“Poco antes de ser asesinado, el príncipe de Dinamarca visitó Inglaterra. Supongamos que se hubiese quedado allí, evitando fantasmas y cementerios (la verdad es que no le gustaban ni los unos ni los otros) y engordando y viviendo… ¿Hubiera cambiado su nombre?… Los grandes personajes de Shakespeare, en sus grandes momentos, son transportados a la perversión del mundo, con una acentuada repugnancia. Todos excepto Hamlet. Exilado de la tragedia y viviendo como un pecador en Londres, se ríe del mundo, y la suya es la mayor de las risas en nuestra lengua. Sólo lo sorprendemos una vez sin que esté bromeando. ‘Soy viejo -dice John Falstaff de Elsinore-…, soy viejo’. La buena vida está a punto de convertirse en su propia muerte. Se ha arruinado a sí mismo, pero ha sido divertido. Hamlet o Falstaff -llámalo como quieras- únicamente siente sus pecados porque no fueron suficientes. Shakespeare, un tipo sociable al que le gustaba intercambiar sus bromas con los muchachos en La Sirena, hubiera querido, con toda seguridad, que Hamlet se reuniera allí, con ellos, para tomar una copa después de cada representación. Yo creo que Falstaff es Hamlet -un Hamlet viejo y perverso- tomándose esa copa…”
Orson Welles (1945)
Orson Welles no solamente se acercó a William Shakespeare por una cuestión de gusto artístico. Recurrió a las obras de Shakespeare para hacer algo más que ilustrar sus hallazgos poéticos y filosóficos. Los personajes shakesperianos de Welles poseen una cualidad probatoria, implícitamente fundada en su convicción de que los grandes poetas como Shakespeare eran “profundos conocedores del alma humana”, al igual que lo creía Sigmund Freud. Las condiciones humanas y sociales de tales personajes pueden contemplarse como ejemplos de seres reales, de una realidad más verdadera aún que la propia realidad. De ahí el escepticismo que les sigue o les precede en su retrato, acompañado siempre del amargo descubrimiento de la verdad y de la desgracia.
En el centro de la historia, encontramos el tema del nacimiento de la “modernidad”, ya abordado en El cuarto mandamiento y encarnado aquí por el conflicto entre los dos padres de Hal -el cínico y político Enrique IV y el vital y espontáneo Falstaff– y por la inevitable derrota que está escrita en la historia: la lección de humanismo que Falstaff ha pretendido transmitir a Hal es aplastada por la razón de Estado.
Welles erige el retrato de un personaje melancólico y desgarrado. Su Falstaff es capaz de adherirse de una manera inédita al “personaje” Welles y revela una soledad que el autor no se atreve a disimular a través de su desmesura. Pese a las diversas licencias que Welles se toma con el texto -la idea típicamente shakespeariana del hombre puro y bueno que revela su total alteridad en relación a la lógica del poder, y por lo tanto ha de ser alejado para no poner en peligro las razones de la corona y el Estado-, encuentra en este film su propia grandeza trágica y desesperada. Vencido, humillado, renegado, Falstaff es el más shakespeariano de los personajes wellesianos precisamente porque acaba por identificarse con el propio director en una ósmosis que pasa del texto teatral al texto cinematográfico para alzarse en recordatorio de la vida misma. “Cuando no esté en este mundo, me olvidarás”, dice Falstaff a Dolly, y esta constatación de Welles contiene no sólo el carácter trágico de su personaje más logrado, sino también el testamento de su fracaso como hombre y como cineasta.
Orson Welles se convierte, por fin, en el sosias perfecto de Shakespeare, dentro y fuera de la pantalla. Un actor de la plebe -divertido, ocurrente, cercano-, alejado del establishment, asumiendo sus limitaciones presupuestarias y técnicas como un estímulo artístico. Su Falstaff tiene mucho del propio Welles: es un ‘bon vivant’ amante de la buena cocina y del mejor beber en grandes cantidades, fumador de habanos, gordo, vulnerable, escaso de dinero, desconcertado ante los tiempos que le ha tocado vivir, mentiroso y sinvergüenza. Welles vuelca en el personaje su pasión por la vida, una pasión por la vida Iibertaria y socarrona, pero también dolida, amargada.
Ficha Técnica:
- Año.- 1965.
- Duración.- 120 minutos.
- País.- Francia – España.
- Género.- Drama.
- Título Original.- Chimes at midnight.
- Director.- Orson Welles.
- Argumento.- Obras de William Shakespeare y el libro de Raphael Holinshed.
- Guión.- Orson Welles.
- Fotografía.- Edmond Richardson (B/N).
- Montaje.- Frederick Muller, Peter Parasheles y Elena Jaumandreu.
- Música.- Angelo Francesco Lavagnino.
- Productor.- Emiliano Piedra, Ángel Escolano y Harry Saltzman.
- Producción.- Internacional Filmes Española – Alpine Productions.
- Intérpretes.- Orson Welles (sir John Falstaff), Jeanne Moreau (Doll Tearsheet), John Gielgud (Enrique IV), Margaret Rutherford (sra. Quickly), Keith Baxter (Henry Monmouth conocido como Hal), Marina Vlady (Kate Percy), Norman Rodway (Henry Percy conocido como Hotspur), Walter Chiari (Silence), Tony Beckley (Ned Poins), Fernando Rey (Worcester), Alan Webb (juez Robert Shallow), José Nieto (Northumberland).
http://https://www.youtube.com/watch?v=1qRoyUcOi4E
Fuentes: Cuaderno del Cine Club Universitario. Centro de Cultura Contemporánea. Vicerrectorado de Extensión Universitaria. Universidad de Granada.
Si os ha gustado este post os animamos a compartirlo para que el mayor número de personas posible asistan y disfruten hoy de esta película que continúa el ciclo MAESTROS DEL CINE CLÁSICO (VIII): ORSON WELLES (en el centenario de su nacimiento), organizado por el Área de Cine y Audiovisual (Cine Club Universitario) del Centro de Cultura Contemporánea de la Universidad de Granada, en el Aula Magna de la Facultad de Ciencias, a las 21:00 horas. Versión original en inglés con subtítulos en español.
¡Muchas Gracias!