la voz femenina de ultratumba que escucha Lockwood, el cristal roto de la ventana, la mano que roza la del forastero desde el exterior, la nieve con formas fantasmales.

Cierre

La secuencia de apertura es excelente y propone un tono no correspondido con el resto del metraje; no es una secuencia misteriosa pero sí singular, agitada entre corrientes (melodrama, espectros, gótico, formas y silencios) en la que el fotógrafo Toland aún no debe filmar los cielos de estudio al que tanto partido extrae en uno de los mejores planos de la película, aquel en el que, tras los bruscos cambios de opinión de Cathy, Wyler la encuadra a ella y a Heathcliff en ligero contrapicado encima del peñasco, proyectados contra una nube que abarca prácticamente todo el fondo del encuadre. Excelente es también el último plano de la secuencia de la boda, cuando Ellen llora de felicidad por Cathy, recién casada con el primogénito Linton, pero también de pena por el ausente Heathcliff; o el plano combinado de Cathy y Heathcliff cuando este les visita tras volver de América convertido en un caballero: La nitidez acostumbrada de la fotografía de Toland pone a los dos personajes, sus cuerpos rígidos y sobre todo sus miradas, allí donde ahora les corresponde.