EL CLUB DE LOS POETAS MUERTOS (1989)

Área de Cine y Audiovisual

“¡Oh, capitán!, ¡mi capitán!, nuestro espantoso viaje ha terminado; la nave ha salvado todos los escollos, hemos ganado el premio que anhelábamos; el puerto está cerca, oigo las campanas, el pueblo entero regocijado, mientras sus ojos siguen firme la quilla, la audaz y soberbia nave: Mas, ¡oh corazón!, ¡corazón!, ¡corazón! ¡oh rojas gotas que caen, allí donde mi capitán yace, frío y muerto!”

Primer párrafo del poema “O Captain My Captain”

de Walt Whitman

Introducción

El martes, 28 de noviembre de 2017, a las 21:00 horas, en la Sala Máxima del Espacio V Centenario, el Cineclub Universitario / Aula de Cine  proyecta la película “El club de los poetas muertos (1989)«, dentro del ciclo “Maestros del cine contemporáneo (VIII): Peter Weir”, en versión original en inglés con subtítulos en español. Entrada libre hasta completar aforo.

El molde del profesor librepensador en El club de los poetas muertos

Debido a consideraciones inherentes a la industria cinematográfica estadounidense donde se había instalado a mediados de los años ochenta, Peter Weir quedaría fuera de los créditos de guionista en algunas de las producciones que llevaría su rúbrica tras la cámara. Weir se implicaría a fondo en la articulación del guión de El club de los poetas muertos pero, a la postre, Tom Schulman firmaría en solitario el script que le reportaría un Oscar. Con un sentimiento de orgullo y de cierta desazón recibiría la noticia de semejante distinción Samuel Pickering Jr., uno de los profesores que, sin duda, dejarían una huella indeleble en Schulman tras su paso por la ‘Montgomery Bell Academy’, en Nashville, en el estado de Tennessee. Al sr. Pickering se debe que sirviera de molde a Schulman para la construcción del personaje del profesor “librepensador” John Keating, encarnado en la gran pantalla por Robin Williams.

Peter Weir: Narrador de primera línea

De igual modo que Samuel Pickering transfirió a Schulman un sentido de la vida que calaría en su interior por tiempo indeterminado, Peter Weir hizo lo propio con un grupo de jóvenes en la pista de despegue de sus respectivas singladuras profesionales, tratando de neutralizar sus miedos y espoleándolos en un ejercicio que acabaría convirtiéndose en la rutina de sus vidas, la de la actuación. El mayor elogio que cabe, pues, para con El club de los poetas muertos se debe precisamente a la capacidad de aprehender, de capturar esos pequeños detalles por parte de Weir. Peter Weir se descubre un narrador de primera línea que sabe jugar con todos los resortes dramáticos a su disposición, en que la culpa y el perdón, la frustración y el deseo, el aprendizaje y la pasión se interpelan una y otra vez hasta culminar en un plano final que convoca al espectador hacia el conducto de las emociones.

Unas emociones que no surgen por el mero cumplimento de la causa-efecto sino por la sabia dosificación de cargas dramáticas que acaban explosionando cuando algo más de la mitad de los alumnos del profesor Keating se suben a las mesas para seguir el dictado de unas lecciones que jamás olvidarán, las extraídas de pensar por sí mismos, de buscar su lugar bajo el sol de una vida a través de un aprendizaje esquivo al dogmatismo secularizado en escuelas como St. Andrews.

Fuente: Cuaderno del Cineclub Universitario / Aula de Cine.

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