Días sin huella (1945)

Área de Cine y Audiovisual

Estrenada en Estados Unidos en el año 1945 y dirigida por Billy Wilder, DÍAS SIN HUELLA (The lost weekend) habla sobre el drama del alcoholismo. 

Con un guión basado en la novela homónima de Charles R. Jackson y un director de la talla de Wilder, no es  de extrañar que fuera ganadora de 4 Óscars: Película, Director, Guión y Actor principal (Ray Milland), además de ser nominada a otras 3 candidaturas: Fotografía, Montaje y Música. En el Festival de Cannes tampoco se quedó atrás, consiguiendo el Premio al mejor actor (Ray Milland) y Gran premio del festival (Billy Wilder).

Pero, detrás de todo éxito siempre se esconde un arduo trabajo, en este caso el de Wilder, ya que representar la adicción era algo nuevo para Hollywood. De hecho, no fue hasta DÍAS SIN HUELLA que el personaje del borracho es encarnado por un hombre normal, alejado de la caricatura típica representada por la industria. En ella, Wilder muestra a un escritor que pierde su dignidad a causa del alcohol. Éste, cae cada vez más bajo, jugándoselo todo y convirtiéndose en ladrón, siempre con la adicción por la bebida como leit motiv. Sin embargo, contrariamente a lo que cabría imaginar, la película devuelve al personaje la dignidad perdida.

Días sin huellaQueda claro, entonces, que en DÍAS SIN HUELLA Wilder quiso mostrar el alcoholismo como enfermedad y no como motivo de comicidad. El alcohólico en lugar del borracho, el enfermo en lugar del marginado.

Fue la primera película de gran ciudad de Wilder, después de sus años en Berlín, y fue una de las primeras películas realistas sobre Nueva York, incluyendo, al mismo tiempo, escenas de la calle, tales como documentales en tiendas de licores, ante peluquerías o junto a puestos de fruta. Wilder quería que la atmósfera de la ciudad formara parte de la acción, que el aire de Nueva York pudiera respirarse en la película. Quería mostrar que el personaje del film vivía entre millones de personas, como haría, más tarde, en El apartamento.

Otro elemento a destacar en DÍAS SIN HUELLA, en palabras del Propio Wilder:  “(..) para aglutinar la película, para acelerarla y frenarla, según lo que hiciera falta, recurrí de nuevo a la retrospectiva: Pero esta vez no como voz en off, sino como episodios de una vida, tal y como Ray Milland los cuenta al camarero del bar (Howard da Silva).”

En esa escena del bar, hay una eficaz inserción, un primer plano de un signo cargado de significado que se introduce en la película. Ray Milland entra en el bar y pide una copa. El vaso ha dejado en la barra un círculo de agua. Después de la tercera copa, el camarero quiere limpiar los círculos. –No los limpies, Nat -dice Ray Milland-. Déjame mis pequeños círculos viciosos.- Y empieza entonces a filosofar sobre el círculo, “la figura geométrica perfecta”. Esta no tiene final ni principio, como el día de un bebedor. En un plano posterior, pueden verse seis círculos. Más tarde, en otro plano, doce círculos que se interseccionan sobre la barra.

Wilder  explica este recurso: “Utilicé este fundido encadenado, del que realmente estoy un poco orgulloso, para ganar tiempo, y para no tener que contar de un modo aburrido: Primero se toma una copa, después no puede detenerse y se toma otra y otra. La breve sucesión de círculos da a entender claramente al público, de golpe, la derrota de un bebedor reincidente. Esta inserción es una aplicación práctica de las teorías de Pudovkin y de Eisenstein, de cómo hay que contar algo en una película. En la novela, en el lugar correspondiente se diría: … ‘después de haber bebido nueve o diez copas’… Este tipo de inserciones muestran la fuerza de la película, la potencia arrolladora con que las películas pueden sacudir todo un edificio”.

En DÍAS SIN HUELLA hay otra inserción. El bebedor tiene miedo de no poder sobrevivir a la noche sin whisky. En algún lugar ha escondido una botella, pero no puede recordar el escondite que él mismo ha elegido. Revuelve toda la habitación, enciende todas las luces, lo pone todo patas arriba. Nada. Lleno de desesperación se echa sobre la cama, piensa que ha llegado al final y se queda mirando fijamente al techo. Pero, de repente, ve la silueta de la botella en la pantalla de la lámpara.

Es un film que muestra la relación de un escritor con el alcohol. Éste le permite imaginar que no es un marginado. El personaje, encarnado por Ray Milland, desea ser un escritor de éxito, pero su máximo referente es Shakespeare, lo que le acarrea esa situación de extrañeza, de idealismo literario. Milland es capaz, también, de empeñar su preciada máquina de escribir para conseguir una copa cuando las cosas van mal. Wilder, que al iniciar el proyecto tenía serias dudas sobre si el público optaría por tomarse al borracho en broma -por entonces el alcoholismo era un tema aún sin tratar en Hollywood- y soportaba la presión de los directivos de Paramount, forzó el naturalismo y se ahogó, a ratos, en la verosimilitud, intentando narrar la odisea de un borracho «serio».

Claudius Seidl propuso en su libro “Billy Wilder” (Cátedra, 1994) otra mirada más atractiva acerca del tema del film: “La película trata de un alcohólico, del alcohol y de la embriaguez. Por eso se la suele encasillar dentro del género de películas con temas conflictivos, tipo un estudio conmovedor sobre los peligros del alcohol, o algo por el estilo. Sin embargo, hay otra interpretación completamente distinta, pero mucho más acertada: DÍAS SIN HUELLA es el retrato de un artista. Para ser más exactos: El retrato de un hombre que tropieza con su concepto equivocado sobre la esencia del arte”. Siguiendo esta teoría, llegaríamos a una conclusión que hace aun más atractiva la película: su protagonista no es alcohólico porque fracasa en la vida y carece de otros estímulos (no ayuda mucho la presencia de su prometida, Jane Wyman), sino, porque, en el fondo, su meta inalcanzable es ser como el autor de “Romeo y Julieta”, y ese concepto equivocado del arte -Milland, escritor mediocre en el film, nunca podrá componer dos frases de igual belleza a la de cualquier soneto shakesperiano-, es lo que le empuja directo a la bebida.

Ahora, bien, ¿a qué género podría pertenecer ésta obra? ¿sería posible ubicar DÍAS SIN HUELLA dentro del film noir? Por una parte no, debido a sus visiones delirantes, aunque efectivas en 1945, del delirium tremens del protagonista con la imagen fantasmal de dos roedores que son atacados y devorados por un murciélago como expresión de la soledad y la locura del personaje. Pero, por otro lado, es en el uso de la luz, y aquí conviene recordar que la fotografía en blanco y negro está firmada por John F. Seitz -el mismo operador de Perdición y de El crepúsculo de los dioses, ambas con cierto aire de cine negro-, que la película podría encajar en la definición del género del que hablamos. El tono viene dado por esas ansias de verismo que perseguía Wilder, lo que le llevó a experimentar soluciones de rodaje propias del cine policíaco realista que se pondría de moda poco tiempo después. Es más, DÍAS SIN HUELLA se adelanta catorce años al estilo que impuso Fuller en la secuencia inicial de El kimono rojo. Wilder rodó algunas tomas con cámara oculta en las calles de Nueva York, siguiendo las evoluciones de un tambaleante Milland a la búsqueda de un bar y esperando captar la reacción real de los transeúntes, como hizo Fuller al hacer correr semidesnuda a la bailarina de striptease por las calles de Los Ángeles, mientras la filmaba desde el interior de una furgoneta sin que los viandantes se dieran cuenta.

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