El cerebro de Frankenstein (1969)

Área de Cine y Audiovisual / Cátedra Federico García Lorca

Introducción

Con El cerebro de Frankenstein (1969), junto a  Frankenstein (1910), la Cátedra Federico García Lorca y el Cine Club Universitario / Aula de Cine de La Madraza. Centro de Cultura Contemporánea de la Universidad de Granada continúan el ciclo “La criatura ante su creador”. Frankenstein en el cine, conmemorando el bicentenario de la novela de Mary Shelley. Será el 21 de Noviembre de 2018, a las 21:00 horas, en la Sala Máxima del Espacio V Centenario (Antigua Facultad de Medicina en Av. de Madrid). Entrada libre hasta completar aforo. Versión original en inglés con subtítulos en español.

Vileza junto a un interesante discurso sobre la conciencia del cuerpo y sobre ética y ciencia

Cuarta de las cinco películas de Terence Fisher y Peter Cushing sobre la creación de Mary Shelley, El cerebro de Frankenstein arroja al protagonista a las cloacas de la vileza a la vez que establece un interesante discurso sobre la conciencia del cuerpo y sobre ética y ciencia.

Han pasado doce años desde el debut del personaje y ahora ya no es un científico obsesionado con una idea imposible, sino un ser vil y megalómano que pervierte los hallazgos de la ciencia. Quiere extraer los cerebros aún frescos de los cuerpos agotados y congelarlos hasta que encuentre otro receptor, lo que lleva a una interesante reflexión sobre el cuerpo del otro ya presente en el segundo y tercer film de la serie Cushing/Fisher, pero por el camino el barón ha perdido cualquier atisbo de nobleza y ética científica en su ideario. Frankenstein ahora no es un científico que desafía a Dios y a la naturaleza, sino también un ser depravado capaz de violar a una mujer; una mente criminal antes que un teórico visionario de los trasplantes o el arrogante creador de nueva vida.

No son muchos mejores, en el sentido moral del término, los demás personajes que pueblan esta película desoladora y perversa, quizá la más escéptica de las cinco que realizó Fisher. Karl Host (Simon Ward), el joven ayudante médico que trabaja en el manicomio, y Anna Spengler (Veronica Carlson), la también joven propietaria de la casa de huéspedes en la que se instala Frankenstein, parecen dos enamorados atolondrados, pero trafican con cocaína robada por el primero para poder pagar el caro sanatorio en el que está la madre de ella. A Fisher le es igual que el fin justifique o no los medios. Sin este detalle, la caja de cocaína descubierta por error, Frankenstein, siempre dispuesto a explotar las fragilidades y bajezas de los demás, no podría chantajearlos, obligarles a colaborar con él, desalojar la pensión de otros inquilinos, construir un nuevo laboratorio en el sótano, esconder cadáveres en el jardín y secuestrar del manicomio al doctor Brandt (George Pravda), con quien Frankenstein colaboró en sus primeros experimentos de trasplante cerebral. El encargado de investigar las muertes y desapariciones, el siempre malhumorado inspector Frisch (Thorley Walters), forma una extraña y disconforme pareja con el forense policial siempre disgustado que le acompaña a su pesar en la investigación (Geoffrey Baildon). Ambos son representantes asqueados y burocratizados de la ley.

Este panorama casi nihilista alberga una reflexión sobre el conflicto entre ética y ciencia o la dificultad que tiene Frankenstein en rectificar el sentido de la ética para preparar nuevos caminos para la ciencia. “Extraordinario”, dice Karl; “Avanzado”, replica Frankenstein sobre el trasplante de órganos humanos (en diciembre de 1967, casi coincidiendo con la gestación del film, el doctor Christiaan Barnard había realizado el primer trasplante de corazón del que se tiene constancia). El problema es el procedimiento de Frankenstein para alcanzar el logro científico: Secuestros, asesinatos, chantajes, mentiras y violaciones.

Decantación al realismo con tono folletinesco y al drama victoriano

La película es también una decantación del género fantástico hacia los límites inusuales del realismo mezclado con el tono folletinesco y el drama victoriano. Y uno de sus más notables ejes dramáticos reside en la contemplación del cuerpo del otro y del discernimiento de ser uno dentro de un envoltorio carnal que no le pertenece: La excelente secuencia en la que Brandt toma conciencia de que ahora es solo un cerebro dentro del cuerpo de otro médico, el profesor Richter, y, escondiéndose en una esquina oscura del dormitorio, intenta explicarle en vano a su esposa Ella (Maxine Audley) quién es aunque no parezca serlo en absoluto. Precisamente sobre el personaje de Ella radica la máxima crueldad implicita en el relato. Ha pasado unos cuantos años visitando ya sin esperanza a su marido, recluido en el manicomio. Le comunican después que alguien lo ha secuestrado. Reconoce a Frankenstein en la calle y le sigue hasta la casa de Ann. Frankenstein explica que lo ha secuestrado para devolverle la vida. En una triquiñuela pérfida, le enseña a Ella el cuerpo de su marido con el rostro completamente vendado (ya no es su rostro, es el de Richter), y le pide que le haga preguntas personales: El cuerpo reacciona a través de sus manos, porque el cerebro entiende esas preguntas, pero el envoltorio ya es otro y nunca volverá a ser el de Brandt. Cuando Ella se marcha de la casa habiendo recuperado la esperanza, Fisher encuadra a Frankenstein en un seco primer plano mientras comenta enérgicamente a Karl y Ann que deben marcharse de forma inmediata. Ella regresa al día siguiente pero nadie le abre la puerta. Va a la policía. Frisch y sus agentes entran en la casa y descubren, bajo el suelo, el cuerpo putrefacto de Brandt. La secuencia termina con el grito de espanto en primer plano de Ella. Lo más lógico sería pensar que la mujer no ha soportado tantas decepciones y recobradas esperanzas cercenadas, por lo que posiblemente habite en el sanatorio donde tanto tiempo estuvo recluido su marido. Pero sigue en su casa y Fisher le depara una última sorpresa en los márgenes de la cordura y la enajenación, la referida escena en que el cuerpo de Richter ordenado por el cerebro de Brandt la visita e intenta explicarle lo que ha ocurrido. En la mirada de Ella queda expresado todo el sinsentido moral y ético que se ha apoderado de los actos y experimentos de Frankenstein.

Cierre

Aunque es un film de atmósfera realista la casa abandonada del inicio y del final sí acumula los efectos góticos (la luz, las telarañas sobre los descuidados muebles, las columnas de piedra, las lámparas y cristaleras), como si Fisher quisiera recordarnos de dónde sigue siendo y procediendo la figura del científico que intentó insuflar vida en cuerpos muertos y ahora limita su radio de acción a la recuperación de los cerebros, quizás en un acto reflejo, tantos años después, tras el error mayúsculo de su sirviente al confundir un cerebro sano con el de una persona anormal en la creación original.

Fuente: Cuaderno del Cine Club Universitario / Aula de Cine.

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