Comando en el mar de China (1970)

Área de Cine y Audiovisual / Cineclub Universitario UGR / Aula de Cine "Eugenio Martín"

«El ser humano es el único primate que se dedica a matar a sus congéneres de forma sistemática, a gran escala y con entusiasmo. Una de sus primeras invenciones es la guerra; la capacidad de concluir la paz probablemente sea una conquista posterior».

Hans Magnus Enzensberg

«… la primera regla básica es que puedes distinguir una auténtica historia de guerra por su lealtad absoluta y sin concesiones a lo repugnante y lo soez».

Tim O’Brien

Introducción

El martes, 28 de mayo de 2019, a las  21:00 horas, en la Sala Máxima del Espacio V Centenario (Antigua Facultad de Medicina en Av. de Madrid), el Área de Cine y Audiovisual (Cineclub universitario/Aula de cine) de La Madraza nos ofrece Comando en el mar de China (1970), la primera película del ciclo «Un rostro en la pantalla (V): Michael Caine (2ª parte: los años 70 – I)«, con el que el Cineclub universitario cierra su actividad este curso académico 2018/2019. Todas las películas que componen dicho ciclo serán proyectadas en versión original en inglés con subtítulos en español y la entrada a las mismas será libre hasta completar aforo.

Una auténtica historia de guerra nunca es moral

¿Es Robert Aldrich un pacifista? No hay nada en sus películas bélicas que así lo afirme. Su desilusionada visión del ser humano acepta la guerra como algo irremediable, en la línea del poeta y ensayista alemán Hans Magnus Enzensberg. Aldrich evita adiestrar la paz de manera muy poco crítica, esgrimiendo raquíticos idealismos o interpretando el papel del intelectual engagé, como el Stanley Kubrick de Senderos de gloria (Paths of Glory, 1957). Del mismo modo, rechaza cualquier argumento vagamente positivista para defender la moralidad de la guerra: Es decir, la llamada “causa justa”. En la tradición clásica, la idea de la “causa justa” se comprendía como defensa contra la agresión, la recuperación de algo que se había substraído ilegalmente o el castigo del Mal. Por lo que no es casual que sus cínicas, estremecedoras, historias / reflexiones sobre la guerra se sitúen en la Segunda Guerra Mundial, ejemplo paradigmático de “causa justa”. El hombre moderno, según Aldrich, ha heredado toda la agresividad innata de sus antepasados, incluida su pasión por la gloria marcial. Mostrarle la irracionalidad y el horror de la guerra no tiene efecto en él. Los horrores producen fascinación. La guerra es la vida fuerte; es la vida in extremis. En las “películas de combate” de Robert Aldrich, las situaciones fuertes son las que marcan el comportamiento de personas, colectivos e instituciones. Los altruismos y debates “morales” de los tiempos de paz apenas exigen compromiso, puesto que las responsabilidades se diluyen ante la certeza de que nadie va a cambiar el mundo. Sin embargo, en las situaciones de crisis, en aras de la supervivencia, se impone una decisión clara y visible a través de la cual queden patentes qué valores se defienden. El cine bélico de Aldrich es, sin duda, inmoralista, puesto que para el realizador norteamericano, una auténtica historia de guerra nunca es moral.

Conflicto entre el ser humano y su naturaleza más abisal retorciendo los convencionalismos del género

Robert Aldrich radicaliza en Comando en el mar de china el discurso formulado en Doce del patíbulo. La mordacidad de los diálogos y el nivel de permanente confrontación, unido a ese antimilitarismo tan característico del cineasta y a su eterna desconfianza hacia quienes detentan los galones del poder sin merecerlo generan un cierto aire de familia respecto de otras realizaciones suyas. El héroe, el teniente Lawson, muere en un fútil intento de informar a sus superiores sobre la existencia de una base aérea japonesa secreta, mientras que el abyecto, mordaz y tremendamente pragmático soldado Tosh Hearne (Michael Caine), a quien la guerra le importa un bledo, sobrevive. La única gloria de la guerra es la supervivencia, el salir indemne de una situación, la batalla, donde uno está siempre solo. Eso es lo que alienta a Hearne, por encima de su condición de cínico outsider: El soldado ha dejado detrás a un grupo de “camaradas” a cuál más rufián, empezando por el despótico (e inútil) capitán Hornsby que impone la fuerza de su rango por encima de la lógica operativa que exige cada situación, y concluyendo por el soldado Campbell (Ronald Fraser), ladrón, cobarde y asesino. La guerra desenmascara a los hombres, los muestra tal y como son. Y aquí el enemigo está en casa: se trata del capitán Hornsby, un abyecto oficial que antepone el poder de sus galones sobre la lógica operativa que exige la coyuntura bélica. Se trata de un personaje, básicamente, irresponsable en el ejercicio de su autoridad, reflejo de cómo ésta puede degenerar en autoritarismo cuando no va acompañada del reconocimiento ni de la legitimidad necesaria en su aplicación.

Alrededor de Hearne, Robert Aldrich concentra una batería de acotaciones sobre el cine de guerra como género, que refuerzan el tono amargo de Comando en el mar de China. La misión es un completo fracaso, nada sale como estaba previsto, y quizás sale mucho peor a causa de la escasa motivación de la tropa, contraria a pelear, a sacrificarse. Pero, al mismo tiempo, aun asumiendo que “el heroísmo es fruto del azar”, como comenta el personaje interpretado por Michael Caine, Robert Aldrich no pretende minimizar ni el mérito ni el valor de sus personajes, no tanto en sus acciones contra los japoneses como en la determinación que toman para eliminar a Hornsby. Esa clarividencia para asimilar quién es el verdadero enemigo y acabar con él sin contemplaciones es lo que convierte definitivamente en héroes para Aldrich a los protagonistas de Comando en el Mar de China.

Asimismo la visión del enemigo, las tropas imperiales japonesas, prescinde de los clichés racistas acuñados por decenas de films bélicos previos. El “peligro amarillo”da un vuelco en la caracterización del mayor Yamaguchi (Takakura Ken). Astuto oficial que hurga en la desafección interna de los soldados británicos invitándoles a rendirse sin miedo a represalias. Yamaguchi utiliza como método de comunicación su propia voz, amplificada por unos altavoces que estremecen la densa jungla. Su pose sosegada y casi aristocrática, unida a su dominio del espacio hostil por medio de una soldadesca disciplinada y tenaz, subraya la indefensión y anarquía de sus enemigos. Incluso la brutalidad, en el cine atributo exclusivo del enemigo nipón, es repartida de manera equitativa en Comando en el mar de China, sin matizar su carácter insano: Los soldados japoneses destrozan el cuerpo de un prisionero inglés quien previamente había mutilado el cuerpo sin vida de un oficial enemigo para robarle un valioso anillo.

En su momento hubo quien vio en Comando en el mar de China una suerte de remake de Doce del patíbulo, quintaesencia de lo que los americanos denominan macho movie; es decir, de un film interpretado por un elenco exclusivamente masculino, construido alrededor de una historia lineal sustentada sobre un conflicto dramático extremadamente sencillo, sazonado con vibrantes secuencias de acción y violencia rebosantes de testosterona. Pero se trata de una apreciación superficial, pues ambas son variaciones sobre un mismo tema: El conflicto entre el hombre y su naturaleza más abisal (sus miedos, sus egoísmos, su incapacidad para rectificar semejante actitud cuando se les presenta una segunda oportunidad…), retorciendo estilísticamente los convencionalismos del género en que se inserta.

Cierre

Aldrich logra en Comando en el mar de china un film bélico de ritmo endemoniado y desenlace tan tenso como espectacular, con una estructura narrativa de una solidez increíble, sustentándose en un guión repleto de situaciones límite y complejo en matices y capas, potenciando el carácter desconfiado y egoísta de aquellos llamados a convertirse en héroes, minimizando la épica de sus acciones, dotándoles de un sesgo de pragmatismo que destierra de ellos la defensa de cualquier ideal.

Para más información acerca de esta película y del resto del programa, pulsa el siguiente enlace, en el que podrás descargarte, en pdf, el cuaderno con todo el contenido del ciclo «Un rostro en la pantalla (V): Michael Caine (2ª parte: los años 70 – I)», organizado por el Área de Cine y Audiovisual (Cineclub universitario/Aula de cine) de La Madraza. Centro de Cultura Contemporánea de la Universidad de Granada. Espero que disfrutes del mismo. ¡Muchas Gracias y un saludo!