BERLÍN OCCIDENTE

Publicado el 5 marzo, 2012


Poster de la película
Año de estreno: 1948. Duración: 116 min.  
País: EE.UU. Género: Bélico/Comedia romántica.
  
Título Orig.- A foreign affair. Director.- Billy Wilder. Argumento.-David Shaw. Guión.- Charles Brackett, Richard L. Breen y Billy Wilder. Fotografía.-Charles B. Lang (B/N).
Montaje.- Doane Harrison. Música.-Frederick Hollander. Productor.- Charles Brackett.  
Producción.-Paramount. Intérpretes.- Jean Arthur (Phoebe Frost), Marlene Dietrich (Erika von Schlütow), John Lund (capitán John Pringle), Millard Mitchell (coronel Rufus Plummer), Peter von Zerneck (Hans Otto Birgel), Bill Murphy (Joe), Stanley Prager (Mike).

2 candidaturas a los Oscars: Guión y Fotografía.


Temática:
 
   “En la secuencia de apertura de BERLÍN OCCIDENTE, un grupo de congresistas estadounidenses sobrevuelan el Berlín devastado tras el fin de la guerra, un paisaje inerte con los mismos esqueletos de lo que antes fueran viviendas filmados por Roberto Rossellini. La misión del comité es investigar lo que uno de sus miembros, la diputada republicana Phoebe Frost (Jean Arthur), denomina malaria moral, que no es otra cosa que la corrupción extendida entre las propias tropas de ocupación estadounidense”.

 Quim Casas, “Los inicios de Wilder en Hollywood”, rev. Dirigido, diciembre 2006.

   “Jean Arthur había interpretado sobre todo a mujeres limpias y hacendosas en comedias americanas sobre la clase media, como El secreto de vivir o Caballero sin espada, y Marlene Dietrich había interpretado a mujeres bajo cuyo glamour sucumben los hombre llevados por su pasión y traspasan todos los principios morales. Exactamente eso interpretaban también las dos en BERLÍN OCCIDENTE: Jean Arthur, en su papel de Phoebe Frost, de Iowa, encarna la rectitud, el decoro, lo americano. Representaba a la clase media estadounidense y a pesar de eso tenía su encanto”.

Billy Wilder & Hellmuth Karasek, Nadie es perfecto, Mondadori, 2000.

   Con respecto a Marlene Dietrich, Wilder comenta lo siguiente:

    “BERLÍN OCCIDENTE fue mi primera película con Marlene Dietrich. Naturalmente, yo la conocía de Berlín, cuando rodó El ángel azul con Sternberg. Independientemente del juicio que merezcan sus películas con Marlene Dietrich -que no retrocedía ante ninguna exageración melodramática, como, por ejemplo, cuando la hace recorrer descalza el desierto siguiendo a un legionario en Marruecos-, uno cosa sí aprendió Marlene con él: Entendía más de la colocación de la cámara y de iluminación que lo mayoría de lasactrices. Un director no podía enseñarle nada a aquella mujer de acero forjada por Sternberg.

    Marlene Dietrich, en el trabajo, era un soldado. Era completamente distinta de los papeles que interpretaba, en los que representaba a vampiresas, a mujeres seductoras, a femmes fatales. En realidad era, sobre todo, enfermera y ama de casa, una mujer que lo que quiere es cocinar y ayudar. Marlene Dietrich era una especie de madre Teresa, pero con los piernas más bonitas. Ella estaba muy bien preparada para su papel como cantante de club nocturno y mujer nazi gracias a sus experiencias en Europa. Después de la invasión había estado con mucha frecuencia directamente en la retaguardia, cantando para las tropas. Era una convencida antifascista y quería respaldar moralmente la guerra contra Hitler en la medida de sus posibilidades. No fue difícil conseguir a Marlene Dietrich para el papel de la cantante del club nocturno. Lo que no la convencía era representar el papel de una nazi convencida. Le expliqué que, a lo largo de la película, su personaje se convertía en el trozo de queso con el que se atrapa al ratón, al cabecilla de los nazis. Aunque la comparación era muy poco galante resultó convincente”.

Billy Wilder & Hellmuth Karasek, Nadie es perfecto, Mondadori, 2000.

Clip de la película

Valoración: 

   “Encuadrada dentro de una filmografía dominada por la comedia con esporádicos, amén de memorables, incursiones en un cine negro de áspero sabor melodramático, a primera vista, BERLÍN OCCIDENTE aparece como una película déclassée, una rareza que poco o nada aporta a la obra de Billy Wilder e, incluso, que no tiene ninguna relevancia especial dentro del género bélico al que teóricamente pertenece. Alguien podría aventurar que se trata de un simple compromiso adquirido con la maquinaria propagandística de Hollywood, despachado de manera tan funcional como rutinaria. Pero es una impresión falsa que se desvanece rápidamente observándola con cierto detenimiento, analizando sus imágenes con cuidado.

   Rodada entre los pavorosos restos de la antaño orgullosa capital del III Reich, donde la guerra, en cierto modo, no ha terminado para la población civil alemana que ha sobrevivido a Hitler, a los bombardeos, a la enfermedad y al hambre, BERLÍN OCCIDENTE se filma sólo tres años después de finalizar la contiendo mundial, siendo claramente una película marcada por el recuerdo de la guerra. Una guerra que continúa presente y palpable en la siniestra monumentalidad de las ruinas, en la carroñera vitalidad del mercado negro -donde todo se compra y se vende-, en esos lúgubres night-clubs que evocan tiempos gloriosos, tan distantes en el tiempo y en el ánimo de sus moradores que casi parecen irreales, quizá soñados, nunca vividos, auténticos.

   El drama palpita, sordo e inquebrantable, en cada plano de BERLÍN OCCIDENTE, a pesar de su aire de comedia -un grupo de congresistas estadounidenses se desplaza a la extinta capital de Alemania para controlar y preservar la moral de las tropas de ocupación allí acuarteladas-, por encima de su superflua historia de espionaje. El desgarrador afán de los ciudadanos berlineses por salir adelante -trafican con todo y son capaces de robar y engañar a cualquiera para salirse con la suya-, la hipocresía moral de la que hacen impúdica ostentación las tropas norteamericanas -más preocupadas en acostarse con las muchachas alemanas que en reconstruir la ciudad, restaurar unos servicios sociales básicos o erradicar los últimos focos de resistencia nazi; muchachas que buscan en sus torpes galanteadores un confort material del que carecen, aun a costa de comerciar con su cuerpo-, y el triste triunfalismo oficial -con evidente y muda complicidad, los congresistas únicamente ven aquello que las autoridades militares quieren que vean, sin ir más allá-, convierten a BERLÍN OCCIDENTE en el corrosivo testimonio de un momento histórico tan triste como sórdido.

   Algunos críticos bastante osados han establecido ciertos paralelismos morales y estéticos entre BERLÍN OCCIDENTE y Alemania, año cero, filmada por Roberto Rossellini en el mismo escenario tan sólo un año antes. Dicha teoría es en verdad, muy arriesgada, considerando la dispar personalidad de ambos cineastas. Tanto BERLÍN OCCIDENTE como Alemania, año cero comparten un denso pesimismo existencialista que la cinta de Wilder amortigua mediante toques de comedia melodramática, mientras que la película de Rossellini los suaviza gracias a su rudo sesgo documental, neorrealista.

   Curiosamente, el realizador italiano bucea en la entraña metafísica del relato, descrito por él mismo como un “estudio sobre los movimientos del alma” en un lugar y un tiempo concreto. Por su parte, el director americano de origen austriaco, desprovisto de cualquier anhelo de abstracción, pone en la picota los movimientos del Establishment a la hora de arbitrar los conflictos entre vencedores y vencidos, entre el idealismo y el cinismo. La acidez típica de Wilder se manifiesta con fuerza, por ejemplo, en la expresión de un congresista cuando habla sobre la ayuda económica a Europa por parte de Estados Unidos: “Darles de comer, es democracia. Dejar las etiquetas puestas, es imperialismo”.

   En sus aspectos sensuales BERLÍN OCCIDENTE fue inusual para su época: Marlene es sorprendida por el capitán, con su colchón recién conseguido, mientras se está cepillando los dientes, y tierna y burlona escupe a la cara de su amante el agua que tiene en la boca. Una intimidad muy de acuerdo con el gusto del código Hays, precisamente porque con todo seguridad no aparecía en su catálogo de delitos”.

  
Antonio José Navarro, “Billy cogió su fusil” en dossier “Aquí un amigo: Billy Wilder”, rev.Dirigido, mayo 2002.

   “En una encrucijada algo incómoda, desde el punto de vista de Wilder, se sitúa BERLÍN OCCIDENTE, una película que banaliza asumidamente determinados aspectos de las relaciones y reacciones de las tropas de ocupación, sin llevar hasta sus últimas consecuencias el análisis de la corrupción e intereses varios que anidaron entre los oficiales y soldados norteamericanos durante su estancia en el Berlín dividido, algo por otra parte lógico dado el contexto en que se realizó la película. BERLÍN OCCIDENTEsomete a la cirugía de la comedia de enredos amorosos, por lo que respecta a las relaciones entre uno de esos militares “corruptos” (capitán John Pringle: John Lund) y Phoebe Frost, una historia que funcionaba mejor en su radiografía de la supervivencia nazi en el Berlín destrozado, como refleja el personaje de Erika, quien cuenta, por supuesto, con dos o tres escenas musicales en un club abarrotado ya que está interpretada por Marlene Dietrich. La película funciona entre dualidades, al margen de que el personaje de Pringle, un militar sin apenas moral ni escrúpulo alguno, tremendamente cínico, que alardea durante una recepción de las medias que ha conseguido y no duda en canjear el pastel de chocolate que le ha enviado desde Iowa por un colchón para Erika, no esté lo suficientemente bien dibujado para que pueda entenderse que abandone a la rutilante y rubia cantante (de la que desconoce su pasado como amante de un importante oficial de las SS) para enamorarse de la recatada y pulcra Phoebe.

   Wilder se muestra, con todo, contundente: “Lo que necesitáis los alemanes es una conciencia tranquila”, le dice Pringlea Erika, aunque el oficial norteamericano desconozca realmente el alcance de la palabra conciencia. Igualmente pueden rastrearse rasgos de otros films anteriores y posteriores de la obra wilderiana, en aras, nuevamente, de defender la coherencia de esta película en el cuerpo filmográfico de su director. Algunos detalles del film son extrapolables al del otro que ambientó en tierras berlinesas, Uno, dos, tres (1961), pero sobre todo es la idea del grupo de congresistas, recorriendo los lugares que cualquier turista real visitaría ayer y hoy de Berlín, lo que resulta muy propio del director: Estos personajes son comparables con los profesores de Bola de fuego, el film que Wilder y Brackett escribieron para Hawks, y Phoebe se hace pasar por alemana y se deja acompañar por dos soldados estadounidenses para conocer de primera mano lo que ocurre en la ciudad, algo que también hacía, movido por similares intereses, aunque engañado, el Gary Cooper de la película hawksiana. En un film de puesta en escena siempre muy controlada, acorde con los sinuosos y delicados conflictos tratados, destaca en BERLÍN OCCIDENTE, un gag geométrico que deviene en inusitado cortejo amoroso. La congresista, cercada en un pequeño despacho, intenta escapar del acoso del capitán abriendo archivadores ante el avance impecable de Pringle; éste los cierra uno tras otro hasta que al final atrapa a la remilgada protagonista entre dos archivadores abiertos que forman un ángulo recto: Phoebe sucumbe por vez primera a los besos del oficial que representa como nadie la malaria moral que vino a combatir”.

Quim Casas, “Los inicios de Wilder en Hollywood”, rev. Dirigido, diciembre 2006.

   Decir que “a pesar de lo mucho que las autoridades oficiales estadounidenses en Berlín y del Ministerio de Asuntos Exteriores se enojaron por el modo en que Wilder se chanceaba de la ciudad en ruinas y de sus liberadores, la mayoría de los críticos fueron favorables.

   BERLÍN OCCIDENTE es, en resumen, una película plenamente wilderiana, pues responde con desigual intensidad y rigor al pensamiento artístico de su autor: Trabajado guión basado en un texto previo, una eficaz dirección de actores y una puesta en escena clásica, carente de grandes alardes visuales, la manifiesta teatralidad del decorado… Incluso van más allá. Su implícita renuncia a elaborar un film bélico según las convenciones del género vigentes en esos años, insiste en la distancia crítica que Wilder siempre mostró hacia el cine de Hollywood como fábrica de mitos, como arsenal de dramaturgias y tipologías, como espectáculo y reflexión”.

           Antonio José Navarro, “Billy cogió su fusil” en dossier “Aquí un amigo: Billy Wilder”, rev.Dirigido, mayo 2002.



 

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