¿TELÉFONO ROJO? VOLAMOS HACIA MOSCÚ (1964)

Área de Cine y Audiovisual

“En ocasiones solo un enfoque de comedia es posible para determinados temas terribles. Kubrick lo ha entendido así y, desde un cierto punto de vista, ¿Teléfono rojo? Volamos hacia Moscú es una comedia Ealing gigantesca”.

Alexander Mackendrick

Presentación

El viernes, 23 de febrero de 2018, a las 21:00 horas, en la Sala Máxima del Espacio V Centenario, el Cineclub Universitario / Aula de Cine  finaliza el ciclo Maestros del Cine Moderno (VI): Stanley Kubrick (1ª Parte), con la proyección de la película ¿Teléfono rojo? Volamos hacia Moscú (1964). En versión original con subtítulos en español. Entrada libre hasta completar aforo.

Una comedia de pesadilla

En la génesis de ¿Teléfono rojo? Volamos hacia Moscú se pueden suponer dos motivaciones que se complementan. Primordial y fundamentalmente el miedo a la muerte, que en Kubrick casi se puede afirmar que constituye el motor de todos sus films.

El hecho de que existan armas capaces de destruir el planeta, le parece una monstruosidad a Kubrick, pero el que la utilización de tales armas, esté en manos de inútiles, incapaces, borrachos, estúpidos, irresponsables, que pueda producirse un accidente, o que ni siquiera su utilización dependa de la voluntad humana, saca de quicio al americano, entre otras cosas, porque opina que, tomándose todas las molestias que se toma, para no morir -no monta en avión, siendo piloto, porque considera que los márgenes de seguridad de la aviación comercial son poco de fiar; sus chóferes tienen orden terminante de no pasar de los 50 km/h, velocidad a la que un accidente casi no tiene posibilidades de ser mortal- no tendría demasiada gracia, desaparecer a consecuencia de un accidente o de la locura de un irresponsable.

Además, y abandonando el punto de vista subjetivo, la posibilidad objetiva de desencadenamiento de un ataque nuclear, es muy considerable en el frágil equilibrio de terror que las grandes potencias mundiales están empeñadas en mantener. Desde 1957 estaba Kubrick acumulando informaciones sobre la posibilidad de una guerra nuclear y buscando una novela que le sirviera de base para el film. Creyó encontrarla en ‘Alerta roja’ de Peter George, pero al trabajar en el guión se dio cuenta que todas las escenas que le gustaban y le parecían lógicas, las había desechado porque harían reír al público. Así decidió hacer lo que llamo una “comedia de pesadilla”. El resultado fue la más perfecta e hiriente de las sátiras que se haya rodado.

Apabullante exactitud en tono sarcástico

A la hora de preparar su films, Kubrick era extremadamente meticuloso. Uniformes, armas, modelos de coches, de aviones… cuanto aparece, con escasas excepciones, no es tan solo verosímil, sino verdadero. Todo un signo distintivo. Y en ¿Teléfono rojo? Volamos hacia Moscú , esa apabullante exactitud al mostrar el instrumental de la tecnología o la precisión del armamento hiela la sangre en las venas cuando se acompaña del retrato de quienes deben utilizarlos. Los héroes positivos, desde el capitán inglés Lionel Mandrake (Peter Sellers) al presidente de los EE.UU Martin Muffley (Peter Sellers), serán víctimas de la mediocridad y hasta de la locura de cuantos les rodean. Con ellos, el tono sarcástico impuesto por el realizador impulsa un reír para no llorar que nos arrastrará hasta la festiva destrucción del planeta.

El general Jack D. Ripper (Sterling Hayden), convencido de que los comunistas han envenenado todos los líquidos (padece serios problemas de erección), manda sus aviones cargados de armas nucleares a bombardear distintos objetivos soviéticos. Mandrake, su subordinado, descubre que algo no funciona: Para semejante operación de castigo se requiere una previa agresión nuclear… inexistente. Washington percibe la maniobra y la maquinaria del Estado se pone en marcha, apareciendo tarugos impresentables como el general “Buck” Turgidson (George C. Scott), pillado con su secretaria miss Scott (Tracy Reed), quien sugerirá al presidente aprovechar el error, desgraciado, sí, pero ya irremediable, para borrar del mapa a los rojos, o el coronel “Bat” Guano (Keenan Wynn), con su dudas acerca de si un militar puede disparar contra una propiedad privada como es una expendedora de Pepsi Cola, con la guinda del dr. Strangelove (Peter Sellers), un científico de origen (y destino) nazi, a quien la superioridad de la raza le “pone”, dotado de una prótesis que le dispara el brazo en alto, un exterminador poco atento a las vidas ajenas, un tullido que, ante la inminencia de la catástrofe atómica, suelta un exultante “puedo andar”, levantándose de su silla de ruedas. Unos sujetos que no están a la altura de su cargo, magnificados por el mayor T.J. “King” Kong (Slim Pickens), obtuso, feliz cumplidor de las ordenanzas hasta el final, es decir, literalmente, cabalgando la bomba con su stetson en la mano.

Cierre

Cuando en enero de 1964 se estrena en Estados Unidos ¿Teléfono rojo? Volamos hacia Moscú, los días más tenebrosos del Temor Rojo habían pasado, y la elocuencia agitada de la paranoia anticomunista se abocaba al ridículo. De hecho, la película de Kubrick se inscribe en un boom de la sátira que a principios de los años 60 del siglo pasado sacude la cultura norteamericana de masas en paralelo a las proclamas revulsivas de la generación Beat, la Nueva Izquierda, y la Contracultura.

Kubrick había planteado su película en términos dramáticos, en sintonía con la novela de Peter George que le inspirase. Pero el humor acabó imponiéndose en el guión, dados los descubrimientos que iba haciendo acerca del funcionamiento delirante de las altas instancias militares y gubernamentales. El acierto de su apuesta fue total. A Kubrick cabe atribuirle, pues, la mejor sátira política del siglo XX.

Fuente: Cuaderno del Cineclub Universitario / Aula de Cine.

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