Cristina Megía (Valdepeñas, 1977) nos propone una reflexión pictórica acerca del papel del espectador y de la importancia de la mirada en la construcción o destrucción de nuestro imaginario social. Una inmersión en el tiempo y la materia y en nuestra posición como espectadores a través de la pintura.
La primera acepción de espectador en el diccionario de la RAE es ‘el que mira con atención un objeto’, según Wikipedia espectador es el ‘sujeto que el autor de una obra construye para que la aprecie. El papel de este está predefinido según la voluntad del autor’.
¿El autor puede construir al espectador, es tan poderosa su voluntad como para definir su papel? Como sociedad, ¿qué espectador estamos construyendo?
Y si la mirada es lo que nos convierte en espectadores, ¿somos conscientes de la trascendencia de saber hacia dónde dirigirla?, ¿percibimos la importancia de la existencia de determinados objetos?
El ser humano es lo que mira. Las sociedades salvan o condenan al ostracismo a otras anteriores en la medida en que las miran o no. La mirada determina la vida de la obra y por consiguiente la vida de lo que existió antes que nosotros.
¿Las obras de los museos están para que las miremos o porque las miramos? (A veces me parece más que fueran ellas las que nos miraran; aunque de nosotros dependa el que sigan haciéndolo).
En esta obra de complejísima tramoya que es la vida, somos espectadores conducidos por las salas de las cosas que nos ‘dejan’ mirar. Esta exposición habla del papel del arte y de la importancia y responsabilidad de nuestra mirada en la construcción o destrucción como humanidad.
Es una reflexión sobre el tiempo, la existencia y la presencia, hecha desde la tradición misma de la pintura, con una figuración meticulosa y depurada que se recrea en las cualidades materiales del medio; no obstante, en sus planteamientos visuales y discursivos muestra contextos de absoluta actualidad, en los que podemos percibir una cierta retroalimentación de otros ámbitos artísticos como el cine y la fotografía.
Su interés apunta a la parte más humana, emocional y estética del arte. La permanencia de lo efímero. La luz detenida en la materia. Espacios cotidianos, visiones personales que se nos imponen como espejos universales donde vernos reflejados. La transformación del mundo real en un imaginario pictórico que trata de destilar la belleza para hacerla visible mediante la pintura.