MÁS ALLÁ DE LA VIDA (2010)

Área de Cine y Audiovisual

En Más allá de la vida, todo adquiere una dimensión diferente. Principalmente porque Clint Eastwood es un hombre de 80 años que empieza a formularse preguntas acerca de la muerte, o más concretamente, sobre qué hay después de la muerte.

Antonio José Navarro

Presentación

El martes, 17 de abril de 2018, a las 21:00 horas, en la Sala Máxima del Espacio V Centenario, el Cineclub Universitario / Aula de Cine proyecta Más allá de la vida (2010), película enmarcada en el ciclo Maestros del Cine Contemporáneo (VI): CLINT EASTWOOD (y 4ª parte), en versión original con subtítulos en español. Entrada libre hasta completar aforo.

La radicialidad de Más allá de la vida

La radicalidad de Más allá de la vida descansa en la propia radicalidad de la experiencia en torno a la cual Clint Eastwood nos plantea preguntas sin respuesta… La muerte es personal e intransferible, nadie puede morir por nosotros, como tampoco podemos retrasar ni cambiar la muerte de una persona por la de otra. La muerte es, por otra parte, lo más individualizador e igualitario que existe en la vida: Nadie es mejor ni peor que nadie en el momento de cruzar esa frontera. Más allá de la vida tiene una cualidad que desconcierta: La película no sermonea, no dogmatiza, no está segura de nada. Y ahí se localiza su interés, su fortuita grandeza. Eastwood se descubre como un tímido pensador platónico y considera que filosofar es prepararse para morir, y prepararse para morir no es otra cosa que pensar en la vida. A cada secuencia su film nos sugiere que los escalofriantes mitos sobre la Vida Después de la Muerte no son más que fábulas que no deben asustarnos, puesto que nunca vamos a coexistir con la muerte: Mientras vivimos, ella es sólo una amenaza, una certeza futura, y al morir termina nuestra existencia. Es el hamletiano (shakesperiano) dilema del “ser o no ser”.

Tres líneas argumentales en torno a la meditación de la mortalidad

Para construir su meditación en torno a la mortalidad, la película se centra en las historias de tres personas situadas en otros tantos países, personas quienes tienen en común su exploración de la muerte y de sus misterios. George Lonegan (Matt Damon) es un tipo de San Francisco que lleva una existencia solitaria, tratando de forjar una vida “normal” para huir de su asombrosa capacidad para contactar con los muertos. Marie Lelay (Cécile de France), periodista televisiva de éxito, sobrevive a un tsunami mientras estaba de vacaciones en Indonesia. Tras “volver a la vida”, a Marie le atormenta lo que cree haber visto y sentido cuando murió. Al regresar a París, abandona su trabajo convencida que su experiencia cercana a la muerte le mostró una realidad metafísica que el resto del mundo ha decidido a pasar por alto. En Londres, el jovencísimo Marcus (Frankie McLaren) sufre una gran desasosiego tras la repentina e inesperada pérdida de su hermano gemelo, Jason (George McLaren), extraviado en un mundo donde la compasión y la indiferencia son difíciles de distinguir: Su madre alcohólica es ingresada en un centro de rehabilitación, y él es destinado a un hogar de acogida. En su anhelo de saber si hay un más allá donde habite su hermano, Marcus se zambulle en el mundo de los espiritistas. La película sigue estas tres líneas argumentales independientes que confluyen solo en el último momento, representando la colisión entre los vivos y la muerte de un modo distinto.

Esta suerte de trama trenzada, de “vidas cruzadas”, puede resultar sorprendente, viniendo de Eastwood. Su argumento, alambicado y distante. El estilo, el tono van un paso más allá de la habitual sobriedad narrativa del cineasta, mezclando lo íntimo con lo espectacular, la ternura con el dolor, lo trágico con lo esperanzador. Los múltiples detalles de puesta en escena que dan carácter al relato, hacen que el autor examine con poética melancolía las vivencias de sus personajes, su atormentada relación con el mundo. Un mundo que disfruta de la vida de forma excesivamente frívola, inconsciente (Marie); a veces víctima de sus injusticias y arbitrariedades (Marcus), o incapacitado para asumir las responsabilidades o cargas que la vida conlleva (George).

Así pues, recordemos la afición de George por la literatura de Charles Dickens, que contrasta con su actividad laboral en una planta azucarera donde ha atrincherado su timidez, más bien su pánico, hacia al mundo exterior. Marie comprende que ha dejado de pertenecer a su mundo, en el momento que sus editores rechazan su idea de escribir un libro en torno a las investigaciones científicas sobre el Más Allá. Resulta turbador el instante en que el pequeño Marcus solicita a sus “padres” de acogida que coloquen una cama vacía en su cuarto, donde reposa cada noche la gorra de su hermano Jason, para así poder conciliar el sueño.

Cierre

Cada plano de Más allá de la vida comunica algo concreto, ya sea un pensamiento o emoción. Clint Eastwood nunca desperdicia el tiempo de su público; siempre está alimentándolo con nuevas informaciones y sensaciones. En este proceso, juegan un papel muy importante los actores. En ocasiones, Eastwood dirige cada escena pensando como un actor, pues permite a sus intérpretes expandirse delante de la cámara con un único propósito: Facilitarles la construcción de sus personajes, dotándolos de autenticidad, de vida. Así, los personajes no son meros “inventos” más o menos artísticos: Eastwood los ve, los siente.

Más allá de la vida empieza con un tsunami y termina con Marie y George de pie en un charco. Una inmejorable metáfora visual para un film que parece ir de más a menos, cuando verdaderamente lo que hace es ir de menos a más. Más allá de la vida redimensiona el carácter misterioso, inquietante, de la muerte por medio de una tensión narrativa anticlimática, atenta a la fragilidad humana, esa condición maravillosa y terrible que puede llevarnos del éxtasis a la tragedia en un abrir y cerrar de ojos. Y lo hace de forma rigurosa y profunda.

Fuente: Cuaderno del Cineclub Universitario / Aula de Cine.

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